El primer trueno sonó en la distancia, demasiado lejos para tener en cuenta la remota posibilidad de una posible tormenta. Era el momento perfecto para salir del bar, antes de que los rayos iluminarán los cristales y la lluvia mojase a los viandantes.
Pedro se puso su gabardina, pago su ultimo whisky y salió a la calle. Levanto la vista al cielo mientras se colocaba un cigarro en la boca, su ultimo cigarro del día. Una juguetona y solitaria gota de agua rompió la calma del momento y le cayo en la frente "Demasiado insignificante para ser preocupante, exactamente igual que yo" pensó Pedro, mientras el humo de la primera calada se enroscaba y desaparecía ante su desganada y aburrida mirada.
Comenzó el largo camino de vuelta a casa, lo peor del paseo no es la distancia, sino el saber que al final de él lo único que te aguarda es una casa oscura y vacía, con una fría cama en la que ningún alma parece querer pasar una noche si no es a cambio de un buen puñado de dolares.
Un trueno de nuevo, está vez más cerca, pero está vez no esta solo, le acompaña la lluvia que comienza a caer creando una finísima cortina de agua alrededor de Pedro.
Pronto esa fina cortina se convirtió en un manto, la poca gente que quedaba a esas horas por la calle salió espantada en dirección a sus hogares o al calor del interior de los taxis. Los pocos que quedaban eran las parejas jóvenes que, una vez desechada la idea de mojarse o coger un taxi, se refugiaban en los portales. Pedro sin embargo, seguía paseando bajó el agua, adoraba la sensación que le producía pasear bajo la lluvia, conseguía volver a sentirse vivo y, sobretodo, tenía la sensación de que todos sus pecados se lavaban.
Se había hecho mayor, demasiados años pistola en mano, demasiadas historias a sus espaldas. Ningún gángster ha nacido para hacer este trabajo tanto tiempo. Había llegado el momento de pedir la jubilación, de colgar la pistola y pasarse el resto de sus días disfrutando de un buen whisky y la única compañía de la soledad.