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La llamada al cambio - por CLAUDIA AVILA VARGASR.

La llamada al cambio

Como siempre caminaba con prisa por la estación de TransMilenio, esquivando cuerpos apresurados y vendedores ambulantes que ofrecían desde dulces hasta libros. Su mente estaba ocupada en la clase que impartiría en pocos minutos, en los informes que debía entregar, en las quejas de algunos padres sobre las adaptaciones curriculares que tanto evitaba hacer. No tenía tiempo para más.
Al ingresar a la estación, algo sucedió. El ruido de la ciudad se disipó. Los anuncios electrónicos se apagaron, y cuando el profesor parpadeó, el suelo bajo sus pies ya no era el de un bus articulado, sino el de una estación de tren antigua. El frío del metal oxidado impregnaba el aire. Las luces eran tenues, y un velo de niebla cubría los rieles. A su alrededor, las otras personas también habían cambiado, sus ropas no eran las mismas, parecía una escena de otro tiempo, pero aún así los pasajeros parecían no notar que las cosas estaban cambiando. Entonces lo oyó.
El sonido de un teléfono público.
Era un aparato viejo, de esos de metal con el auricular pesado. Nadie lo usaba. Nadie lo miraba. Pero sonaba insistente, como si lo llamara a él.
Intentó ignorarlo. Se dio la vuelta, pero con cada paso, el timbre se hacía más y más fuerte. Otros transeúntes comenzaron a notar la extrañeza del sonido. Algunos sacaron sus celulares, confundidos. Sus rostros pasaron de la indiferencia a la angustia: en las pantallas de sus teléfonos, en lugar de redes sociales o mensajes, el mismo número desconocido llamaba insistentemente. En ese momento se fijaron en sus ropas, en sus rostros, en ese momento lograron ver que todo estaba cambiando.
A lo lejos los pasajeros le hacían señas para que contestara, a los lejos escucho una voz que le mencionaba – La llamada es para usted Señor, conteste.
El profesor sintió un escalofrío. Dudó, pero finalmente tomó el auricular.
—¿Hola? —su voz se quebró un poco.
Al otro lado, un susurro.
—¿Por qué nunca me viste, por qué sigues repitiendo la historia?
El profesor frunció el ceño.
—¿Quién habla?
— Para que te digo nombres, nunca te interesó saber mi nombre yo solo era un número, yo, yo fui tu estudiante. Fui el niño que nunca levantó la mano, el que evitabas porque mi forma de aprender era diferente. Fui el que mirabas con impaciencia cuando no entendía a la primera, al que dijiste que no valía la pena hacerle ajustes porque "la vida no tiene concesiones". Fui la niña con dislexia que te escuchó decir que "simplemente no se esforzaba lo suficiente".
El profesor sintió un nudo en el estómago. Quiso colgar, pero sus dedos no respondieron.
Las voces continuaron.
—Nos viste y no nos viste. Pasaste de largo, como todos en esta ciudad que no mira de frente a la diferencia. Como el sistema que excluye, como la sociedad que nos llena de barreras.
A su alrededor, los demás transeúntes también escuchaban. Sus celulares vibraban, y las voces llegaban a ellos como ecos de un pasado que preferirían olvidar. La señora con traje de oficina recordó a su hermano con discapacidad a quien su familia ocultaba. El joven que bajó la mirada recordó cómo en la escuela se burlaban de su compañero con síndrome de Down. La vendedora de tintos recordó la voz de su hijo pidiendo apoyo en el colegio y el silencio como única respuesta.
El profesor sintió que el aire se volvía denso. Todo su cuerpo quería correr, huir, alejarse de ese teléfono maldito. Pero las palabras aún no terminaban.
—¿Por qué nunca luchaste por nosotros? —susurró la voz, ya no con enojo, sino con tristeza.
El profesor sintió su propio reflejo fragmentarse dentro de sí. Porque no tenía respuesta. Porque sabía que, de alguna manera, había fallado. Porque su indiferencia había sido una forma de violencia.
El tren sonó a lo lejos. La niebla se disipó. Y de un parpadeo, volvió a la estación de TransMilenio.
El bullicio regresó, la gente corrió de un lado a otro, los vendedores gritaban. Miró a su alrededor, buscando el teléfono público, pero solo había una pared de concreto y una publicidad vieja. Su celular estaba en su mano. Un mensaje en la pantalla:
"Aún puedes contestar. Aún puedes cambiar".
Respiró hondo y, sin pensarlo mucho, comenzó a caminar en dirección contraria a su ruta habitual. Ese día, por primera vez en mucho tiempo, decidió mirar a los ojos a sus estudiantes. Decidió cambiar.

Comentarios (9):

IreneR

17/03/2025 a las 14:01

Buenas, Claudia.

Un relato con mucha crítica social. Me ha gustado mucho. Por desgracia, los profesores no tienen ni el tiempo ni los recursos necesarios para atender como se merece a los niños con otras necesidades. Una pena que todavía vivamos en ese mundo. Ojalá eso cambie algún día.

Sobre la historia:

-“las otras personas también habían cambiado, sus ropas no eran las mismas, parecía una escena de otro tiempo”. Sin embargo, unos renglones más abajo dices que los transeúntes sacaron sus celulares. Si están en otra época, ¿cómo tienen teléfonos?

-“A lo lejos los pasajeros le hacían señas para que contestara, a los lejos escucho una voz que le mencionaba – La llamada es para usted Señor, conteste.”. La llamada debería ir debajo, tras un punto y aparte, ya que empieza a hablar un personaje. delante de señor tendría ir que una coma, pues es un vocativo. Y diría que señor va en minúsculas, no es el nombre de nadie, es solo una manera de dirigirse a esa persona.

Nos leemos.

Un saludo.

Irene

Mónica Bezom

17/03/2025 a las 20:45

Hola, Claudia.

Una historia que interpela, que muestra los fallos sociales sobre las minorías indefensas cuyas voces, a través de los teléfonos, son llamados a la conciencia de cada cual. Un buen relato, me ha gustado.

En cuanto al texto, encontré varias comas precediendo la “y” que no corresponden: “Los anuncios electrónicos se apagaron, y cuando”; “Las luces eran tenues, y un velo”; “Sus celulares vibraban, y las voces”.
En este párrafo: “A lo lejos los pasajeros le hacían señas para que contestara, a los lejos escucho una voz que le mencionaba…”, “a lo lejos” se repite con mucha cercanía; puedes reemplazar la expresión con sinónimos.
Otros detalles ya te los señaló Irene.

Ha sido un placer leerte.

Maria Carmen

18/03/2025 a las 23:59

Hola Claudia, has abordado un tema que pocos se atreven a comentar. Me has llevado en el tiempo… sigue así serás una estupenda escritora.

Buen trabajo, me ha enganchado tu relato.

Saludos.

Myriam

19/03/2025 a las 16:23

Que bueno relato, me impacto volver al pasado y la indiferencia que hay de los profesores con los niños que tienen problemas de aprendizaje.

CRISTINA RODRÍGUEZ

19/03/2025 a las 16:36

Excelente aporte a la realidad que día a día vivimos y creo que nadie se interesará por detenerse a reflexionar hasta que no viva la experiencia en un familiar. Todos tenemos la obligación de apoyar así sea con una mirada empática y pensar como será mi aporte con esta personita que vive esa situación. Querido maestro la educación es por vocación y analice si usted se equivocó al estudiar está profesión. Amo la inclusión. Gracias 🫂

María Jesús

19/03/2025 a las 21:39

Hola Claudia: Me ha parecido muy original la introducción del viejo teléfono para remover la conciencia del profesor. Muy interesante propuesta la tuya y muy bien resuelta. Un saludo.

Luz Amanda Moreno Jaramillo

19/03/2025 a las 22:53

Buenas tardes Claudia, es la voz de la conciencia que nos acusa de lo que debemos hacer y pudiendo hacerlo dejamos de hacerlo. Es la voz de la diversidad la que nos cuestiona y nos coloca a reflexionar es tiempo de actuar y no de seguir sumidos en el pasado. Me gusto

Gincy

20/03/2025 a las 19:19

Hermoso texto, debería ser obligatorio en cualquier salón de clase.

Codrum

23/03/2025 a las 10:30

Qué bonito y que reflexión más ácida. Un tema que toca a muchos y habla mucho de la sociedad en la que vivimos

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