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Glenda, Jorge y el silencio - por La BlasaR.

El autor/a de este texto es menor de edad

El hombre sintió un pequeño tirón. Miró hacia abajo y vio una sonrisa traviesa en la cara de su hija.

– Jo, papá. Me lo has prometido…

La observó fijamente. Qué frágil parecía. Aún le sorprendía que bajo aquella maraña de pelo revuelto y su escaso metro de altura se escondiera toda la energía del universo.

– ¡Está bien! Vamos a ver qué nos cuenta.
– ¡Bien! Déjame que pregunte yo, por fa… – imploró la niña.

El hombre asintió con una sonrisa en la cara.

Ambos se acercaron a una caseta ubicada al final del recinto ferial. Era pequeña, con una puerta medio descolgada. En la fachada podían leerse diferentes carteles de espectáculos pasados. De entre todos los anuncios había uno que destacaba por encima del resto; el de la vidente Glenda, una joven de pelo ensortijado y rasgos agitanados.

– Pues aquí estamos, peque. ¿Quieres llamar con la aldaba?

Nada más decir esto, la puerta se entornó y de entre las sombras surgió una grácil figura que se ocultaba juguetonamente.

– ¡Mirad quién ha venido! Nada más y nada menos que Jorge con su preciosa hija Dafne. Pasad, pasad. No os quedéis fuera.

Ambos quedaron sorprendidos. No entendían cómo era posible que supiera sus nombres.

La vidente abrió la puerta y ambos cruzaron el umbral hacia lo que parecía un nuevo universo. Contra toda lógica, la cabaña parecía infinita. No se vislumbraba su final y el techo estaba tan alto que los amarres de las lámparas de araña se perdían en la oscuridad.

– ¿No es lo que os esperabais, eh, Dafne?

Jorge se mostraba desconfiado. Estaba siendo demasiado cercana. Además, algo en ella le resultaba familiar.

– Por aquí, seguidme, ¿veis la luz del fondo?, tenemos que ir hasta allí.

Agarrando a la niña fuertemente de la mano, Jorge y Dafne se dirigieron hacia la luz. Cuando alcanzaron la estancia y entraron, quedaron cegados. Blanco puro. En ella sólo había una pequeña mesa y tres sillas. Glenda se sentó, cogió una baraja que había encima de la mesa y comenzó a barajar.

– Muy bien Dafne, dime qué quieres saber.

Dafne agarró con fuerza la mano de su padre y mirándole a los ojos con la mirada vidriosa dijo:

– ¿Cuándo volverá a ser feliz papá?

Glenda dejó de barajar. Alzó la mirada y la clavó en Jorge. El silencio cobró protagonismo absoluto.

– Qué gran pregunta Dafne, cómo te pareces a tu madre. Ojalá estuviera entre nosotros para ver lo mayor que estás ya lo espabilada que eres. Qué haría papá sin ti, ¿eh?

A Jorge se le heló la sangre. ¿Cómo que su madre no estaba “entre nosotros”?, ¿a qué se refería?

Jorge comenzó a ponerse nervioso. En ese momento Glenda le agarró fuertemente del brazo y sin dejar de mirar a los ojos de Dafne, dijo:

– Tu padre tiene que despertar y perdonar, Dafne, por ti y por tu madre. ¿Me estás escuchando, Jorge?…

– …¡Jorge!, ¿me estás escuchando?

Silencio.

En ese momento, Jorge se incorporó entre sudores fríos y gritos ahogados. Estaba tumbado boca arriba en una cama. Había un gotero con suero. Intentó incorporarse pero no pudo; para su sorpresa estaba fuertemente atado.

En la habitación había dos figuras, la de una niña y la de una mujer adulta que le observaba con gesto de preocupación.

– Doctora…¿se va a poner bien?

Al mirar a la mujer en seguida reconoció a María, Glenda para su hija; una amiga y compañera de batallas cuando eran adolescentes. Parecía ser que toda aquella fantasía había sido fruto de la medicación.

– Sí Dafne. Esperemos que esta vez papá avance. Que sepas que en la vida hay que saber perdonarse. Ya lo entenderás. Repíteselo a tu padre todos los días. ¿Me haces un favor, Dafne?, ¿me traes una botella de agua?

Sin mediar palabra, Dafne dio un beso en la mejilla a su padre y salió de la habitación. En ese momento María miró a Jorge con tanta lástima que consiguió que éste se sintiera más culpable que nunca.

– Jorge… qué alegría más grande el volvernos a encontrar y qué pena que sea en estas circunstancias.

María acarició suavemente el antebrazo de Jorge, lleno de cicatrices y cortes.

– Tenemos que hablar. No puedes hacerte más esto, por quién eres, por quien fuiste y sobre todo por tu hija.

Y sin mediar palabra se abrazó tiernamente a él. Y Jorge tembló. Tembló tanto, que a María se le llenaron los ojos de lágrimas.

Comentarios (4):

La Blasa

17/12/2024 a las 19:33

¡ Perdón! Me equivoqué, ¡no soy menor de edad!

Daniel Calleja

17/12/2024 a las 19:41

Interesante relato, aunque debo confesarte que me confundió un poco cuando habla de <>.Quizá debiste acotar <>. O quizás el problema sea sólo mío a la hora de interpretar los escrito.

Maria Carmen

26/12/2024 a las 00:21

Hola Blasa, tu relato se lee muy bien, me gusto tiene ese suspenso que descubres al final que es todo un sueño. Dejas ver también que papa tiene problemas. Creas intriga y dejas al lector pensar.
Gracias nos leemos.
Un saludo

Ignacio

06/01/2025 a las 16:30

Hola Blasa. Leo con un poco de retraso tu relato. Tiene dos partes diferenciadas. La primera, impresionante. Una maravilla. Consigues crear un clima emocionante del todo. Se eriza la piel al leerlo. La segunda parte está bien aunque sobran explicaciones. Es como si te justificaras para que quede claro qué ha pasado y hay un bajón en la emoción. Puedes mejorarlo.
Nos leemos.

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