Me giré al escuchar sus pasos, allí estaba ella imponente con su vestido de novia, blanco como el marfil y con el típico escote palabra de honor, el que muchas mujeres lucen en los momentos especiales. Y qué día más especial que ese para lucir algo así.

Yo sabía que en esos momentos ella era la mujer más bella, al menos para el futuro esposo, y eso era lo que más daño me hacía.

Alex, mi mejor amigo y el tormento de mi vida, el único capaz de hacer que mi pulso se acelerara de forma irracional o de que las piernas me temblaran hasta ser incapaces de sostener el resto de mi cuerpo.

Desde la primera vez que le vi supe que era él, mi único amor, el hombre con el que quería despertar cada mañana, compartir veladas románticas, conversaciones a la luz de la luna e incluso cómodos silencios.

Pero, mis sueños nunca lograron hacerse realidad.

Alex sólo me veía como su hermana pequeña, yo no quería eso pero él se había enamorado de otra. Ya no había opción. Decidí que lo mejor era seguir siendo su amiga y disfrutar de grandes momentos, en lugar de perderle para siempre por confesarle mi amor secreto.

La ceremonia pasó ante mis ojos como si de un espejismo se tratara, a penas fui consciente de cómo se decían los votos, era como si mi mente se hubiera desconectado por completo de mi cuerpo, evitándome sufrir por aquel acontecimiento. En ese momento me sentía como un simple zombi, incapaz de pensar.

Dentro de mí sólo había dolor, sentía que me habían arrancado el alma para después triturarla y echarlasela a los hambrientos tiburones, para que la devoraran. Nunca había sentido un dolor tan punzante e intenso en mi corazón.

—Ya puede besar a la novia— escuché que decía el cura de la parroquia mientras yo permanecía ausente.

El beso de los novios no se hizo esperar, el primer beso de amor tras los lazos matrimoniales, no podía soportar verlos a los dos juntos, no de esa forma. Asique cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.