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La importancia de un referente - por ThiagotrescuartosR.
Los cambios son lentos y graduales.
Aún no había salido el sol. Era domingo y Nico hacía cola para entrar a la guagua.
Estaba entre los últimos y sabía que no iba a caber. Otra vez llegando tarde. Otro broncote
mañanero del puto Michael-jefe-moroso. Trabado, miró hacia la cabina de la estación.
Cuánto habían cambiado las cosas en poco más de una década.
Era la última cabina del pueblo. Ni tan vieja: paneles de cristal, y chapa verde y
azul, los colores de la compañía. Telefónica las había instalado por la zona sur a lo largo
de los 2000, poco después de la construcción de la autopista y los primeros hoteles. El
primer recuerdo que Nico tenía de las cabinas era de cuando se metía a mirar si alguien
había dejado el cambio, los céntimos cochinos que usaba para comprar chicles en el
veinticuatro de la china.
La gente solía arrancar los teléfonos para venderlos. Con los años, Telefónica se
cansó de renovarlos y poco a poco fueron quedando solo las cabinas, como ataúdes
verticales esparcidos por el pueblo. Dentro siempre olía mal porque los tíos de los bares
las usaban para mear cuando finalmente los echaban. Algunos se quedaban a dormir la
mona. Pero con los móviles y luego los smartphones, empezaron a desaparecer. Hasta que
solo quedó la de la estación de guaguas. Porque todavía algún que otro guiri varado en la
isla la usaba para llamar a casa y pedir dinero para el avión.
Camarero desde los dieciséis, Nico vivía aliviando el insaciable apetitio del
turista. Para entonces, Papá ya se había largado a Inglaterra a trabajar en la fábrica.
Después del 2008 y toda la movida con los bancos se había quedado sin opciones. Nico
no tuvo más remedio que aceptarlo.
El otro recuerdo asociado a las cabinas era el de su padre. Antes de irse le prometió
que llamaría a la cabina de la estación cada domingo a las ocho de la tarde. Nico solo
tenía cinco años.
—Bichito, ¿cómo estás?
—Bien. Ya te echo de menos.
—Y yo a ti. Te echo muuuuucho de menos, muuucho, muucho. ¿Mami cómo está?
—Bien. Esperando en el coche. Dice que tenemos cinco minutos.
—Me alegro de que esté todo bien, hijo. ¿El tiempo qué tal? Aquí hace un frío que te
cagas —. La palabrota hizo reír a Nico.
—Bien. Pero papi, ¿cuándo vuelves?
Según fue creciendo, Nico empezó a ir solo a la cabina. Mamá decía que ya era
mayorcito para caminar. Ella empezó a pasar cada vez más tiempo en casa.
—Llevo un rato llamando.
—Perdona, papá. Es que no veas con mamá, tío. Chiquita batalla pa dejarme salir. Y mira
que sabe que es pa venir a hablar contigo.
—¿Y qué problema hay con que hables conmigo?
—Si por ti no es. Es que se piensa que luego me voy pal parque a fumar o lo que se piense
ella.
—¿Y es mentira?
—No me estés agobiando tú también, anda.
Los estudios, los colegas, la familia. Todo salió mal. Papá oía a Nico converirse
en lo que había sido él. Eso le preocupaba, pero no sabía si era algo malo o bueno, y nunca
intervino. En casa, Mamá tenía sus propias luchas autocompasivas. Cuando Nico acabó
la ESO quiso que empezara a trabajar. Porque el niño quería ser un hombre y pasaba del
insti para fugarse con los colegas a hacerse el hombre por las calles. Y ella no iba a
mantener a un nini. Si quería ser un hombre, que lo fuese levantando cajas o sirviendo
mesas, pero que espabilara.
—Chacho, qué pesada está con lo de que me busque curro.
—Entonces los estudios nada, ¿no?
—Paso. Eso no es pa mi. Yo quiero dinero pa hacer yo mis cosas y largarme ya de casa.
Pillarme un cochito y llevarme a la piba a dar un voltio. Y que me dejen la cabeza
tranquila, ¿sabes?
—Si quieres puedo meterte en la fábrica.
—Pa, ¿tas loco? Ahora que conseguí piba paso de largarme.
Le llamaron un viernes para empezar el lunes. Nunca le dejaron un domingo libre.
Las zonas turísticas no siguen los feriados tradicionales, y Papá nunca compró un móvil.
Nico no había vuelto a hablar con él. Se preguntaba si seguiría llamando. La cola
avanzaba y parecía que lograría entrar. Subió los primero escalones de la guagua y volvió
a mirar hacia la cabina. Una última oportuniad.
Rrrrinngg-rrriiing.
El chófer: «pibe, o subes o te quedas, pero yo me tengo que ir».
Comentarios (4):
Jose Luis
17/03/2025 a las 16:12
Hola
Me toca intentar hacer un comentario a tu relato.
Un pequeño error ortográfico: converirse por convertirse. Oportuniad por oportunidad.
El cuento me ha dejado un sabor agridulce. No te deja un buen cuerpo, supongo que por lo que se desprende de las palabras y de las descripciones. Todo es un poco como deprimente, y yo soy más de sentir optimismo. El personaje principal lo pasa mal y eso nunca me gusta.
Está bien elaborado, y el cuento tiene personalidad propia. Los personajes parecen muy reales, como de la vida misma, y no son caricaturescos. Un relato realista.
Un saludo
Kelvin I. Márquez
21/03/2025 a las 02:10
Saludos Thiagotrescuartos
Como bien dice José Luis, tu relato tiene un toque realista bastante fuerte. Eso ayuda a empatizar con los personajes, haciendo que sea mas fácil ver cada uno de sus movimientos. Fuera de un par de errores de dedo no he encontrado mas que señalar. Solo me queda decir que es un relato que atrapa y ademas, los diálogos me parecen buenos, naturales y mas por la forma en como los personajes hablan.
Nos leemos!
Ebea
26/03/2025 a las 16:22
Hola, Thiagotrescuartos. Soy tu vecina del 49. Estuve leyendo los textos de todos los compañeros y vi que tu relato tenía pocos comentarios, así que me animé a echarte una mano.
Tienes una voz narrativa particular. Me encantó sumergirme en esta historia tuya. Tiene esa rara cualidad de sentirse viva, como si esas cabinas telefónicas y ese chico esperando la guagua pudieran existir en cualquier esquina de nuestro mundo. Aunque lo curioso es que yo nunca he visto una guagua de frente. En todo caso, se nota que hay verdad aquí, y eso es lo más difícil de conseguir al escribir.
¿Sabes cuál es la mejor prueba de que tu relato funciona? Que horas después de leerlo, sigo viendo mentalmente esa cabina verde y azul, preguntándome si al final Nico contestó al teléfono.
Lo primero que me atrapó fue la voz de Nico, tan auténtica y llena de esas pequeñas rebeldías cotidianas que todos hemos sentido. Cuando maldice al “puto Michael-jefe-moroso” o se queja de su madre, no hace falta que nos cuentes mucho más sobre él: ya lo oímos en su forma de hablar. Eso es narración pura.
Las descripciones de las cabinas son magistrales. Me fascina cómo convertiste algo tan mundano —una cabina abandonada— en un símbolo poderoso. Esa imagen de “ataúdes verticales” captura no solo su aspecto, sino todo lo que representan: el olvido, los recuerdos muertos. Y el detalle de los céntimos para los chicles es de esos que se quedan grabados.
Los diálogos con su padre tienen un ritmo perfecto. Se nota su historia en cada palabra, en ese “muuuucho” que grita amor y distancia. Ahí es donde el relato realmente brilla: nos muestras el corazón roto de la historia sin necesidad de explicarlo.
Si tuviera que sugerir algo, sería darle más carne al momento final. El teléfono suena, pero ¿qué siente Nico? ¿Se le encoge el estómago? ¿Le tiemblan las manos? Un detalle físico haría que ese final resonara aún más.
Noté algunos despistes (“apetitio”, “oportuniad”) que una revisión corregiría. Son piedritas en un camino por lo demás muy bien pavimentado.
Pero esto es lo importante: escribiste un relato que importa. Que habla de ausencias y de cómo el tiempo nos cambia sin que nos demos cuenta. Tienes un ojo para los detalles significativos y un oído fantástico para el lenguaje real.
Hay algo hipnótico en cómo suena esta historia. Los diálogos entre Nico y su padre tienen el ritmo exacto de una conversación real. Y hay momentos de genio sonoro: ese “Rrrrinngg-rrriiing” que no solo se escucha, sino que interrumpe la rutina del texto.
En algunas partes explicativas (como la historia de las cabinas), el ritmo se aplana. Podrías usar frases más cortas o encabalgamientos para mantener la tensión. Jugar con silencios tipográficos o verbos sonoros (“el motor tosió”, “los frenos chirriaron”) enriquecería aún más esa musicalidad que ya tiene.
Mis felicitaciones sinceras, Thiagotrescuartos. Es un trabajo lleno de verdad, y eso no se finge. ¡Espero seguir leyéndote!
Daniel Escobar Celis
01/04/2025 a las 15:04
Saludos, con honestidad he tenido que leer dos veces tu relato debido a que me perdí con el ritmo lento, pero después de hacerlo debo decir que coincido con los comentarios anteriores.
En general es un relato muy crudo y realista, lo cual me agrada.
Aparte de los detalles ya señalados el otro que veo es el de la separación de los párrafos, pero en general ha sido un buen relato aunque no sea muy fanático de los finales abiertos, pienso que funciona bien en este caso.