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El último tren - por PsicolochimpunR.+18

Amanda se sentó a esperar al tren, y se arrebujó en su cortavientos. Regresaba de visitar a un médium que vivía y trabajaba en un pueblecito casi desconocido en la provincia de Segovia, porque una compañera del grupo de apoyo al duelo al que acudía martes y jueves le habló sobre él.
La visita había sido tan inútil como la de los otros 10 médiums: Su hija, fallecida un año antes en un accidente de tráfico, no había contactado con el maldito estafador, pero Amanda aún podía sentirla en casa: escuchaba su tarareo en mitad de la mañana, la veía asomada al quicio de puerta de la cocina cuando preparaba potaje… Su hija estaba, pero sin estar.
—A veces pueden tardar unos días en dejar algún mensaje. Ten paciencia, mujer —había dicho el médium, relamiéndose mientras Amanda abría la billetera.
—Claro, lo que usted diga —había respondido Amanda, con voz plúmbea y átona, mientras pagaba los 200 € de la sesión de espiritismo.
Amanda reprimió un bostezo y miró de lado a lado el andén de la estación, sumido en una noche fría y cortante. No había nadie más que ella y un par de jóvenes en un banco en la otra punta del andén. Su vista vagó de esos jóvenes a la máquina expendedora que exhibía bolsas de patatas y, finalmente, su mirada se posó en una vieja cabina telefónica de estructura oxidada y encanto añejo. A Celia le habría encantado: con 16 años todo lo "vintage" y lo "aesthetic", fuera lo que fuera eso, le parecía "fantasía", o algo así. Amanda sonrió, con una punzada de nostalgia.
Su mente comenzó a bucear entre miles de recuerdos con Celia y justo cuando Amanda sentía que, una vez más, iba a ahogarse en un llanto silencioso, un sonido vibrante y agudo interrumpió sus pensamientos: el teléfono estaba sonando.
Al primer tono, Amanda oteó a su alrededor, percatándose de que los jóvenes seguían mirando historias en TikTok como hacía un rato, sin levantar la mirada; al segundo, se acercó a la cabina; al tercero, alzó su mano, temblorosa; al cuarto, y sin saber bien el porqué, descolgó el teléfono y se puso el frío y polvoriento auricular en la oreja. Su respiración entrecortada formaba volutas de vaho que se perdían en la noche.
—Mamá.
—¡¿Celia?! —cientos de preguntas se agolparon en los labios de Amanda y, ante la imposibilidad de formular ninguna, un torrente de emociones rompió en dos su pecho y sus ojos comenzaron a desbordarse de lágrimas. Llevaba mucho tiempo sin oír esa voz; llevaba mucho tiempo muriendo por volver a hacerlo.
—Mamá, no tengo mucho tiempo. Solo quiero pedirte que dejes de buscarme, te perdono.
—Cariño… la que no se perdona soy yo. Ojalá hubiera muerto yo misma —dijo con un susurro entrecortado.
—Mamá, échame de menos, pero no frenes tu vida por mí. El accidente no fue culpa tuya. Sigue adelante y yo también podré seguir.
—¿Dónde estás? ¡Iré contigo! —soltó de pronto Amanda.
—Adiós, mamá. Te quiero —y colgó.
Amanda comenzó a chillar y a llorar. Los jóvenes se giraron, extrañados, hacia esa mujer que yacía de rodillas en el suelo, suplicando al auricular de la cabina de teléfono. En cuanto llegó el tren, ellos lo tomaron y dejaron a Amanda sola en la estación, con su corazón perforado y lanzando alaridos al cielo.

Pasaron los meses y Amanda prácticamente vivía en la estación de tren. Múltiples personas habían intentado entender el porqué de su presencia. Amanda solo respondía que ese era el lugar donde debía estar, por si su hija volvía. Pronto fue conocida como "la loca de la estación" y la dejaron estar, tampoco molestaba a nadie. Sin embargo, el tiempo consumió a Amanda aún más de lo que la muerte de Celia lo había hecho y el hecho de que su hija no volviera a llamar le impulsó a tomar esa decisión que llevaba macerando en su mente desde la llamada telefónica. Una noche, esperó al último tren que pasaría por esa estación segoviana y, cuando oyó su traqueteo acercarse, se levantó y caminó hasta el borde del andén, con paso solemne. Y saltó.

Un hombre espera, cabizbajo, a que llegue el tren para llevarlo del pueblo de vuelta a Madrid. No hay mucha gente en la estación de tren, pero, cuando suena el teléfono, solo él se gira mirando a la vieja cabina. Sin ser consciente de por qué, cede a su impulso de coger la llamada.

Comentarios (5):

IreneR

17/03/2025 a las 15:19

Buenas, Psicolochimpun.

Pobre Amanda. Creo que la llamada de teléfono le hizo incluso ponerse peor que antes. Igual habría sido mejor que no hubiera contestado y siguiera pagando a los medium para contactar con su hija. Un trágico final.

Sobre la última parte. Entiendo que está ahí para poder poner que el relato participa en el reto, sin embargo, no veo que aporte nada al texto. Me parece una historia aparte, sin ninguna conexión con lo que hemos leído. O yo no la he visto.

Nos leemos.

Un saludo.

Irene

Carmenigne

18/03/2025 a las 14:19

Hola Psicolochimpum! Lo lei de un tiron. Me parece un relato bien armado, y que integra la consigna de forma fluida. Trasmite la tristeza y la culpa. El final me resultó interesante porque abre un poco más dejando que el lector pueda imaginar: quien llama, si la historia vuelve a repetirs. La estación y el teléfono como escenarios donde se cruzan historias tiene fuerza. Me resultó ameno.

Yvonne (María Kersimon)

21/03/2025 a las 23:14

Hola Psicholochimpun,
Me conmovió la primera parte del cuento, hasta la llamada y el diálogo entre madre e hija. Has sabido transmitir emociones muy hondas. He llegado a sentirlas. La segunda parte y el desenlace ya no me han llegado tanto. Sabes expresar sentimientos en la escritura, esto vale mucho.
Saludos.

ABAL

24/03/2025 a las 21:38

¡Hola!
No escribo el nombre porque seguro que lo hago mal.
El relato me ha gustado mucho y me ha conmovido. Es de lo que se trata. Sentir la historia de una madre desesperada que no admite la perdida de la hija y la busca, como Dante, aunque sea llegando a los infiernos buscando la muerte.
¿Sobra algo? No soy tan experto como para deducirlo. La madre se ha agarrado a lo único que le daba esperanza esperando de nuevo al timbre del teléfono. A veces en sentido figurado todos esperamos una llamada de aliento.
Saludos

El Monje

26/03/2025 a las 18:01

La primera parte me ha entusiasmado, sabes transmitir el dolor y la pena de una madre ante la pérdida de su hija. Sin embargo, el final lo dejas demasiado abierto, por lo menos para mí.

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