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Teatro Infinito - por Hugo Andres+18

Para ser un día de primavera, en el puerto de aquel pueblo, una extraña y densa niebla, como el pesado visillo de una cortina que oculta lo que hay detrás, rodeaba el maltrecho muelle donde atracaría el barco. A bordo viajaba la compañía de actores ‘El Nuevo Horizonte’, artistas infames, desgastados por los años sobre las tablas y por la interminable búsqueda de una gloria que, para algunos, ya nunca llegaría.

Margarita, quien se destacaba en la decadente compañía más por su belleza que por su talento, había conseguido su lugar gracias a un generoso soborno que su padre pagó al antiguo dueño, asegurándole el primer puesto en las audiciones pasadas y garantizando su permanencia en ‘El Nuevo Horizonte’ por todo el tiempo que deseara. Ella había insistido en unirse a una compañía itinerante de teatro, convencida de su destino desde el día en que, en una feria del pueblo, consultó su suerte y le aseguraron que llegaría a ser una eterna gran actriz.

Entre la pesada niebla y el lento avanzar del barco, Margarita distinguió el maltrecho muelle cada vez más cerca. Pronto se dio cuenta de que no solo el muelle estaba deteriorado: la ciudad entera se veía gris y sucia, como si estuviera abandonada. Solo una luz brillaba en la lejanía, casi al límite de lo que su vista alcanzaba. Intrigada, preguntó:

—Capitán, ¿Qué es esa luz que se ve al final del pueblo?

—Esa luz es la del Teatro Infinito —respondió el capitán.

—Qué nombre más peculiar —dijo Margarita—. ¿Por qué se llama así?

El capitán la miró con una expresión insondable antes de responder:
—Porque ahí los aplausos nunca terminan.

Un escalofrió recorrió el cuerpo de Margarita. Fue el recuerdo de un breve relato que había escuchado alguna vez, tal vez en un sueño, o quizás en una profecía; no lo recordaba bien, pero esa sensación de frío y soledad la acompañó el resto de su estancia en el pueblo.

Luego de un día en la despoblada ciudad, Margarita notó una sombra que la seguía. Se acercó con miedo, pero su curiosidad le dio el valor suficiente para descubrir quién o qué la acechaba. Cuando alcanzó aquella figura, su corazón se detuvo por un instante: era Madam Villo. Un recuerdo invadió su memoria.

Era la misma adivina que, años atrás, le había predicho un gran futuro en el teatro. Y también era la misma que le había contado la historia del Teatro Infinito. Entonces lo recordó todo.
Los aplausos, sí, eran eternos. Pero aquellos ansiados aplausos, los que la infame compañía tanto deseaba, solo se ofrecían a los muertos

Presa del terror, Margarita corrió de vuelta a la pequeña posada. Sus pasos resonaban en las calles vacías del pueblo, y la niebla la envolvía, como si intentara impedir su huida. Cuando, sin aliento, abrió la puerta de la posada, el horror la golpeó con fuerza.

Allí estaban.

Todos sus compañeros colgaban de la viga principal, vestidos con los trajes que usarían en la última función. Sus cuerpos inertes parecían parte de una macabra puesta en escena, una obra que nunca llegaría a su fin.

Margarita sintió un nudo en la garganta. Lágrimas brotaron de sus ojos, pero no huyó. No podía. con una mezcla de horror y resignación, susurró:

—Los aplausos serán eternos… y serán para toda la compañía.

Se puso su traje, el más bello de todos. Subió a una silla, pasó la cuerda alrededor de su cuello y, con un último suspiro, se dejó caer.

Los aplausos retumbaron en la oscuridad.

Interminables.

Eternos

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