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La profecía del viento - por José Torma

Web: http://www.cuentoshistoriasyotraslocuras.wordpress.com

Pogo, no le tenía miedo a nada ni a nadie. Sus padres lo abandonaron y muy chico se fue a vivir con la tía Carmela, una actriz de poca monta que salió en un par de comerciales para detergente de cocina. Aun así, ella caminaba por las polvorosas calles del puerto con aires de diva.

—Que no se te note la mugre —solía decir—. Si no tienes que comer, ponte un picadientes en la boca para que la gente piense que ya comiste.

Carmela nunca fue una mujer amorosa, él siempre fue un estorbo. Vago irredento ponía loca a su parienta. No rechazaba un soborno de parte de ella, pero lo más común era que con un chanclazo, le reacomodara las chacras y le hiciera ver el infierno, dependiendo de la gravedad de la falta.

—¿Por qué no te quedas donde te pongo? —Se escuchaba la eterna pregunta, de ahí su apodo, el cual portaba con orgullo.

El viernes, contra todo pronóstico, el puerto reabrió operaciones; el huracán se había degradado y los cruceros estaban listos a partir. Carmela, al escuchar esta noticia, fue a visitar a “Madame Señora”, la vieja adivina para que le hiciera una profecía o que le leyera las cartas.

—Los vientos de cambio te son propicios, pide trabajo en el barco. Libérate de todo lo que no es tuyo y vete a la aventura.

—¿Qué será de Pogo? —preguntó sabiendo la respuesta. Ambas rieron.

Regresó a casa y empezó a hacer maletas. El muchacho no era suyo, ya bastante había lidiado con él. Le dejó una nota sobre la mesa y partió al puerto.

Pogo llegó al día siguiente, preparado para la reprimenda que nunca llegó. El viento que entró por la ventana voló el papel que cayó detrás de la alacena. Nunca lo vio. Recorrió la casa gritando el nombre de la tía, ignorando el temblor en su voz cada que la llamaba.

Doña Gertrudis, la vecina, lo escuchó y se apersonó en la puerta principal.

—Muchacho, no la busques; se fue desde ayer, llevaba muchas maletas. “Tengo prisa”, me dijo y
voló, creo que iba a pedir trabajo en uno de los grandes barcos.

Le agradeció la información y salió a la calle. Otra vez sólo, sin dinero, sus pasos lo llevaron al puerto donde se acomodó en un barco pesquero. Era alto para su edad y nadie le cuestionó nada. Con quince años se hizo a la mar. Levantó la mirada al gran barco y le pareció ver a su tía, con aquella mascada blanca de la que se sentía tan orgullosa ondeando detrás de su cabeza.

Ocho años pasaron. Pogo había ascendido a capitán de su propio barco, propiedad de Joaquín Leiva. Apreciado por su honradez, no era ajeno a los afectos de las jóvenes que veían en él a un buen partido, para horror de los padres que no veían a sus hijas casadas con un huérfano. Poco se sabía de sus padres y la tía lo había abandonado, pero eso no fue obstáculo para él. Conservaba la casa, a pesar de los constantes robos. Tenía clara su meta, comprarle el barco al sr. Leiva.

Saliendo de la cantina, le avisaron que había gente en su casa, sin detenerse corrió a investigar. Al doblar la esquina vio la puerta abierta. Detuvo su carrera al ver salir a una anciana.

—Acércate Pogo, no temas. Soy la adivina del pueblo; seguro has escuchado hablar de mí.

Pogo negó moviendo la cabeza.

—¿Qué hace en mi casa? —preguntó, intentando mantener la calma.

—Carmela ha vuelto, pero espera. No está bien. Agarró una enfermedad en Haití. La corrieron del barco y ha venido a morir en casa.

—¡Ésta ya no es su casa! —gritó mientras la hacia un lado.

La encontró sentada en un sillón. Muy delgada, su otrora lustroso cabello, ahora cenizo y maltratado. Sus manos cubiertas con guantes, a pesar del intenso calor.

—¡Pogo, mijo! Mira que grande estas.

—¿A qué has vuelto?

—Quiero morir en mí casa, pedirte perdón.

—Esta casa es mía, solo tenía quince y me dejaste solo, no te importó nada.

—Te dejé la cuenta de la herencia de tus padres, podrías haber vivido sin problemas.

—¿Cuál cuenta, de que habla?

—La nota que deje en la mesa, las cuentas…

Un sonido afuera los hizo callar. Pogo se asomó a la puerta y vio a la adivina alejarse, riendo de manera ruidosa. Al verlos les tiró un dedo apretó el papel blanco sobre su pecho y corrió.

Comentarios (2):

Osvaldo Mario Vela Sáenz

17/04/2025 a las 19:00

Hola compadre José. Un abrazo.

Me llamo la atención el título de la historia. Al empezar la lectura me topo con Pogo, un chamaco joven con ese nombre y sobrenombre. Así es que traté de profundizar mis conocimientos y quise saber el significado de Pogo, se trataba de un baile, ypense el compadre ahca alegre sefuramente se tratara de una gran fiesta.

Descubro después, que no hubo fiesta, pero lo que si hubo fue baile y mira que tremenda bailada se llevó el pobre Pogo, por la adivinadora del futuro que se adueñó de la casa.

Mucha historia por contar, con un ritmo claro y sin tropiezos de lectura. seguiré dándome la vuelta ára ver que sale a relucir en los comentarios. ya regreso despues.

Patricia Redondo

19/04/2025 a las 13:27

Hola Jose , soy tu vecina de dos pisos más arriba así que este mes me tocó leerte y comentarte y está bien por que he disfrutado de la lectura de tu texto.

No soy muy ducha en esto de analizar y comentar los textos asi que hablo solo desde el placer que me produce la lectura. La tuya me ha gustado, es un texto dinámico , que interesa de principio a fin , con descripciones precisas , sin ser pesado , muy bien ambientado. Y menudo final más tremendo que cierra una historia sin fisuras.

Por poner un pero , y esto a lo peor es más falta mia que tuya por no conocer los modismos, no entendí este parrafo:

Carmela nunca fue una mujer amorosa, él siempre fue un estorbo. Vago irredento ponía loca a su parienta. No rechazaba un soborno de parte de ella, pero lo más común era que con un chanclazo, le reacomodara las chacras y le hiciera ver el infierno, dependiendo de la gravedad de la falta.

El resumen : me ha gustado. Estoy dos cuentos más arriba por si te apetece pasarte.

Nos leemos!

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