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Un as en la manga - por Carlos G. EstebanR.
Web: https://entrecortesiaycolofon.wordpress.com
Cuántas veces maldije aquella puñetera foto. Fue un momento de despiste. Era un entorno de confianza, de amistad. Me cogió con la guardia baja, sin sospechar que nada negativo pudiera sucederme por mostrarme natural.
Fue una buena mañana ciclista por la estepa zaragozana, recorriendo los secos caminos que rodean la ciudad a la sombra de los abundantes aerogeneradores. Merecía una recompensa a medida. Los kilómetros pesaban en nuestras piernas, el sudor empapaba nuestros maillots y el desgaste físico exigía reponer las reservas energéticas. Todos estuvimos de acuerdo en ir al bar de siempre. Cerveza y vino para todos, acompañados de huevos fritos con una pieza de chorizo o longaniza. Tras un primer trago largo, que ni saboreé, me lancé a por la pitanza sin freno. Al otro lado, sin que me hubiese percatado, estaba Alfredo, con su dedo presuroso para tomarme la maldita foto. Ni siquiera me di cuenta hasta que despertó las risas del resto de la grupeta. Cuando todos la hubieron visto me llegó el turno. Aparecía en aquella pequeña pantalla de su móvil como una especie de ogro insaciable, un saturno devorando a sus hijos de yema y clara con puntillas, un Carpanta en la mesa de su Protasio.
Creí, bobo de mí, que aquello quedaría en un chascarrillo de cuadrilla, acotado a los dueños de las bicicletas que descansaban contra la fachada del bar.
Apenas tardó una semana en extenderse a cada móvil de la ciudad. Alucinaba cuando algún compañero de trabajo, familiar o cualquier persona ajena a aquella mesa de almuerzo, me mostraba en su dispositivo mi cara acompañada por algún comentario jocoso. En menos de diez días, el fenómeno se había hecho nacional y la plasmación gráfica de mi apetito recorría todo el país. Incluso llegó al parlamento cuando aquel diputado la utilizó en sus redes añadiendo «así vamos a devorar a la oposición».
Me convertí en el hazmerreír del barrio. Entrar en un bar, aunque solo fuese a echar un pincho, se convertía en una retahíla de bromas, chistes y gracietas, de selfis y solicitudes de que posase con una ración de lo que fuese. «Pon la cara» me solicitaban mientras activaban las cámaras.
Por fortuna, creí en aquel momento, tenía un as en la manga. Podía volver la situación a mi favor. Antonio, mi gran amigo de la facultad, había hecho una rutilante carrera como experto en derechos de imagen, propiedad intelectual y cuestiones similares.
—Puedes sacar millones de esta tontería —me dijo cuando contactó conmigo—. Tu cara es ahora un meme, eres más famoso que la mayoría de actores, políticos, empresarios o cantantes. No queda nadie en la piel de toro que no te conozca.
Pronto comenzó la batalla legal por conseguir sacar beneficio de aquella súbita fama. Mi rostro ahora aparecía en todos los medios, sin aquella espantosa mueca, como afectado por la nefasta regulación que se hacía de las redes.
«No te engañes, el proceso judicial no iba a ningún lado. Lo que buscábamos era algo como esto» me confesó mi abogado el día que me llamó aquel político. Estaban organizando una nueva lista y querían contar conmigo, pese a mi desconocimiento absoluto del funcionamiento de la administración. «No te preocupes. Estarás bien asesorado. Lo que necesitamos es tu imagen y tu compromiso por los derechos de los ciudadanos».
En apenas un año, pasé de fantoche de barra de bar a respetable eurodiputado. Sin hacer nada más que repetir las consignas que me decían y hacer alguna broma ocasional sobre mi hambre por repartir justicia, derechos o lo que tocase en cada evento.
Pero aquello duró poco más que los dos huevos fritos y el trozo de longaniza que me habían acabado llevando a Bruselas. La trama de la financiación ilegal del partido se desveló casi a la vez que tomábamos posesión. Antonio se esfumó, los de mi grupeta me desconocieron, ni mi mujer puso la mano en el fuego por mí.
Entre rejas no nos dejan tener móviles, pero, de vez en cuando, alguno con más recursos que yo consigue colar uno. En esas ocasiones, no puedo evitar comprobar si mi hambriento rostro sigue circulando por ahí. Si una vez me llevó a lo más alto, estoy seguro de que, de alguna manera que aún desconozco, me podrá sacar antes de aquí y volver a ponerme en el lugar que merezco.
Comentarios (5):
Patricia Redondo
17/01/2025 a las 16:09
Hola Carlos!
Una vez que cumplo el compromiso de leer y comentar los tres textos siguientes al mio suelo buscar al azar otros para leer, compartir , y aprender
Me alegro de haber “caido” en el tuyo por que me ha gustado mucho. Un relato bien construido, bien narrado y muy “fino” con un punto de ironía y sorna que me han encantado.
No anda, no , muy alejado de la realidad que tan bien has sabido ver y compartirnos en este texto, enhorabuena
Estoy en el 4 por si te apetece pasarte
Nos leemos!
José Torma
17/01/2025 a las 17:31
¿Qué tal Carlos?
Tu relato tiene algo que a mi me gusta mucho cuando leo; es muy fácil imaginar la acción tal como la ves describiendo. En este nuevo mundo, donde es más importante captar la foto o el video que vivir, tu historia viene a poner las cosas en orden y llamar las cosas por su nombre.
Recuerdo cuando el mundo no tenía celulares ni tan fácil acceso a la internet. La gente se dedicaba a vivir sin hacer crónica urbana. No estoy en contra de la modernidad, pero me priva ir a conciertos y ver a todo mundo grabando un video que nunca van a ver, en vez de disfrutar la experiencia.
Pero bueno, ya salió el Grinch que llevo dentro.
Los peligros de la fama instantánea. Como una casualidad puede arruinar tu vida. Creo que tu relato tiene tela porque no por ligero es superficial. A mi me ha gustado mucho y me ha puesto a pensar.
Yo no percibí ningún problema con ortografía o en la forma.
Felicidades.
Lupa Sívori
17/01/2025 a las 18:37
¡Hola, Carlos! Volverse un memé es el sueño y la pesadilla de todo el mundo, creo. Sería interesante si el narrador pudiera reflexionar más profundamente sobre cómo su comportamiento contribuyó a su caída, añadiendo complejidad moral al relato. También me parece que hay espacio para fortalecer la moraleja: la historia podría cerrar con un mensaje más claro sobre la obsesión moderna por la fama, la imagen pública o las redes sociales.
Detalles, porque es un relato divertido y moderno. Tiene ritmo. Funciona como una sátira sobre el poder y las consecuencias de la viralidad en la era digital, explorando cómo una situación trivial puede desencadenar una cadena de eventos que transforman la vida de una persona de manera drástica. ¡A seguir explorando!
Por cierto, empecé a subir algunos de mis relatos a Spotify, por si querés darte una vueltita.
https://open.spotify.com/show/1kf01qxrscrZ9EstRmsHhl?si=70dc717ec83b4d3e
¡Abrazo!
Tavi
18/01/2025 a las 21:51
Hola Carlos
Conseguiste escribir un cuento bien armado, con un muy buen inicio y un mejor final. Se lee impecable.
Te felicito.
Ojo: empiezas el cuento con la palabra “cuantas”. La escribes con acento, pero en este caso no es interrogación.
Psicolochimpun
20/01/2025 a las 08:32
¡Buenos días, Carlos!
Me ha gustado mucho tu relato. Ha sido fácil de leer y comprender, muy fluido y con un ritmo muy bueno: cuando parecía que el ascenso del prota estaba claro, llega ese giro que deja tan impactado al lector como al propio protagonista de cómo han acabado las cosas. Me parece una buena caricatura de cómo funcionan según que sectores de poder y de la influencia que tienen los medios y las redes a día de hoy. Se llega a deshumanizar al objeto del meme y eso, a fin de cuentas, es un peligro para la especie como sociedad. Nada que añadir de la ortografía. ¡Muy buen relato, Carlos, además encajando el reto fenomenal!