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Torre de naipes - por Marc Delacroix
El reflejo de su rostro se contorsionaba en una espiral al contemplar las burbujas que emergían de su vaso, donde contenía ciertos elementos derivados de la quinina; mezclados con genever holandés. No padecía de insomnio, ni de ninguna derivación; no, nada de eso, no era un Tyler Durden o un maldito genio como Einstein. Tan solo era un hombre corriente; podría ser quien quisiera dentro de su pequeño mundo de fantasía, podía ser un boxeador, un escritor, un corredor de bolsa, un ladrón de guante blanco o la maldita reina de Inglaterra.
Las fronteras quedaban limitadas tan solo por las barreras de su mente. Y donde, aquel rincón que ocupaba en el fondo de aquel mugriento bar era un trono en el Backingham Palace. Pero, ¿cómo había llegado hasta allí? Sabía que su nombre era Gerald Ford, como el expresidente norteamericano; que sus hijos se llamaban Atos y Portos, en honor a la novela de Alejandro Dumas; que su perro se llamaba Romeo, por su afición a las obras de Shakespeare; y que su mujer, simplemente, era su mujer.
Aunque, todo eso se desvanecía al llegar a la madrugada. Solo, durante unas pocas horas, toda su vida anterior quedaba en un segundo plano. La repentina voz del barman lo sobresaltó de su hilo de pensamientos.
– Es divertido viajar – comentó – Pero, el destino que escoges no siempre es el correcto.
– ¿Cómo dice? – se extrañó él desde su asiento.
– Ya no estoy aquí y nada de esto es real – prosiguió el camarero – La gente que viene por aquí se limita a beber para olvidar, muchos otros para celebrar, pero usted viene para viajar. Algunas veces, los recuerdos aparecen perturbando su travesía. No obstante, noche tras noche, vuelve aquí, pide su Gintonic, y se limita a vivir la vida de otra persona. Piensa que es lo más divertido y placentero, y al amanecer, descubre que se ha equivocado, que le gusta más su vida. Aun así, testarudo, sigue viniendo.
– ¿Quién eres? – preguntó Gerald.
– Tan solo estoy en tu cabeza – respondió – Soy tu obsesión, tu quimera. Digamos que soy algo así como un número primo que se repite dentro de ti, podría ser el tres, el diecisiete, el cuarenta y uno; y repito mi secuencia tantas veces como el logaritmo del número Pi. Tan solo tú puedes darle un “The end” a ésta película. Ponle un final bonito y que todos te lloren.
Todo a su alrededor, toda aquella falsa que se había montado durante años, comenzaba a derrumbarse lentamente. Sin duda, el amanecer estaba llegando y esta vez, traía el fin. El viaje que emprendía se acercaba lentamente a la última esencia de frescor que contenía; el acabose había llegado. El día del juicio final a su macabra obsesión.
Sin darse cuenta, se había adentrado dentro de una espiral de irrealidades que le habían hecho transformar lo que, hasta entonces, consideraba real. Y dentro de todo aquello, se encontraba una dualidad de él mismo, capaz de adentrarse en los confines del mundo.
– Debes hacerlo – susurró el camarero.
El sonido de la bala estrellándose contra su cráneo fragmentó el silencio de la noche que se acercaba a su fin, dejando atrás todas las mentiras que se había erigido sobre su propia torre de naipes. Y con un suspiro, todo se viene abajo.
Comentarios (2):
lunaclara
02/05/2013 a las 15:37
Yo diria que “con un soplido todo se viene abajo”. Y es verdad, esta vida es asi de fragil. Este relato transmite angustia, supongo que porque asi lo has querido. Esta muy bien, me gusta mucho.
Soraya
20/07/2013 a las 21:20
Me gustó mucho. Un relato muy inteligente.