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LA EXTRAÑA DESAPARICIÓN DE FOXXY LUST - por juanjohigadilloR.
El señor Wilson me había citado en su yate para que le entregara el informe definitivo de mi investigación. El muelle deportivo era inmenso y el barco estaba al final del último pantalán. Antes de acceder tuve que permitir que los gorilas del señor Wilson me cachearan. O que me sobaran, no sé qué sería más adecuado.
—El jefe le espera en la cubierta de proa —me dijeron al acabar.
Al cruzar la pasarela escuché, desde algún lugar cercano, “She’s the one” de Springsteen, y pensé que la canción parecía encerrar algo premonitorio, una extraña profecía que no tardaría en cumplirse.
Norman Wilson, conocido como “King Kink” en el mundillo del porno, me esperaba fumando un habano, tumbado en una hamaca.
—Bienvenido, señor Salgado. Le estaba esperando. ¿Alguna novedad?
—¿Puedo…? —pregunté señalando una hamaca vacía.
—Oh, sí, sí, claro. Discúlpeme. ¿Le apetece tomar algo?
—No, gracias. Seré breve.
—Está bien, señor Salgado. Usted dirá.
—Para ser sincero, poco puedo añadir a lo que ya le dije por teléfono: Foxxy Lust ha desaparecido de este mundo.
—¿Quiere usted decir que está… está muerta?
—No, en absoluto. Quiero decir que ha desaparecido porque ha querido desaparecer, de manera voluntaria.
—No le entiendo, señor Salgado. Explíqueme eso de la desaparición voluntaria.
—Pues eso, que ha querido desaparecer. Hasta donde he podido averiguar, la señorita Evelyn Taylor ha vendido su mansión, se ha deshecho de sus acciones y ha transferido el dinero de todas sus cuentas a un banco offshore en Belice. Y eso sólo lo puede hacer ella personalmente.
—¡Pero si se estaba forrando! Y más que iba a ganar con los royalties que generararía la muñeca “Foxxy Lust”. No entiendo nada.
—Es fácil de entender, señor Wilson. Como usted sabrá, la señorita Taylor decidió entrar en el mundo del porno cuando fue despedida de su anterior trabajo, y porque necesitaba muchísimo dinero para costear el tratamiento contra la leucemia de su novio.
—Sí, sí. Ya sabía eso. Pero… ¿por qué dejarlo ahora?
—Se cansó, sencillamente. Su novio falleció hace tres años y ella ya ha amasado una fortuna suficiente para vivir como una reina en cualquier parte del mundo.
—Sí, una fortuna que ganó abriéndose de piernas. ¡Y bien que gozaba en los rodajes, la muy…!
«Menudo hijoputa» pensé, pero me callé.
—Olvida usted que era actriz. Actriz porno, sí, pero actriz al fin y al cabo. Bien podía estar fingiendo.
—Pues fingía de cojones. Y ahora, señor Salgado, quiero su opinión. ¿Dónde cree usted que podría estar Foxxy…, perdón, la señorita Taylor? Con ese pelo rojo tan característico la reconocerían en cualquier parte. Según la página “Adult hook” es la actriz porno más conocida del mundo. Lo tiene difícil sin ayuda exterior.
—¿Usted cree? Eso se soluciona con un buen corte de pelo y un buen tinte; nada del otro mundo. La señorita Taylor no es tonta. Es licenciada en Relaciones Internacionales y en Ingeniería de Organización Industrial, habla cuatro idiomas y es una experta en informática, además de ser una cinéfila empedernida y una lectora voraz. Por si fuera poco, está en contacto con una editorial para publicar sus memorias y hacer públicos los trapos sucios de la industria. Y por lo que se dice, usted no sale muy bien parado.
El puro se le cayó de la boca.
—¡Mierda! —exclamó. Yo no sabía si lo decía por el puro o por la publicación de las memorias— Tiene usted que encontrarla. Como sea. Ponga usted el precio.
—No, no, señor Wilson. Ya le dije que este informe es definitivo, y con eso acabo con este asunto. Buenas noches.
—Espere. Diga una cantidad. Haga lo que sea. El dinero no es problema.
—He dicho que no. ¿Esto qué es, un intento de soborno?
—Oh, no, por Dios. No me malinterprete, pero tengo interés en encontrar a la señorita Taylor.
«Sí, sí. Para que no publique esas memorias, cacho cabrón» pensé.
—Pues eso tendrá que encargárselo a otra persona, señor Wilson. Mi trabajo acabó aquí. Buenas noches.
—Piénseselo, señor Salgado. Hay mucho dinero de por medio.
—Está más que pensado. Adiós.
Me levanté para irme, pero uno de los gorilas me cortó el paso.
—Déjalo ir, Mike —dijo Wilson.
Me alejé de allí pitando. Miré mi teléfono; tenía un mensaje:
“¿Qué tal te ha ido, cielo?”
“De maravilla. Se lo ha tragado todo. Podemos estar tranquilos” escribí. “¿Estás en la furgoneta?”
“Sí, aquí estoy”
“No tardaré, Evelyn. Estoy allí en cinco minutos. México nos espera”
“Buen trabajo, cariño. Date prisa. Estoy impaciente…”
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