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El viaje - por Carmen Sánchez GutiérrezR.
Despertó con el sueño clavado en la retina, oliendo a mar inmenso, pacífico y azul. Saboreaba una deliciosa bebida exótica de nombre impronunciable deleitándose con la mítica estampa, tan bella como consumida por decenas, no, miles de agencias de viajes . El irreprochable biquini estilizaba su silueta, el viento ondeaba su larga y, por supuesto, sedosa cabellera, el bronceado en su justo tono, resaltaba el color de sus ojos almendrados, en ese momento chispeantes y llenos de vida mientras charlaba animadamente con un galante admirador embelesado con su belleza. Hablaban del baile de la noche anterior, chismorreaban sin compasión sobre lo acertados o no de los vestidos opulentos, ricos en demasía y con el nombre bordado en oro del diseñador. Hablaban de la copiosa cena a base de faisanes y exóticos pescados cocinados en deliciosas salsas de texturas imposibles. Hablaban en fin, deleitándose el uno con el otro.
Tomó un café muy cargado evocando el sueño y decidiendo que se trataba de una profecía. Algo maravilloso esperaba en algún barco indudablemente, pero los precios de los cruceros eran inasequibles para su exiguo presupuesto de vacaciones que solo con mucho sacrificio le permitía un abono a las piscinas municipales. Pero ella, mujer de recursos donde la haya, no se dio por vencida y tras largas reflexiones halló la solución: un crucero en la barcaza que recorre el Pisuerga. Un barco es un barco, decretó, y tanto se puede navegar en el mar como en un rio, además, el Pisuerga con sus aguas oscuras y profundas también tiene su belleza, solo hay que mirarlas con benevolencia. Otra ventaja que ofrecía el pequeño crucero fluvial era una cena a módico precio, tan módico que incluso su bolsillo se ajustaba a él sin dolorosos sacrificios.
Decidida a emprender la aventura, solo restaba preocuparse del vestuario que debía ser acorde a tan ilustre ocasión y tras remover el armario una y otra vez, se decantó por un vestido que lució en la boda de su prima Elisa, algo anticuado porque la prima en cuestión hasta divorciada estaba ya, pero que aún le sentaba bien, quizás en exceso ceñido, pero realzaba su figura. Perfecto. La peluquera hizo un buen trabajo, se esmeraba de vez en cuando, eso había que admitirlo. Algo de maquillaje tono tipo pastel, acorde con los colores del vestido y ya estaba lista para emprender la gran aventura que duraría al menos dos horas y media, quizás tres si el personal se animaba y vitoreaban al capitán por sus acertadas maniobras y éste, alagado, retrasaba un poco el desembarque.
De ésta guisa llegó hasta el embarcadero cuando ya varias personas hacían pacifica cola. Observó a sus compañeros de viaje: varios matrimonios de mediana edad que reían nerviosos mientras pronosticaban los más aparatosos e improbables finales, un grupo de mujeres vestidas vulgarmente y mirada aviesa y otro de hombres panzudos y socarrones con una caterva de chistes zafios.
Ocupó su lugar en la cola con dignidad ignorando las miradas que dedicaron a su atuendo demasiado elegante en comparación con el estilo tosco predominante, subió las escalerillas que alguien desplegó para subir al barco y se acomodó en un rincón apartado, sin cumplir con la rigurosa costumbre de despedir con vítores a la orilla, porque personal ya no quedaba por allí.
Apenas probó la cena. Sin saber determinar la causa, una profunda tristeza se apoderaba de ella y ni la actriz que amenizaba la cena relatando todo tipo de curiosidades sobre el famoso río y sus orillas adornadas de rosales, logró desalojar la bruma que se adueñó de su alma. Incluso sobornó al camarero con una propina extra para que la colocase en la mesa más oscura y apartada del comedor. Desde allí solo escuchaba al río y su murmullo eterno. Oscureció y una luna se instaló en sus aguas sin que dejase de murmurar. Salió a cubierta para escucharle mejor y comprendió su monótono rezo de vieja que repite entre dientes la oración memorizada.
Miró a ambos lados, nadie la observaba, nadie se había percatado de su salida. Contempló las misteriosas aguas y decidió descubrir el secreto de su triste color en comparación con el luminoso azul de su sueño. Dentro del comedor sonó música, era el momento. Se subió a la barandilla y se tiró al agua. Nadó algunos metros para alejarse y desde allí contempló la orilla poblada de vegetación domesticada y al mustio barco que se alejaba y se dejó hundir. Nadie notó su ausencia.
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