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La Deuda del Pasado - por Adriàn RodrìguezR.
La Deuda del Pasado
Mis abuelos regresaron de Cuba a nuestro pueblo, Uharte-Araquil como Indianos ricos, trayendo dinero ganado en sus plantaciones de tabaco y un secreto del que me enteraría muchos años después.
Pronto, mi abuela quedó embarazada y mi madre, al nacer, sorprendió a la comadrona al mirarla fijamente, algo no común para un recién nacido. Esta se asustó y solo atinó a decir Sorgina, antes de envolverla en una manta y salir corriendo.
En un pueblo chico, estas cosas se saben pronto y marcó su infancia; se convirtió en una niña solitaria que solo se entretenía dando largas caminatas al monte de Aralar.
Al cumplir quince años, viajó a Bilbao a terminar sus estudios. Cuando regreso, se hizo cargo de las plantaciones de mi abuelo con mano firme y justa, lo cual le valió el respeto de los campesinos.
El ayudar a las ovejas a parir cuando se complicaban le valió fama de sanadora y eso hizo que una noche, ante un parto difícil, la comadrona acudiera a ella por ayuda.
Cuentan que al entrar en la habitación de la parturienta, abrió las ventanas, le habló a la luna, tomó la mano de la mujer y le susurró al oído.
Al rato, el llanto de la recién nacida sobresaltó a todos.
Le entregó la niña al padre y solo le dijo:
—Será alguien especial, cuídala mucho.
Esa misma semana se marchó a Bilbao y les dijo a sus padres que estuvieran tranquilos, que nada pasaría en su ausencia.
Regresó al año siguiente, conmigo en sus brazos. Mis abuelos, ya mayores, preguntaban quién era el padre del niño, y ella solo respondía con una sonrisa.
Mi infancia fue feliz y tranquila, correteando por todos lados con mi cuadrilla, de la cual Mari, la niña que mi madre había traído al mundo, era parte junto con Ernesto y Paco.
Los varones siempre inventábamos aventuras locas, pero Mari era quien nos mostraba los peligros, como si supiera lo que iba a pasar.
Cuando cumplí quince años, mi madre me pidió que la acompañara al monte. Fuimos a una gruta donde permanecimos toda la noche, mirando el fuego sin hablar, al amanecer me dijo:
—Tu destino está marcado con sangre. Tu abuelo dejó compromisos sin pagar en Cuba. En algún momento, alguien tocará a tu puerta y te dirá “es la hora de partir."
No atine a preguntar nada, solo la seguí y bajamos al pueblo.
Pronto me olvidé de todo eso y viví mi adolescencia con la cuadrilla.
Luego fui a Bilbao a completar mis estudios.
Solo regresé al pueblo para la muerte de mis abuelos. Mi madre, al terminar la ceremonia en el camposanto, me pidió que la acompañara monte. Fuimos a la misma gruta y dijo:
—El abuelo se ha marchado, su deuda es ahora tuya. Cuando estaban en Cuba, los abuelos pasaron tiempos duros; sus plantas de tabaco morían antes de madurar. Una noche, desesperado, invocó al Espíritu del Tabaco, quien le concedió su pedido de fortuna, y cambio de regar la tierra con su sangre cuando se lo pidiera. El abuelo ganó mucho dinero hasta que el Espíritu le reclamó su deuda. Y para no pagarla, vendió todo y regresó a Navarra.
— ¿Pero tú crees en eso?"
—Todo está en los cielos, y las deudas se pagan. Daría mi sangre, pero debe ser un hombre quien la dé. Si te niegas, yo me tendría que ir y la maldición caería en tus hijos.
Regresé a Bilbao y ese mismo año me recibí de ingeniero. A mi graduación vino toda la cuadrilla. Estábamos eufóricos y fuimos a celebrar. Mari, de acuerdo a su estilo, decidió marcharse, pero antes me susurró:
—Llegó la hora de la que habló tu madre; mañana te visitará una vidente. Tocará a tu puerta con el código de la cuadrilla.
Luego de la juerga, desperté bien entrada la tarde. Justo cuando terminaba de asearme, llamaron a mi puerta; era el toque secreto de la cuadrilla. Grité: "Entre." Y en ese momento, la vidente abrió la puerta. Era Mari, mi amiga de la infancia.
—Estás listo, debemos marcharnos."
— ¿Tú eres la vidente?"
—Sí, cuando tu madre salvó mi vida al nacer, también me dio la videncia y luego me enseñó a usarla. Partimos mañana; ya tengo los pasajes y el hotel…
*Indianos: Nombre que se daba a los españoles que habían hecho fortuna en Cuba.
*Sorgina: bruja.
Comentarios (4):
Mónica Bezom
18/12/2024 a las 14:15
Hola, Adrián.
Me toca comentar tu relato.
Lo encuentro bien estructurado, con el ritmo adecuado e interrogantes ajustados al suspenso de la historia con un final adecuado: la inevitable maldición que conllevan los tratos con los malos espíritus. Me ha gustado.
Diana T
18/12/2024 a las 17:41
Hola Adrián.
Me gustó mucho la historia que tienes para contar. Muy bueno el inicio, que desde esos primeros dos párrafos, me dejó con ganas de saber qué pasaba. También disfruté mucho el final. No sé por qué no esperaba que la vidente fuera Mari, si las pistas están claras. La verdad es que muy bien logrado y sorprendente.
Me gusta que sea un texto que me lleva a imaginarme el lugar y el ambiente sin necesidad de descripciones excesivas. También la forma en general que va narrando su vida, y la de su madre antes que la de él, me gustó mucho.
Solamente tengo 2 cosas que remarcar:
-En los párrafos 4 y 5, que repites la frase “le valió”, quizás pueda reemplazarse con alguna otra cosa o reformular ese párrafo.
-Y la primera vez que lo leí, me confundió un poco el paso acelerado del tiempo, pero probablemente sea porque lo leí ya tarde y de forma apresurada, porque la segunda vez, ya con más calma (y con un chocolate caliente en mano), me quedó más claro.
Solo me queda decir, gran forma de trabajar el reto y muchas felicidades 🙂
Carmenigne
20/12/2024 a las 21:54
Hola Adrian. Me gustó mucho la historia, a mi me mantuvo en suspenso y con ganas de conocer el secreto. Me había imaginado algo mas terrenal, un hijo abandonado, etc. pero me resultó interesante ese sesgo mágico, y me dejó pensando como sería ese final. El mas obvio lo entiendo, pero como pagará, ¿quien lo sabe?.
Me pareció muy bueno como le diste contexto a la historia y como generaste un gancho ya desde el primer parrafo.
Wolfdux
28/01/2025 a las 22:31
Una historia que atrapa y fluye con naturalidad. El final me gusta como lo planteas, enhorabuena. ¡Nos leemos!