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Señales - por Carmenigne
Todo comenzó en la vieja estación. Emilio iba el único día en que pasaba el tren por el pueblo, para ver cómo descendía o partía algún conocido. Se quedaba hasta que la estación se vaciaba completamente. Le gustaba el silencio luego del ruido de la gente. Sentía una especie de comunión con cada uno de los elementos del recinto. Los conocía desde que era pequeño y treinta años después todo permanecía igual. Nada había cambiado: ni la estación, ni el pueblo, ni los pocos vecinos que quedaban, salvo los nuevos, los de la comunidad del edificio frente al suyo.
Este ritual lo hacía desde mucho tiempo atrás. Le tocó despedir amigos que se fueron a la ciudad, pero él prefirió quedarse en la casa de siempre, con sus padres, que habían muerto hacía ya unos años. Una noche sentado en una de las viejas butacas de madera, se hallaba esperando en la estación a que las horas se sucedieran para volver a su casa.
Desde la mañana, se había sentido extraño. Ensimismado como estaba sintió de pronto un sonido hueco y murmullos. Una presión en su hombro derecho hizo que rápidamente se levantara observando el espacio conocido, mientras percibía ese fuerte olor a la sustancia que ponía su madre para desobturar los caños.
Revisó los pocos lugares que no le eran visibles. Caminaba lentamente, girando su cabeza hacia atrás reiteradamente como para sorprender a alguien. Miró debajo de las butacas, del mostrador de informes, en el espacio oculto de las vías del tren, detrás del pie del reloj que marcaba las 21.13. De pronto observó la vieja cabina del teléfono que ya casi nadie usaba. Últimamente la gente no le prestaba ninguna atención. Cada uno tenía su propio aparato. Él nunca había querido tenerlo, conservaba su teléfono de disco que seguía funcionando. Se dirigió hacia la cabina, abrió la puerta que emitió un quejido agudo, al mismo tiempo que un fuerte olor a flores de cementerio lo sorprendió. Sentía que le faltaba el aire. En ese preciso instante el viejo teléfono comenzó a sonar. Se sobresaltó, su piel se erizó totalmente. Dudando, levantó el pesado auricular que se mantenía unido por un cordón al viejo aparato. Esperó conteniendo la respiración. Del otro lado sintió el sonido de un tren, y unas palabras ininteligibles. Fue incapaz de hablar. Miró a través de los vidrios de la caseta y vio unas sombras que se escurrían por la puerta. Las palabras resonaban en su cabeza. Ahora mas nítidas, le ordenaban cosas.
Esa noche había sido inquietante para Emilio. Los golpes que escuchaba no le habían permitido descansar. En la mañana se levantó de la cama apoyando los pies en las baldosas heladas. El espejo sobre la cómoda le devolvió una imagen deslucida, extraña. Se pasó la mano, blanca con sus dedos largos, por el cabello, alisándolo. Le pareció que estaba más ancha, hinchada. Se apretó una contra otra y sintió que los contornos iban desapareciendo. Aguzó el oído. Aún sentía los susurros y el eco de un sonido persistente en su cabeza. Luego de ponerse sus viejas pantuflas, fue a la cocina a prepararse el desayuno. Calentó el agua, puso dos cucharadas de café en el filtro y volcó el líquido hirviendo en la taza de hojalata. Sorbió lentamente evitando quemarse los labios, los que a pesar de la temperatura no sentía. Tomó un trozo de pan de la alacena. Lo dejó caer dentro del café caliente observándolo hasta que se disolvió completamente. Con la cuchara tomo trozos de pan embebido engulléndolos uno a uno. Sentía como se le trababan en la glotis, pero los empujaba con el trozo siguiente. Otra vez escuchó el sonido y las palabras eran ahora más claras: “llegarán 21:13”.
Se acercó a la ventana que daba al exterior desde la cual podía ver el edificio nuevo de enfrente. En la noche había percibido como las luces de los balcones estaban encendidas con un determinado orden. Tardó en descubrir que formaban una figura que tenían un significado. Dos encendidos en un piso, uno alternado con otro en el siguiente y luego tres seguidos en el tercer piso. 2 1 1 3. La mujer del edificio nuevo de enfrente simulaba colgar la ropa mientras hacía gestos hacia la terraza contigua. Sintió terror.
Para distraerlos, Emilio decidió volver temprano a la vieja estación tal como le decían las voces. Ahí esperaría al tren y luego ejecutaría la orden. Irrevocable. A lo lejos sonaba el teléfono y las sirenas de una ambulancia.
Comentarios (6):
Carlos Tabada
19/03/2025 a las 14:51
Pues me gusta este relato. Me gusta que no esté claro si es un demente, un iluminado, un transustanciado o qué. Me gustan cosas que aportan al relato sin saber cómo, edificio viejo/nuevo. Me gusta la sucesión de frases cortas del principio y me gusta la frase “luego del ruido de la gente”.
No me gusta mucho la primera frase, y si hay forma de hacerlo sutilmente, añadiría peso a la introducción de los números, al llegar a la segunda mención ya no me acordaba
Lidia Villa
20/03/2025 a las 18:39
Hola Carmenigne,
Tu relato me deja confundida jajaja. Me gustó leerlo y al mismo tiempo me producía rechazo, si esa era tu intención, enhorabuena. Me parece brillante el no saber si Emilio es demente, poseído o simplemente es una victima de las circunstancias.
Como detalle, yo hubiera dejado algo más claro el mensaje de las voces y el papel de los vecinos de enfrente, aunque entiendo que por la extensión es complicado.
En resumen, me gusto mucho.
¡Nos leemos!
Carmenigne
20/03/2025 a las 21:18
Gracias Carlos! Gracias Lidia! La extensión en esta oportunidad me resultó una limitación díficil de sortear. Es un buen ejercicio intentar lograrlo. Agradezco el aporte de ambos.
ABAL
20/03/2025 a las 22:24
Hola Carmenigne.
Gracias por comentar mi relato. Te lo agradezco, soy virgen en estas cosas. Como no soy de criticar nada, te diré que tu relato se llena con los cinco sentidos. Olfato, tacto, vista, oído y gusto ¡No te has dejado ninguno! y eso imprime carácter. La vida está envuelta en secretos desconcertantes. Ahora escribo a alguien que no conozco de nada. Ni siquiera sé si eres humano. Bromas aparte. El misterio está ahí pero tampoco sabemos que ocurre. Mejor. Alimento para la imaginación.
Carmenigne
21/03/2025 a las 15:23
Gracias Abal!!! es parte de la magia, escribir sin saber nada del otro excepto lo que uno percibe a través del texto. Soy un ser humano. jajaja
El Monje
26/03/2025 a las 18:27
Me cuesta entenderlo del todo (tengo poca imaginación). No se cuales han sido las órdenes recibidas, pero lo ha decidido, o él o los vecinos de enfrente.
Las frases cortas y seguidas le dan ritmo, pero creo que mejoraría si los párrafos no fueran tan largos, sobre todo los dos del centro.