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LA MUERTE DE LA REINA EN EL S.S. SAN BLAS (Confesiones de un capitán) - por Brandon QuirogaR.
Muy poca gente sabía que ella iba a bordo del S.S. San Blas, y de las pocas personas que lo sabían, nadie conocía su nombre excepto yo: me habían encomendado protegerla. Querían que su transporte de San Salvador hacia California pasara desapercibido. Nadie sabía su importancia, pero yo sí. ¿Cómo creen que podría haber sido capaz de matarla?
Tenía solo dieciséis años, pero era de una belleza que ustedes no pueden ni imaginar. En su sangre criolla predominaba más la sangre europea que la salvadoreña. Y eso fue su suerte, y su maldición. Su suerte porque, a pesar de ser tan corta de edad, el verde en sus ojos la habían catapultado al estrellato: era la actriz de teatro más joven en alcanzar el éxito. Fue calificada como la actriz de la década después de su papel de Rosaura en La vida es sueño. Yo estaba seguro de que, si seguía cosechando éxito tras éxito, se convertiría en la reina del teatro.
No fue así.
Detrás del teatro salvadoreño se escondían promotores ávidos de placer carnal y económico, animales que solo piensan en sus propios beneficios. Ellos son capaces de llevarte al éxito o al fracaso irremediable si sabes cómo complacerlos. Y hubo uno de ellos, Camilo Estrada, que se obsesionó con la chica.
Por eso, por él, es que la chica estaba escapando. Dieciséis años y ella estaba escapando. Escapando del hombre que la había embarazado a sus dieciséis años.
Nadie sabía que la chica se había visto forzada a tener relaciones con él. Yo tuve que saberlo porque era importante. Porque debía mantener la identidad de la chica en secreto. Porque el señor Estrada la perseguía y quería matarla. Y para ello recibí una cantidad grande de dinero. Y no habría faltado a mi deber si él me hubiera dado un soborno aún más grande de lo que me pagaron para revelar el destino o la identidad de la chica.
Él quería asesinarla. Si quieren saber algo sobre la muerte de la chica, deberían de preguntarle a él. No a mí. No soy un infanticida mucho menos un feminicida. No habría sido capaz de tocarle ni uno solo de sus preciosos cabellos rubios. Unos cabellos rubios que, al momento de abordar el S.S. San Blass, estaban recogidos debajo de un gorro negro.
Me pidieron que la escondiera en el almacén del barco, aunque estuviera repleta de ratas. Yo dije que así lo haría, pero no tuve el corazón de permitir que sus bonitos ojos verdes miraran las ratas gordas que habitaban en las oscuridades del barco ni mucho menos que su piel blanca durmiera entre los excrementos de esos animales. No. Me la llevé a mi habitación, y ahí estuvo escondida. Ella dormía en mi cama, y yo en el suelo.
Y hablé con ella. Y ella se abrió a mí.
Todo lo que les he contado es porque ella me lo contó. Le pregunté el por qué Estrada quería matarla. Y me dijo que era por el bebé que esperaba de él. Dijo que no sabía en qué momento se había vuelto loco, pero su mente empezó a dar vuelta alrededor de un sueño que tuvo: un sueño que parecía, según él dijo, una profecía. Para él, la chica seguía siendo Rosaura, pero el hijo que esperaba era Segismundo. Él se consideraba el rey Basilio. Y, como en la obra, creía que sería asesinado por su hijo.
La chica estaba asustada. No quería morir. Tendría al bebé. Quería que el bebé viviera, aunque no haya sido producto del amor; quería casarse con un buen hombre, formar un hogar, aunque eso significara dejar de actuar para siempre.
Y mientras hablaba de su temor a la muerte, el S.S. San Blas chocó con unas rocas cerca de la costa salvadoreña. Y fue mi culpa. Era de noche. Debía estar en mi lugar de mando.
El barco empezó a inundarse. Los tripulantes evacuaron a todos los viajeros. Sin embargo, como el barco se asentó sobre las rocas y no siguió hundiéndose, ordené que los barcos salvavidas regresaran y los viajeros subieran de regreso para evitar muertes innecesarias. Subieron todos, menos la chica. La busqué por todas partes, pero no la encontré.
No voy a comentar las mentiras que dicen que había doce barcos salvavidas y que solo regresaron once. Eran solo once. Ni uno más, ni uno menos.
¿Qué pasó con la chica? Quizá tropezó y murió ahogada, no lo sé.
Pero no la maté yo.
Ccomentarios (1):
Carmenigne
19/04/2025 a las 20:15
Hola Brandon. El relato tiene una cadencia propia que va conduciendo hacia algo del orden de lo irreversible: algo va a suceder. Es como si uno se fuera deslizando por la historia. El punto de vista del narrador que utilizaste me parece muy acertado, genera una complicidad, un acompañamiento de la historia, casi sin que nos demos cuenta. Nos va comprometiendo. Vamos viendo la transformación de la subjetividad del narrador y la propia. Ese final abierto, que sugiere, pero sin decir me parece que es el final que el relato se merece. ¡Felicitaciones! Saludos