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El final - por Marino
Me giré al escuchar sus pasos. La oscuridad nos devoraba y solo percibíamos nuestras presencias. Sentí sus manos frías tocarme: eso bastó para encenderme y buscar el resto de su cuerpo, pero ella se apartó. No deseábamos vernos, enfrentarnos, despertar al dolor de la separación que se nos venía encima, inexorable. Habían sido meses de silencios rabiosos, las palabras que nos dirigíamos en esos días eran navajas sonoras que cortaban fino nuestro amor propio, nuestro propio amor. Nunca llegamos a las manos, pero la furia vivía con nosotros, como un amigo discreto y común: nuestro enemigo íntimo. Entonces ella encendió la luz: la fina hoja del puñal que apretaba contra su cuello brillaba tanto como la mirada de profundo desprecio que me entregó: cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.
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