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La familia López López - por MentaR.
La familia López López
Cuando mi padre murió dejó cinco huérfanos. Desde entonces fuimos cinco hermanos huérfanos de padre y de madre. Uno de ellos era yo, Lucía que era la más pequeña y tenía 58 años. Para todos nosotros fue una pérdida muy dolorosa y solo se mitigaba la pena cuando estábamos de nuevo juntos y recordábamos las anécdotas de nuestra lejana infancia.
Todos estábamos casados, pero mis dos hermanas, Amelia y Lucrecia tenían unas parejas que no se separaban de ellas por nada en el mundo. Cuando quedábamos en una cafetería para merendar o para ir al cine, siempre iban escoltadas por sus maridos. Pero, recuerdo que poco a poco, ellos se empezaron a aburrir de nuestras conversaciones que siempre versaban sobre nuestros tiempos pasados en común.
Un domingo propusimos ir al cementerio para llevarles unas flores a nuestros padres. Con celos o sin celos, con apego o sin apego, dejaron que mis hermanas fueran solas a la cita porque no les gustaba ir al Campo Santo.
Quedamos en la puerta. Cuando llegué, allí estaban felices mis dos hermanas por haber recobrado la libertad.
Más tarde, mi hermano Pedro sugirió a voces:
—¡Compremos unas flores!
Amelia se acercó corriendo al quiosco de las flores y compró un ramo. Se lo quisimos pagar, pero ella se negó. Yo pensé que quería demostrar a nuestros padres que era la que más les quería. En vida de ellos también lo hacía ¡Cómo si le pudieran ver ahora!
Cuando llegamos a la tumba, observamos que estaba llena de polvo y arena. Entonces, Amelia sacó de una bolsa unos trapos blancos y nos repartió uno a cada uno para limpiar el Cristo, la cruz, las letras y la piedra. Yo desdoblé el paño y me encontré entre mis manos con un recorte de un calzoncillo de mi cuñado. No pude aguantar la risa, me parecía muy poco serio limpiar la tumba de tus queridísimos padres con un calzoncillo. Pero así era siempre Amelia.
Lucrecia fue hasta la fuente que estaba muy cerca, pero tardó mucho tiempo porque se entretuvo leyendo los nombres de los difuntos. Aquella zona era muy antigua y se notaba más que por la fecha de nacimiento y muerte de las personas, por los nombres que tuvieron en vida. Ahora estos nombres no existen en el santoral. Sentí pena por todos los santos que en otro tiempo fueron mártires y ahora eran relegados de los calendarios.
Lucrecia había traído varias botellas de plástico para colocar las flores y una vez llenas, intentó introducirlas en las botellas con agua, así durarían más tiempo, explicó. Como tuvimos que cortar mucho los tallos porque eran muy largos, una vez introducidas en las botellas, las pobres flores quedaron muy deslucidas ¡qué pena!
Empezamos a rezar un Rosario, bueno, solo un misterio, este recorte fue sugerido por Mariano. Me distraje como cuando era niña en el colegio. Todas las tardes rezábamos el Rosario y mi mente echaba a volar.
Observé que en la tumba de la derecha tenía un hermoso ramo de flores frescas en medio de la lápida. Miré alrededor por si me veía alguien y robé las flores de los vecinos y se las puse a mis padres. La indignación de mis hermanos resonó de tumba en tumba hasta que se perdió escondiéndose en el pabellón de los nichos. Me hicieron restituir el ramo a sus dueños. Entonces fue cuando vi que en la lápida no había ningún nombre, y junto a ella, a un lado, había un montón de letras de cobre que relucían bajo los rayos del sol. Me acerqué a verlas, pero tuve la mala suerte de meter en un agujero el tacón de mis zapatos de actriz que inapropiadamente me había puesto aquella mañana.
Pedro vino en mi ayuda. Cuando se acercó a la lápida se quedó desconcertado leyendo las huellas que habían dejado las letras de metal sobre la piedra porosa de la lápida. Titubeando leyó:
Aquí yacen:
Pedro López López
Mariano López López
Amelia López López
Lucrecia López López
Lucía López López
Se nos heló la sangre, esa que solíamos tener de horchata. Nos miramos los unos a los otros y fue Mariano, el profesor de Economía el que sugirió que compráramos ese terreno. Así fue como los cinco hermanos huérfanos nos hicimos propietarios de una tumba para descansar eternamente junto a nuestros padres.
Comentarios (7):
Mario Carballo
18/11/2024 a las 20:31
¡Hola, Menta!
Soy tu vecino de arriba 🙂
La dinámica entre los hermanos es entrañable, y cada personaje aporta algo único al tono general de la historia. Con pocos detalles consigues dar las pinceladas suficientes para cada personaje y darnos una idea de cómo son, en un contexto tan reducido como son 750 palabras.
Sin embargo, me pregunto si el detalle sobre los maridos pesados de Amelia y Lucrecia es estrictamente necesario. ¿Quizás es el detonante de llegar al cementerio? Aunque añade algo de color, tal vez podría omitirse sin que la historia pierda fuerza.
De hecho, reducir el número de hermanos podría ayudar a enfocar más el relato y a reforzar su impacto emocional. Podrías probar a agrupar acciones y arquetipos en menos personajes y, por tanto, menos información para que así el lector pueda centrarse aún más en lo que pasa en la escena, que es único y original.
En cualquier caso, me parece que has manejado la historia, los personajes y los retos de manera muy, muy satisfactoria. El giro final es inesperado y está resuelto con humor en lugar de solemnidad, lo que mantiene una coherencia con todo el texto.
Enhorabuena.
¡Saludos y hasta el que viene!
Mario
María Jesús
19/11/2024 a las 21:11
Un relato muy entretenido, fácil de leer y bien construido aunque el giro final, que le da un toque misterioso a la trama, queda un poco descafeinado cuando Mariano, el economista decide comprar la tumba.
Seguimos escribiendo.
IreneR
20/11/2024 a las 16:14
Buenas, Menta.
Me ha gustado tu relato, aunque me ha dejado un poco confusa, si yo viera una lápida con mi nombre y el de mis hermanos mi reacción sería un poco, bastante, diferente. Creo que me asustaría y dudo mucho que la comprase. Pero bueno, igual yo soy rara, jejje.
Me uno al comentario de Mario sobre los maridos y los hermanos. Me parece que no aportan mucho a la historia.
Un saludo.
IreneR
Rocío Recouso
20/11/2024 a las 22:39
Hola, Menta
Muchas gracias por tu comentario eni cuento. Aprovecho para leer el tuyo. Me gustó mucho la complicidad de los hermanos y cómo hasta hacen chistes en el cementerio. Logran que el recuerdo de los padres sea descontracturado y simpático.
¡Nos leemos!
Saludos, Rocío
Yvonne
23/11/2024 a las 22:44
Hola Menta,
Me encantó el cuento de los hermanos López López de los cuales la más joven tiene 58 años. Tiene mucha gracia el punto de vista desde el cual está narrado y las anécdotas jocosas ( limpiar la tumba con un trozo de calzoncillo) o graciosas ( robar las flores de la tumba vecina) que lo salpican. Se lee con una sonrisa en los labios, con ligereza, porque es fluido. Enhorabuena
Saludos
Mónica Bezom
25/11/2024 a las 23:38
Hola, Menta.
Disfruté de una lectura amena y agradable, con propicias pinceladas de humor que descontracturan la trama de supuesto corte funesto, pero que no lo es, dado que el vínculo entre los hermanos es el verdadero protagonista, narrado de un modo entrañable. Me han parecido acertadas las consideraciones formuladas que, aunque no le suman al meollo, lo sostienen en un entorno nostálgico y costumbrista, como cuando mencionas el rezo del Rosario o te quejas -a propósito de los nombres- de los santos dados de baja en el santoral.
El final me dejado un poco confusa, pensé que todo era una jugarreta del más allá y que estaban ante sus propias tumbas, pero no, ya que compraron el terreno. En todo caso, no le resta mérito a un relato estupendo.
Saludos.
Alicia Commisso
26/11/2024 a las 21:37
¡Hola Menta!
Me reí mucho con tu relato.
Se dejaban ver los personajes yendo y viniendo con el agua, las botellas, las flores y lo más gracioso el calzoncillo para limpiar la tumba con un final sorpresivo y realmente divertido. Lo que me parece que no hace mucho aporte al cuento es la presencia de los maridos.
Nos seguimos leyendo.