<< Volver a la lista de textos
El papel de su vida - por Elena M.R.
Dejó la carpeta sobre la mesita junto al sillón y encendió un cigarrillo. Era un buen guion, de eso no cabía duda. Sonrió levemente, casi con incredulidad, al ver el título escrito en letras grandes sobre la portada: “La Profecía del Conde Drácula”, y justo debajo: “Para Sylvia García”.
Sylvia García. Actriz galardonada, protagonista de películas inolvidables como El Soborno o La Montaña más Alta. Reconocida por su intensidad interpretativa y su belleza. Todo eso quedaba ya muy lejos… Ahora era otra mujer, aún joven, sí, pero consumida. Pasaba las horas mirando pasar la vida, esperando que su marido estuviese de buen humor, algo que ocurría con una frecuencia desalentadora. En su día a día, ella era el blanco de sus frustraciones y enfados.
Pep desconocía la existencia de ese guion, y si todo seguía como hasta ahora, jamás llegaría a leerlo. Nunca se enteraría de que alguien todavía pensaba en Sylvia como la actriz que una vez fue. Alguien creía que aún tenía algo que decir sobre un escenario, frente a una cámara, frente al mundo.
Se acomodó en el sillón con un leve quejido; el dolor en los riñones seguía presente. Dos días antes de embarcar, justo antes de comenzar el crucero, había hecho enfadar a Pep. Y según él, había recibido “lo que merecía”. Sylvia lo pensaba entre comillas, como si la frase se repitiera en su cabeza con una voz burlona y ajena.
Ahora estaba sola en el camarote. Pep había salido a darse un masaje, un paréntesis que ella aprovechaba como un tesoro. Tenía tiempo para leer el contenido del sobre que había llegado hacía una semana y que había escondido cuidadosamente. No lo había abierto hasta ahora. Era demasiado valioso.
El simple hecho de saber que alguien, fuera quien fuera, todavía la veía capaz de interpretar un papel así, reavivaba en ella una chispa que creía apagada. Una chispa de orgullo, de dignidad. Sonrió de nuevo, esta vez con un poco más de luz en los ojos.
Se levantó con cuidado, como si el dolor pudiera quebrarla en cualquier momento. Guardó la carpeta y la carta que la acompañaba en su maleta, cubriéndolas con unas camisetas. Luego, se dirigió hacia la pequeña terraza del camarote. Más allá del cristal, el mar se extendía en una calma infinita, inmenso y azul.
Al pasar frente al espejo, su reflejo la detuvo. Se observó durante un segundo. Por un instante fugaz creyó ver a aquella Sylvia García de los carteles, la de las alfombras rojas y los rodajes. Pero el segundo se desvaneció y volvió la imagen actual: una mujer ojerosa, demasiado delgada, con una expresión entre la tristeza y el miedo.
Acarició su melena castaña, sus pechos, sus caderas. Todavía estoy aquí, pensó. En alguna parte de su cuerpo, de su mente, aún vivía la actriz.
Volvió al sillón y encendió otro cigarrillo. El guion era bueno. El director era bueno. Y creía en ella. Pero ¿cómo decírselo a Pep? ¿Cómo explicarle que quería volver a actuar, que necesitaba recuperar su vida, que su carrera se había detenido el día que se casaron? Cinco años de erosión. Una devastación silenciosa.
Él la había arrancado de un mundo en el que era feliz convirtiéndola en una sombra de sí misma. Hacía un tiempo había leído un libro que la conmovió profundamente, que le ofreció una vía de escape a través de la imaginación. En él, una mujer tomaba la decisión radical de hacer desaparecer a su marido. Sylvia se había refugiado en esa historia una y otra vez, fusionándose con la protagonista. Era libre dentro de esas páginas.
Ahora, una sonrisa más amplia asomó en sus labios. Pep podía gritarle, humillarla, castigarla. Pero había cosas que él no podía arrebatarle: su imaginación y su capacidad de soñar. Esa sonrisa creció hasta convertirse en una carcajada casi enloquecida. Hacía mucho que no reía así, y la sensación era… maravillosa.
Cuando Pep regresó, Sylvia estaba vestida y maquillada. Parecía otra. Él estaba de buen humor, incluso bromeó con ella. Sylvia le tomó la mano al salir al pasillo y le propuso un paseo por la cubierta. La noche era cálida, perfecta para disfrutar del aire del mar antes de la cena, perfecta para que cualquier accidente pudiera suceder. Pep aceptó, sin sospechar nada e incapaz de ver la sutil transformación de su esposa.
Sylvia sonrió de nuevo, esta vez con el aplomo de quien ha tomado una decisión. Todos decían que era una gran actriz. Había llegado el momento de demostrarlo. Y, sobre todo, de volver a ser libre.
Ccomentarios (1):
Patricia Redondo
19/04/2025 a las 14:12
Hola Elena , croe que este mes me tocó leerte y comentarte así que vamos allá.
Por delante decir que no soy una lectora análitica y no tengo ni conocimiento ni experiencia para comentar textos asi que mis comentarios son subjetivos y van directos desde el interé o el palcer que me produce lo que leo.
Tu texto me ha gustado, una historia harto conocida en la que una mujer pone por delante de su vida la vida de otro por culpa de un amor mal entendido. Me gusta como narras la evolución del personaje, desde un punto de miedo y poca confianza en si misma hasta llegar a creerselo y tener la fuerza necesaria para llevarse por delante a quien sea… (supongo que no hay otra opción que la de llevarse por delante a Pep porque si no lo lógico sería salir pitando del barco y abandonarlo para no volverle a ver el pelo jamás)
Es una historia, que para el drama que supone, tiene cierta calma en su desarrollo.
Por poner un pero (y no es más que una opinión personal) a mi me habría gustado notar algo más de tensión , de desgarro, mayor dramatismo…pero ya digo que es un gusto mio muy personal.
Estoy tres textos más arriba por si te apetece leerme
Nos leemos!