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Ensayo en altamar - por RyoR.
Alicia: —Ya no lo voy a repetir. Mañana me voy de aquí.
(Hace una pausa, luego sale de la habitación)
Mario: —¿Y así nada más? ¿Vas a dejar que todo se hunda?
Alicia (off): —Si es necesario que se hunda, que así sea. Yo no pienso quedarme a flotar.
—
La habitación se mecía por el oleaje. Abril dejó el guion sobre la mesa y se acostó en la cama. Hacía varios meses que se sabía cada diálogo de memoria. Desde la primera vez que lo había leído, sintió una fuerte atracción hacia el personaje de Alicia. Ambas habían sacrificado muchas cosas para cumplir con sus sueños. A veces, sentía que hablaban con la misma voz.
Hasta ese momento, el viaje había resultado más llevadero de lo que ella había imaginado. Al ser su primera vez en barco, y sabiendo que los mareos eran frecuentes, había llevado con ella varias pastillas para prevenir cualquier malestar, pero aún seguían intactas.
Los golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
Se levantó para abrir. Martha entró, casi empujándola.
—¿Creías que nadie se iba a enterar? —Martha se acercó a ella, encárandola.
—¿De qué estás hablando? —Abril se echó hacia atrás.
—¿De qué crees? Una actriz novata como tú, con menos de un año en la compañía, ¿se queda con el coprotagónico? No somos estúpidos. ¿Qué hiciste? ¿Fue soborno? ¿Te tiraste a Iván?
Abril sintió que las piernas se le doblaban, pero no apartó la mirada. Sentía que la habitación se movía con más fuerza. Un malestar en el estómago que fue convirtiéndose en dolor hizo que apretara los dientes.
—No sé de qué estás hablando, pero te tienes que ir de aquí —le dijo a Martha mientras avanzaba hacia ella.
Martha sonrió.
—Si crees que te vas a presentar a esta obra, estás muy equivocada. En cuanto lleguemos a tierra, no quiero volver a verte. Ese papel no va a ser tuyo.
Abril se quedó sola en la habitación. El guión que había dejado al borde de la cama cayó al piso. Se acercó a levantarlo y se quedó mirándolo por un rato. Las náuseas le llegaron desde el estómago. Se obligó a detener las arcadas y fue hacia su maleta para tomar una de las pastillas. Se la llevó a la boca y se la tragó sin agua.
Dentro de la maleta vio el vestuario que tenía guardado. Lo sacó y lo puso sobre la cama. Mientras le pasaba la mano por encima tuvo el presentimiento de que todo iba a estar bien.
Recordó la feria, el ruido de las cadenas en los juegos, el olor a azúcar quemada y metal viejo. Aquel día había escapado con sus amigos, buscando olvidar los dolores que vivía en casa. Pasaron mucho tiempo entre risas y luces, pero al anochecer, antes de irse, se encontraron con una carpa pequeña. Apenas iluminada. Era uno de esos lugares de adivinación. Abril, con una mezcla de duda y emoción, fue la primera en entrar.
—¿Qué me espera cuando sea grande? —había sido su pregunta.
La mujer extendió las cartas sobre la mesa.
—Te espera un futuro de fama y reconocimiento —le dijo mirándola a los ojos—, pero recuerda que todo tiene un precio.
Desde entonces solo se había mantenido enfocada en lograr lo que estaba buscando: una oportunidad para brillar. La profecía tenía que cumplirse. Desde que se había unido a la academia de teatro, buscó la manera de llamar la atención por sobre las demás. No tuvo tanta suerte como esperaba, pero ella estaba dispuesta a hacer todo lo posible para conseguirlo. Fue cuando avisaron las audiciones.
Al final lo había logrado. Iba en un viaje con la compañía para estrenar la obra en otro país. Era el logro más grande que había tenido en su vida. Entonces recordó la conversación con Martha.
Afuera ya había oscurecido. El mar golpeaba el casco con furia, el barco crujía y comenzaba a moverse con violencia. Caminó con dificultad por los pasillos. Estaba fuera de la habitación de Martha.
No fue necesario tocar. La puerta estaba entreabierta.
Abril entró sin hacer ruido. No llevaba nada en las manos. No hacía falta.
Martha estaba sentada de espaldas, leyendo el guion.
Primero hubo silencio. Luego un gemido. Al final, una mueca.
Las hojas de papel cayeron al suelo.
Abril se agachó, las recogió y leyó en voz baja su parte favorita:
—Si es necesario que se hunda, que así sea. Yo no pienso quedarme a flotar.
Afuera, el mar dejó de rugir.
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