Literautas - Tu escuela de escritura

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Para el mundo, Beth… Para ti, Claudia. ¿Qué no harías por mí? - por DanteR.+18

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Este yate no es un barco. Es una jaula de oro. Navegamos desde la Costa Azul a Venecia… El Mediterráneo es bellísimo, pero no deja de ser un mar. Y la noche siempre es la noche…
¡Pasar por Cannes para llegar al Festival de Venecia…! ¿A quién se le pudo ocurrir semejante idea? A Harold, por supuesto. Siempre pensando en causar el mayor impacto… Y en mí: ¿quién piensa?
El mar es el mar, y en el ocaso del verano aparecen los truenos, el viento, esta ominosa bruma que se cierne sobre nosotros.
La bruma… Nos rodea e inunda mis ojos. ¿Qué es lo que soñé? ¿Qué es lo que viví? ¡Malditas píldoras!
¡El mundo adora a Beth Valmont! ¡Y ese canalla, mi marido, no hace más que despreciarme!
Consciente de mi soledad, rompo en un amargo llanto… Percibo una presencia.

—¿Tú? ¡No puedo creerlo! —exclamo con alegría.
—Trabajo aquí —me respondes tímidamente.
—¡Qué tonta soy! Yo misma te llamé. Deja la bandeja sobre esta mesita y cierra la puerta del camarote —suplico bajando la voz.

Tengo miedo. Me doy cuenta de que te das cuenta. De mis ojos verdes fluye un manantial que, cuando la luz lo atraviesa, resalta una colina morada.
Mis uñas están astilladas. ¡Qué vergüenza! Toco mi cara y te miro a través de mis lágrimas.

—Ese cajón abierto… Maquillajes… manchas rojas… ¡Fue él! ¡Quiere volverme loca! ¡Qué sola estoy! —Lloro con más desesperación.
—No soporto verla así… —confiesas casi suspirando.
—¡Como si tuviera alternativa! Tú también deberías tener miedo.
—¿Por qué? —preguntas.
—¿Este es tu empleo habitual?
—No.
—Seguro que te pasaron cosas extrañas…
—…
—¿Casualidad? No. ¡Fue George!
—¿Cómo…?
—No hay nadie más fiel que tú —te interrumpo—. Aunque él sea un multimillonario y tú… una persona… ¿común?, te odia. Me cree su trofeo. Y tú… no pides nada a cambio. Eres pura lealtad.

Abro el closet, retiro una chaqueta de George y del bolsillo interno saco un envase que tintinea al sacudirlo.

—¿Ves estas píldoras infernales? ¡Miserable! Quiere que la bruma se apodere de mí.

Solo tú puedes entenderme. No me juzgas. Nunca lo harás. Eso me tranquiliza.

—¡Vaya coincidencia! En aquella película yo encarné a la diosa Fortuna. Y justo te enviaron a trabajar aquí…

Conoces todas mis obras de teatro, mi filmografía entera; me has llenado de flores, regalos, cartas, postales… Tú me quieres de verdad.
Mereces que tu actriz favorita te abra las puertas de su camarote… y de su corazón.

—George está con ella…
—¿Con quién? —inquieres.
—Con Audrey Joyce… ¡Mocosa advenediza! ¡Insulsa! Posa como una inocente palomita y quiere jugar a ser águila… ¡Nada menos que conmigo! —Río estruendosamente—. ¿Crees que podrá ocupar mi lugar?

Advierto que tu indignación supera a la mía. Eso me fascina.

—Siéntate. —Invito.

Destapo la botella que habías dejado sobre la mesa y sirvo dos copas del Pinot Noir añejado en roble francés con notas de almendra: mi preferido.
Tomo un abrecartas. Hago un pequeño corte en mi mano derecha. Dejo caer tres gotas mientras la manga de mi bata roza tu copa.
Nos miramos a los ojos, brindamos y hacemos fondo blanco.

—Para el mundo soy Beth. Para ti, Claudia Grimm. Puedes llamarme Claudia. —Te sonrío—. ¿Qué no harías por mí?

La respuesta a mi pregunta habita en tus ojos. Es ahora o nunca.

—Ve y mata a George y a Audrey —te ordeno con serenidad.

Tú no puedes creer lo que escuchas; yo me resisto a creer que tal vez consideres violar el pacto sellado con mi sangre.

—Te contaré una historia, ¿quieres?
—…
—En mi familia alguna vez hubo una profecía: Harriet, mi hermana, sería una estrella. La reina. Y de mí… De mí no esperaban nada. Hasta que la pobrecita un día… nos dejó…

Has enmudecido. Los rodeos ya no tienen sentido. Giro mi collar y sobre mi escote luzco un recipiente diminuto.

—¿Te lo imaginas? No ignoraba la existencia de este antídoto cuando Harriet bebió lo que no debía… Igual que tú… ¡Uups!

Quizás estés pensando en aquella carta tuya en la que me contabas cuánto disfrutaste mi papel de Lucrezia. ¿Ironía del destino?

—Ha llegado la hora: la tuya o la de George y Audrey —te conmino.

El antídoto es un soborno, sí. Pero tampoco sabes si cumpliré con mi parte.
¿Qué sucederá…? ¿Haré de viuda compungida, y luego, gracias a esa cama (una vez más), el títere de Harold “decidirá” producir esta historia…? ¿O acaso nada valga la pena y las llamas decidan danzar sobre el mar…?

Ccomentarios (1):

Alfonso

19/04/2025 a las 11:14

Buen relato, Dante. Has sabido trenzar con soltura una oscura trama entre un matrimonio mal avenido que no parece que vaya a acabar bien, y que deja al lector, al menos en mi caso, con gana de saber más.

Saludos.

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