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CASTIN - por Pilar (marazul)R.
Cuando Carol entra en la sala no le extraña ver a tantas personas allí reunidas. Ya sabe que, como ella, muchos jóvenes sueñan con triunfar en el mundo del cine. Pero esta vez es diferente porque no es su primer castin. Se presenta ilusionada y segura de si misma. Sabe bien lo que quiere.
Según van llegando los aspirantes, el asistente les va dando un número con su nombre y les coloca en sillas supletorias por falta de asientos. Algunos de los candidatos hablan entre ellos, son ya conocidos de otras ocasiones; los demás se limitan a relajarse con los ojos cerrados o intentan concentrarse leyendo lo que parece ser un guión.
Ella se sienta junto al chico de barba bien cuidada que simula ser de tres días. Se saludan.
Las paredes que están repletas de fotografías de actores, actrices y directores famosos le sirve de entretenimiento. Todos los maestros del cine a los que admira. Sus referencias están allí.
También cubren las paredes carteles de películas de todos los tiempos y algunas litografías que representan cuadros famosos. Especialmente le llama la atención una lámina de temática marinera, su preferida:se trata de un velero que descansa sin viento muy cerca de la playa en un día luminoso en medio de un mar turquesa.«¿Cómo pudo el artista plasmar esa luz tan limpia?»
Sus cinco ocupantes, tres chicos y dos chicas, conversan riendo entre ellos.
El chico rubio que está de pie apoyado en el mástil lleva el torso desnudo, parece contar algo interesante porque la chica de pelo castaño, sentada en proa, le mira fascinada.
Solo el chico del gorro blanco, sentado en popa, parece más pensativo. Está ocupado en mantener el timón. Ha sido él quién ha tenido la idea de salir a navegar por aquellas aguas desconocidas y, aunque parecen tranquilas, se siente con cierta responsabilidad. De hecho su hermana, la del pañuelo rojo en la cabeza, y sus amigos no tienen ni idea del soborno al policía del puerto.
Parece ser que las mordidas en ese país son lo habitual y había sido la única manera de que les dejara salir a navegar. Pero cuando el policía, mientras se guardaba el dinero, se había encogido de hombros en un gesto que indicaba eludir responsabilidad, le pareció muy extraño.«Algo no iba bien»
Más tarde tuvo un presentimiento cuando a través de las aguas transparentes todos pudieron ver aquel pez negro tan extraño. El tercer chico, el pelirrojo tan aficionado al misterio, fue el encargado de meter miedo a las chicas: que si era un mal augurio, que si existía una profecía bíblica que decía que el pez diablo negro no presagiaba nada bueno…
Todos rieron despreocupados al tiempo que la chica de pelo castaño y pantalón blanco le tiraba un cojín para que se callase.
El suave mecer de la siesta se interrumpe por un repentino oleaje. Con el balanceo se escucha más fuerte el tintineo de los aparejos del barco al chocar. «¿Será que ha cambiado el viento? Pero no hay nubes negras en el cielo, éste sigue azul»
Algunos peces saltan sobre el agua y los pájaros vuelan de un lado a otro, parecen asustados. Qué extraño, piensan. «Deberíamos de regresar a puerto»
Se preparan para partir, van a levar el ancla cuando escuchan un potente estruendo, es un rugido que proviene de las entrañas del fondo marino, les cuesta mantener el equilibrio.
La playa se les presenta ahora inmensa, todo es arena y hasta los peces se retuercen en el fondo vacío. El agua se retira arrastrándoles hacia mar adentro donde una inmensa y oscura pared de agua cada vez está más cerca.
—Número treinta y siete, señorita Carol Hopper puede pasar a hacer la prueba —anuncia el asistente.
El codazo del compañero sentado junto a ella devuelve a Carol de su abstracción. Esta se levanta como impulsada por un resorte.
—¡Suerte! —le desea el chico de la barba.
—Gracias —le responde Carol con una sonrisa.
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