Literautas - Tu escuela de escritura

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Portales - por CarmenigneR.

Justo a tiempo. Pasó sin que la vieran. Con sus dotes de actriz, había logrado convencer al hombre de seguridad. Luego de unas lágrimas de cocodrilo y la mímica de buscar infructuosamente en su cartera, sumado a la multitud que empujaba para pasar, logró que se distrajera y seguramente se olvidara de su presencia. En cuanto dio vuelta la cara para contestar a una anciana y ordenar a un grupo de adolescentes, ella se escurrió hacia una de las múltiples puertas de entrada al barco. Aceleró el paso, subió escaleras, y entró al salón de uno de los baños repleto de espejos. Cuando uno de los cuartos individuales quedó libre, se coló raudamente, cerró la puerta y se sentó en el inodoro. Respiró profundamente, esperando que los latidos de su corazón cesaran.
Permaneció allí bastante tiempo, el suficiente para escuchar la conversación entre dos jóvenes que perpetraban juntas una emboscada amorosa. Una mujer, seguramente mayor con una voz ronca y desgastada, preguntó mientras golpeó fuertemente, si le faltaba mucho. Elena respondió como si estuviera haciendo fuerza para evacuar el intestino, frente a lo cual la primera contestó solidariamente: “no hay problema ya quedó otro vacío”. Había orinado, pero seguía sintiendo intensos deseos.
Tenía que concentrarse en el próximo paso. El crucero era de varios días. Siempre había querido hacerlo, así que ahora toda su energía debía de estar puesta en pensar como permanecer en el barco de la forma más desapercibida posible y lograr un mínimo de comodidad.
Esperó que hubiera silencio. Al salir, el espejo le devolvió una imagen distorsionada. Se tocó la boca y recogió uno de sus dientes. Comenzó a caminar. Luego de observar donde estaban los botes salvavida, concluyó que era un buen lugar para dejar la mochila y pasar la primera noche.
A lo lejos un joven reía de forma estruendosa. Era Iñaki. Hacia muchísimo que no lo veía, le asombró que estaba exactamente igual que cuando compartían el secundario. Conversaba con su madre que había muerto ese mismo año ¿o no?.
Caminó con seguridad y un atisbo de soberbia, sintiendo que de esa forma estaría más acorde a las personas que tenían una estadía legitima en el crucero. Era lo suficientemente grande como para permitirle desplegar alguna estrategia de permanencia desapercibida, sin descartar algún soborno a los empleados de escaso rango que suponía más solidarios y que tendrían una mayor disposición a ayudarla.
Miraba a los ojos al personal tratando que su temor no tuviera como consecuencia el ser descubierta y expulsada, evitando así una profecía autocumplida.
Se hacía la noche, y en el comedor había un ajetreo propio de la primera cena. Fue a buscar al bote su ropa para cambiarse: un pantalón negro, una camisa de seda blanca con plumas de colores. Las plumas se caían de dos en dos. Finalmente logró apretarlas hasta que quedaron pegadas.
Se sentó en el comedor. Desde la mesa de enfrente, una mujer la miraba fijamente. Su rostro le resultaba familiar. La mujer le hizo una guiñada y se levantó a saludarla. Se acercó y aproximando su rostro, le habló salpicándola con múltiples gotas de saliva:
−Soy la mulata. Me llamaban así ustedes, ¿verdad?
Continuó diciendo:
−Te vi entrar. ¿No encontraste tu billete aún? – empequeñeciendo a su vez los ojos y enarcando las cejas.
Un escalofrió recorrió a Elena. La mulata era la niña de la que todos se burlaban. Tenía la piel color aceituna, bastante desaliñada y tenía algunos kilos de más. Muy segura de sí misma, nunca la pudieron amedrentar
Recordó que, si bien ella no era de las que más la agredía, también recordaba omitir cualquier tipo de ayuda o resistencia. Mirando ahora a esa hermosa mujer que tenía enfrente cuyos ojos hacían juego con su piel y con su bello vestido, sintió toda la vergüenza que no había sentido en todo su periplo ilegal por el crucero, ni por la primaria.
De pronto se miró y descubrió que no tenía puesto el pantalón y unas plumas colgaban de su bombacha. Un grupo de compañeros de trabajo la miraban y se reían de ella, señalándola. No podía respirar. La mulata reía, mientras le decía:
−Elena tengo una habitación doble. Tú no tienes nada
Empezó a sonar una alarma muy fuerte, el volumen iba ascendiendo cada vez más. Vio fuego en la escalera. Los demás pasajeros parecían no darse cuenta del peligro. Comenzó a correr hacia la baranda. Escupió otro diente. El deseo de orinar iba en aumento.
Cuando iba cayendo al vacío…se despertó

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