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Revolución familiar (de lejos se ve mejor) - por Alicia CommissoR.

Revolución familiar (de lejos se ve mejor)

Ni en la revolución francesa, ni en la de 1810, ni en la genómica, se escucharon tantas opiniones como las que se armaron entre mis padres, mi hermano y mi abuelo Pascual el día que se enteraron de mi sustracción inocente de unas pinturitas de una perfumería céntrica a la que con mi amiga Ramona habíamos ido con la única intención de que nos maquillen gratuitamente con los productos de Helena Rubinstein, (tan famosos y caros de aquellos tiempos) y nos pasen por una pantalla muy luminosa para que apreciemos el antes y el después como si fuésemos actrices. Mi padre se sonreía, dijo que sólo había sido una travesura de niñas. A mi abuelo, ofuscado cuando se trataba de una crítica hacia mí, le escuche decir lo de siempre: “seguro que Isabelita no tiene nada que ver”, y les advirtió sobre mi mala junta. La reprimenda de mi madre fue contundente: “no es una travesura de niñas, tiene 15 años, a eso se le llama “robo”, además, siempre quiere tener razón y hacer todo a su manera”, mi hermano asintió, totalmente de acuerdo. Mientras ellos seguían con la revolución familiar con comentarios desencontrados, yo me sentía como un personaje de los cuentos de la abuela. Por un lado, me veía como Maléfica; la villana de “La bella durmiente”; que en realidad no era tan mala, sino una incomprendida. Por otro lado, me identificaba como “Pippi Mediaslargas”; una heroína pícara y emancipada. Sin embargo, tras la actitud exacerbada de mi madre, esa misma noche tuve una tenebrosa pesadilla: yo corría por entre las cruces de un cementerio viejo buscando mi propia tumba, pero, para mi sorpresa, en la lápida no había ningún nombre.

De todos modos, para nosotras había sido una aventura divertida: ya maquilladas y listas para irnos, una gran cantidad de chicas esperaban por su turno, distraídas, cotorreando como loras. Todo sucedió repentino, como en un abrir y cerrar de ojos nuestras miradas se cruzaron con cierta complicidad; llevamos las pinturitas del probador: una cajita de colorete, un lápiz labial y un esmalte de uñas. Salimos caminando a paso lento para disimular nuestro delito, pero a mitad de cuadra comenzamos a correr. Tomamos una calle en contramano por temor a que nos atrape la policía, hasta que al fin llegamos a la esquina de la plaza San Martín; transpiradas, extenuadas, con la respiración jadeante en una tarde de verano a pleno sol. Allí paradas, sin saber cómo seguía nuestro paseo, divisamos al Tío Biche; un personaje muy peculiar de nuestra ciudad con el mote de amanerado. Con traje negro, corbata y zapatos lustrosos, peinado a la gomina, impecable, impoluto. Con gran placer e intriga comenzamos a seguirlo, “¿adónde irá el Tío Biche?”, nos preguntamos, “¿qué secreto esconderá?”. Mirando siempre hacia adelante para no perderlo de vista me llevé puesto un bebedero plantado como un árbol; me caí, me embarré, me lastimé. Me levanté como un rayo y lo perseguimos hasta casi pisarle los talones. El Tío se sentó en un banco rodeado de rosas, se pasó la mano por la cabeza como para asegurarse de que todos sus pelos estaban en su lugar. Un señor se le acercó, lo besó y se sentó a su lado, luego se fueron caminando juntos. En su charla escuchamos que iban a pedir un turno para maquillarse con Helena Rubinstein. Solamente al escuchar ese nombre temblamos de miedo. En el apuro por escaparnos Ramona perdió las pinturitas y yo un zapato. Teníamos cansancio, hambre. Tomamos un transporte público. En el trayecto nos acordamos que en la perfumería nos habían tomado los datos: el nombre, la edad, el domicilio, a qué nos dedicamos; para la próxima elección de la chica de tapa.

El día que estacionó un auto enfrente de mi casa con una publicidad de Helena Rubinstein que resaltaba en la luneta trasera del vehículo, pensamos lo peor. “¿Vieron que les dije?”, gritó mamá. Se escuchó un timbre largo, insistente. Mi madre, con el ceño fruncido abrió la puerta y enfrentó a la mujer. Nosotros nos escondimos detrás de la puerta, cagados de miedo, como si estuviésemos atrapados debajo de una lápida funeraria. La joven promotora buscaba a Isabelita. No aguanté más y salí. Los labios me temblaban. Sentía una sensación de desmayo, pero no quería dejar sola a mamá en ese lío. “A vos te estamos buscando, chiquita.” “Yo no hice nada”, balbuceé, llorando…

Comentarios (6):

Juli Blanco

19/11/2024 a las 03:43

Hola Alicia!! Me gustó mucho tu relato, y el tono ligeramente picarón post-travesura con el que se lee de principio a fin.
Celebro la idea “fuera del cementerio”, que es lo que seguramente se nos vino a todos a la mente en primer lugar cuando leímos que había que incluir la palabra lápida. Sin embargo, creo que la inclusión de la palabra justamente fue un poco forzada para como venía el relato.
Tal vez podría haber sido algo como “mi madre estaba tan enojada que la imaginé cavando mi propia tumba, y en la lápida no había ningún nombre”, o similar.
Por lo demás, me encantó. Me preguntó sobre el final abierto, no la buscarían por ser la chica de tapa??
Espero seguir leyéndote. Si querés pasar por mi relato, es el #36

Wanda

20/11/2024 a las 17:39

Hola Alicia, me gustó tu relato. Tiene un buen ritmo, lo que lo hace ameno y facil de leer, además de ser una buena historia sobre las travesuras de unas chicas. Me gusta la forma en que hiciste a la protagonista creible en su forma de expresarse. Lo único que me dejó con duda es la introducción del personaje de Tio Biche, ya que no veo que le aportara mucho a la historia mas que enseñarnos ese cambio entre el apuro del robo y la curiosidad irresponsable de la adolescencia.
Te invito a leer el mio es el #41
Saludos
Wanda

kirjanik Maya

23/11/2024 a las 15:44

Hola Alicia, tu relato ofrece una buena lectura, la inclusión de las palabras claves me parecen más apuradas que forzadas, lo que por lo general ocurre cuando se asume un reto, concuerdo que la inclusión del tío Biche no ofrece mucho al relato, aunque si puedes concluir un cuento más largo podrías aterrizarlo sin problemas. Además los retos de 750 son más complicados que los cortos de 250 a 400 palabras, pero en general me gustó mucho tu escrito.

Saludos y espero leer algo más tuyo en el próximo MUE.

Chosi

24/11/2024 a las 18:43

Divertida historia con la que todos podemos sentirnos identificados de cuando hemos hecho alguna trastada de niños o adolescentes y teníamos miedo que se enterasen nuestros padres. La primera frase hasta el primer punto me ha resultado larga, con la sensación de llegar ahogado leyéndola, a pesar de las correctas comas en el texto. Desde ahí bien de ritmo y con un desenlace abierto que siempre deja la duda.

La Blasa

24/11/2024 a las 19:03

¡Hola Alicia! Tu relato me ha gustado, sobre todo el tono desenfadado que has utilizado. Juegas bien con las transiciones entre personajes, lo que ayuda a dotar de personalidad a los mismos a pesar de que hay poco espacio para definirlos.

Un par de críticas constructivas; hay frases muy largas, lo que hace que haya que leerlas dos veces para seguir el hilo, y por otra parte hay alguna que otra confusión de tiempos verbales, por lo que en ocasiones es un pelín lioso.

En cualquier caso, una lectura muy amena. ¡Nos vemos por aquí!

Menta

25/11/2024 a las 11:13

Buenos días Alicia Commisso: tu relato me ha parecido muy divertido y de acciones rápidas y redondas, empiezan y terminan pronto, que dan mucho dinamismo.
Las aventuras de las y los adolescentes son siempre retadoras, por un lado les perdonamos y por otras, repudiamos porque aparece el censor que llevamos dentro. Tu lo has materializado muy bien con las distintas opiniones de cada miembro de la familia de la protagonista.
Gracias por compartir tu texto, hasta pronto

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