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Se lleva en la sangre - por Pato Menudencio+18
Cuando al actor porno Rex Hardwood le preguntaron en el festival de cine para adultos de Montreal acerca de cuál fue el momento de su vida en la que supo que ese era su destino; él tranquilamente respondió: “simplemente lo supe cuando las mujeres me buscaban y quedaban satisfechas ante mi performance. Así que casi como una profecía, decidí dedicarme a lo que mejor hago. A algunos se les da bien las matemáticas, a otros el deporte; a mí se me da el sexo”.
La respuesta provocó una ovación cerrada, y terminado el evento, Gastón Tapia, su verdadero nombre, subió a su convertible del año, obtenido de las ganancias de su última película, una parodia XXX de “Ratatuoille” en donde el interpretaba a Larguini, un joven que quería ser actor porno, pero no tenía talento alguno, hasta que se cruza con Remi, un ratón que soñaba con formar parte de la industria de entretención para adultos y que descubre que puede controlar el cuerpo de Larguini, quien lo bautiza cariñosamente como “Sexito”. Luego la trama continúa muy parecida a la obra original, con el soborno del productor rival, terminando con una versión de la canción original.
Luego de media hora por la carretera, por fin llega a su dúplex en pleno centro, revisa los mensajes y se dispone a descansar porque mañana debe grabar con cuatro enanas para una película en donde el hará de Santa Claus y toca la escena del taller, en donde sólo imaginar el cuadro ya esboza una sonrisa.
En el festival de cine, dijo muchas mentiras a los fans. La primera fue que su único talento es el sexo, una gran falacia; también destaca en la comedia y ese rasgo lo hizo distanciarse del resto de sus compañeros dentro de la industria, haciendo guiones y produciendo películas bien escritas y con mucho humor, lo que le valió un séquito de seguidores.
La segunda mentira fue la razón principal de por qué se convirtió en el Rocco Siffredi de esta generación. Es verdad que se le da bien el sexo, pero el punto de inflexión fue otro completamente diferente. Mientras se servía un té (nada de alcohol en su vida) se sentó en la sala y sus recuerdos viajaron a otra vida hace muchos años.
Gastón tenía entonces trece años, época de primeros besos, futbol con los amigos y el intercambio de revistas prohibidas. Todo lo que podía alborotar a un adolescente con las hormonas ya alborotadas.
Fue aquel verano en la casa de sus abuelos en donde encontró el baúl con el porno de su tata que en paz descanse.
Al principio no le dio importancia a aquel sarcófago de madera que estaba en el ático, pero una fuerza misteriosa lo impulsó a abrirlo. ¿Y qué encontró en él? Todo el material dedicado a una musa del cine XXX de los años ochenta.
Sólo había material de ella. Revistas, recortes, vhs antiguos, que gracias a un reproductor antiguo pudo deleitarse de las asombrosas acrobacias de Dee Dee Hooligan, el nombre artístico de la muchacha.
Había algo en ella que le daba elegancia incluso a la mayor de las guarradas sexuales. Se movía con gracia, como la bailarina principal del Bolshoi en el escenario. Ella era el centro de atención, era divertida. Tenía un desplante y capacidades histriónicas, que, de habérselo propuesto, habría sido una gran actriz de comedia.
Desde ese día, el joven Gastón se obsesionó con ella. Cada tarde, iba al ático y en el vhs estudiaba cada uno de sus videos, como Miguel de la película Coco estudiando cada diálogo de Ernesto de la Cruz, quería ser como ella, no en el sentido de tragarse una verga gigante, él quería tener ese tipo de desplante, quería ser la versión masculina de ella. Quería ser el centro de atención y destacar en una industria monótona donde sólo el mete saca era lo importante.
El verano pronto acabaría, en unos días Gastón debía volver a casa. Con mucho cuidado, cogió una foto de Dee Dee del fondo del baúl y la guardó en su bolsillo. Ella sería su musa, su diosa. La última noche durmió tranquilamente con la fotografía en su almohada, estaba cansado y se durmió sin guardarla.
A la mañana siguiente, su abuela entró a la pieza para saludarlo. La anciana ve la foto y exclama:
—¿Dónde encontraste mi foto de joven?
Primero fue el estupor, luego Gastón esbozó una sonrisa.
Era el destino, el porno lo lleva en la sangre.
Ccomentarios (1):
Mario Salgado
19/04/2025 a las 09:22
Hola, Pato Menudencio!! Mis respetos por esta pequeña (por espacio) obra de arte, hacía mucho tiempo que no me reía tanto leyendo y esa difícil relación, que no imposible, entre Disney y el mundo del cine para adultos que haces resulta divertida y simpática.
El relato está bien construido y el personaje principal bien desarrollado en el contexto de la historia, ofrecen una imagen creíble de ese mundo del porno, si bien es una presentación para contarnos la verdadera historia a continuación, que es si cabe, más desternillante que las propias ideas de la productora en cuanto a su actuación del día siguiente.
La historia de juventud que lo impulsó a introducirse en este tipo de industria cinematográfica es muy cotidiana, cercana incluso y ese final… Final de película, nunca mejor dicho!!
En resumen, un relato despreocupado, realista y simpático. Me encantó. Enhorabuena!!
Saludos a mi México lindo