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El peso del ayer - por Roberto CalderónR.+18
Nada está escrito, todo puede cambiar, esas palabras han estado en mi cabeza desde que emprendí mi viaje. Viaje, que siendo sincera, me arrepiento mucho de emprender. Pero no podía dar marcha atrás, no porque no tuviera las fuerzas o el valor de hacerlo, sino que estando a mil quinientas millas náuticas mar adentro no tienes muchas opciones de dar marcha atrás. Aquí estoy en el Queen Mary II, un barco británico que ha tenido mejores épocas, en sus mejores años, según cuenta la tripulación más antigua, era el medio predilecto de los burgueses de Londres para viajar a New York, pero una cadena de sucesos desastrosos hicieron que el renombre con el que gozaba en antaño se esfumara, y ahora, en lugar de burgueses o aristócratas solamente transporta personas rotas, sin esperanzas, solamente con un sueño: llegar a la tierra de las oportunidades.
Lo habitual era que el Queen Mary trasportara a variados pasajeros, había desde curas, zapateros, obreros, mineros, fugitivos de la ley y uno que otro banquero venido en desgracia. Todos eran bienvenidos a bordo, siempre y cuando se permitieran pagar el peaje, cosa que por los tiempos que corrían no estaba al alcance de todos, quince libras por viajar en una pocilga flotante. Naturalmente, yo no me podía costear semejante cantidad, estaba a mis veintitrés años quebrada, tampoco es que siempre gozara de una abultada fortuna, desde que mis padres fallecieron tuve que valerme de mis esfuerzos para sobrevivir a este punto de mi vida.
Al igual que este barco, mi familia tuvo siempre tragedias que marcaron gran parte de su vida, muchos siempre las atribuyeron a nuestro peculiar apellido “Waterhouse” según las viejas leyendas, Agnes Waterhouse, una de las primeras mujeres ejecutadas, acusada por actos de brujería en Inglaterra, es parte del árbol genealógico de mi familia, nunca supe que tan real es esa historia, lo que si es cierto es que mi familia siempre fue motivo de murmullos y señalamientos todo por nuestro apellido. Eso porque según la historia que acompaña a la leyenda de mi supuesta tatarata tara abuela, el día en que ella fue ejecutada, maldijo con una profecía el apellido Waterhouse y a su descendencia, usando sus últimas fuerzas – “Cualquiera que lleve el apellido Waterhouse sobre sus hombros, tendrá a la muerte siempre a sus espaldas” – esto porque Joan Waterhouse, su hija, testificó en su contra en el juicio que la iglesia hizo, lo que terminó en su ejecución.
Nunca le tomé importancia a esa historia realmente, siempre me he obligado a creer que las desgracias que ha sufrido mi familia son producto de la más cruel de las casualidades. No tengo opción, es creer eso o perder la cabeza y no me puedo permitir eso, no estando tan cerca de llegar a mi destino. Donde se puede iniciar de cero, dejar atrás las penas, los apellidos, las profecías.
El recuerdo que con más cariño guardo, es el de mis padres cuando me llevaban al teatro, me encantaba ver a esas personas disfrazadas cantar, bailar y a veces llorar. Siempre le preguntaba a mis padres si todo eso era real, si ellos de verdad lloraban de tristeza, mi padre fiel a su profundidad me dijo – No hija, esa ropa, esas canciones, esas lágrimas son solamente una máscara para cubrir sus verdaderas penas – no entendí lo que quiso decir en ese momento, pero si tenía algo claro en mi cabeza, yo quería ser actriz de teatro cuando creciera.
El tiempo pasó, mis padres creyeron que era un sueño de una niña ingenua, que no sabe que del arte no se vive y que más pronto que tarde me daría cuenta. Hubiera querido de todo corazón mostrarles que se equivocaban, lastimosamente ellos fallecieron antes de que yo entrara a la academia de artes. A pesar de eso, mi sueño y mis deseos de hacerlo realidad están más fuertes que nunca, estoy a un par de días de llegar a Broadway, New York, capital del teatro. Voy en un barco que milagrosamente se mantiene a flote, con mi peaje producto de un soborno al capitán, un pobre ebrio que frecuentaba el cabaret donde trabajé para pagar la academia de artes, no me siento especialmente orgullosa de eso, pero era mi única opción para escapar de Inglaterra y zarpar hacia mi destino.
Nada se interpondrá en mi camino, ni la muerte, ni la mala suerte, ni siquiera la profecía de una vieja bruja loca.
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