Literautas - Tu escuela de escritura

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El símbolo de la rosa - por Diana TR.

La taberna “Ballena Azul:BarCompany” estaba literalmente en un barco, unido a la costa por un puente colgante que era la pesadilla de los borrachos que intentaban cruzarlo.
Era el lugar favorito de Julian, y no sólo por el alcohol, la música jovial y la despreocupación que lo invadían, sino por el suave balanceo que le recordaba sus años en el mar, cuando su día se resumía a trapear la cubierta, comer atún y rememorar con notas desafinadas las hazañas de otros navegantes.
¡Cuánto tiempo había pasado de la última vez que había gozado esos lujos!
Ahora el dinero había pasado de ser un tesoro por el cual alardear para convertirse en algo que apenas alcanzaba para sobrevivir. Por ello, las visitas al Ballena Azul se limitaban a los días muy malos.
Y si ese día iba mal, empeoró al abrir la puertecilla de madera y encontrarlo dentro. Habían pasado diez años, pero podrían haber sido cien y seguiría reconociendo ese olor a sal, cabello desaliñado color carmesí, hombros anchos y porte presuntuoso.
El Capitán.
“Quizás no me ha visto”, pensó y se dispuso a retirarse cuando sintió una punta helada presionarle la zona lumbar.
Giró lentamente e identificó a Colmillo de Sable, un hombre flacucho y de tez oscura, que en un arranque de locura se había sometido a una operación para reemplazar sus molares por dientes de piraña. A su lado, una mujer cuya identidad le era desconocida sujetaba la espada; tenía una melena morada y una apariencia tan repugnante como la de su compañero.
Julian dio un paso precavido hacia la barra, comprendiendo el mensaje. Se sentó con la cabeza gacha y jugueteó con una moneda de oro, hasta que el Capitán se aclaró la garganta.
—Tanto tiempo, Jules. Estás idéntico.
—Es Julian —aclaró él, sin dignarse a levantar la cara.
—Te preguntarás por qué regresé.
—Me interesa más cuándo te largas.
El Capitán soltó una carcajada tan estridente que sacudió el casco del barco. Creía que era una broma.
—Te daré una oportunidad, Julian. ¡Otra más! Estoy tras una pista y me vendría bien otro navegante. Sé que ese joven aventurero sigue aquí —dijo, señalando a su pecho.
Julian levantó la cabeza, y miró directamente a sus ojos inyectados en sangre.
—El Julian de esos tiempos ya no existe. Tengo una esposa. Un hijo. Soy feliz. Mi respuesta es la misma que hace diez años. No puedo seguir persiguiendo tus fantasías.
—Bah, entonces sigues siendo un cobarde.
—Tú, que huiste cuando mi madre estaba en su lecho de muerte, ¿me llamas cobarde?
Esto pareció afectar al Capitán, quien se sacudió en su lugar.
—Sé que necesitas el dinero. Tú también lo sabes. —Cuando no lo negó, continuó—. Esta vez tengo pruebas. Todo inició con este espectáculo de bailarinas. Al terminar, llevé a la actriz más sensual a mi camarote…
Julian se estremeció por su tono casual y se negó a imaginarse cómo luciría.
—…pero esta vez, cuando el vestido cayó al suelo, ocurrió algo mágico. Su piel se disolvió en cientos de estrellas que abandonaron por la ventana, y apuesto a que no adivinas qué encontré dentro de su falda. —No intentó adivinarlo, pero tampoco fue necesario—. Un mapa, Jules. Un mapa y una profecía… sobre el símbolo de la rosa.
Julian presionó los ojos con fuerza. No debía mostrar la curiosidad que ahora hervía dentro de él. Si era verdad… No. No podía considerarlo.
—Debo irme —dijo, poniéndose de pie, pero el Capitán fue más rápido y sujetó su hombro con tanta fuerza que pudo haberlo dislocado.
—Lleva esto a tu mujer —musitó, entregándole un morral. Incluso sin abrirlo, Julian sabía lo que era.
—No quiero tu soborno.
—Considéralo una disculpa.
Julian puso los ojos en blanco, le arrebató el dinero y salió del bar. El Capitán no lo detuvo, pero sí le gritó un último “Te extrañé, hermanote”.

No pudo darle el dinero a su esposa. Entre el techo caído, el niño enfermo y las deudas, no podía decirle de su visita al bar, y no había otra forma de justificar la bolsa de doblones. Así que al llegar, fue directo a su habitación.
Algo en el alféizar captó su atención. Otra bolsa con oro y una nota que inmediatamente reconoció como del capitán.

“Oi en mi barko. Mebianoce”

Julian pasó una mano por su antebrazo, donde tenía el tatuaje, la única evidencia de su temprano encuentro con el símbolo de la rosa. Lo peor fue que después de todo, consideró asistir.

Ccomentarios (1):

Osvaldo Mario Vela Sáenz

17/04/2025 a las 17:15

Buenas tardes, Diana. saludos desde México.

el taller claramente nos propone cuéntame una historia y vaya que lo que cuentas despierta mi curiosidad: empezando con el título. El símbolo de la rosa; con tatuaje en el antebrazo y todo.
Vaya que tienes mucho que contar. Setecientos palabras me parecen pocas.

Veo que tienes en ciernes un trabajo que podria dar material para un libro completo. Después de paladear tu escritura, solo te digo que el mundo de las letras es de los atrevidos, Atrévete.

Espero que, en el transcurso de los comentarios, conocer algo más de la Historia.

Felicidades y adelante.

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