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Día de difuntos - por Verso sueltoR.

Escribo por miedo, aunque se que las palabras nada pueden contra el odio y los cuchillos. Escribo temeroso de que se repita, igual que se ha repetido la riada de Valencia, después de comprobar con aprensión (como cada dos de noviembre) que en la bandeja del correo solo hay publicidad.
Lo que voy a contar pudo suceder en cualquier país en cualquier época. En mi caso ocurrió en España. Pero cambien los bandos, en vez de verdes y amarillos pongan árabes y judíos, blancos y negros, da igual: la historia se volverá a repetir, porque la semilla del odio, como el agua, busca su camino hasta que rebosa en el corazón de los hombres, generación tras generación.
La tarde del dos de noviembre de dos mil diez, mi madre, la actriz Sara Castreño, recibió un email con un escueto texto, “Te estoy esperando”, y la firma, Pedro. Se adjuntaba una foto, retocada chapuceramente, de un cementerio con una tumba en primer plano. Una tumba que Sara conocía muy bien pues en ella reposaban los restos de su padre y del padre de su padre. En la lápida no había ningún nombre, tan solo la inscripción:

2 de noviembre

Fue el último correo que leyó en su vida. Sara había recibido el mismo mensaje, año tras año, desde que su padre, el actor Gerardo Castreño, que hacía el papel de Gonzalo de Ulloa en Don Juan Tenorio, fue acuchillado al salir del teatro el dos de noviembre de mil novecientos noventa y cinco. Mi abuelo venía recibiendo cada día de difuntos un sobre mugriento con los mismos texto y firma, pero sin foto y franqueados con un sello en pesetas.
Los correos, enviados desde la cuenta elpedroquetusabes@yahoo.com, fueron rastreados por la policía que no encontró más que cibercafés y una identidad vacía.
Imagino a mi madre oficiando su ritual previo a cada función, bebiendo un sorbo de café. Quizá, mientras con un ojo releía el correo, con el otro repasaba su papel. “Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir…”. Puede que sus ojos estuvieran nublados por el recuerdo de otro dos de noviembre, aquel nefasto día de mil novecientos treinta y siete en que, según contaban los que le fusilaron, Pedro Infante maldijo a la estirpe de los Castreño: “allá donde os escondáis os perseguirá mi venganza”
Santos Castreño, mi abuelo, siempre juró que no había tenido nada que ver con aquella muerte ―se lo pueden imaginar, era de los verdes, Pedro de los amarillos―, murió en su cama en la transición. Su vengador, Cayetano Infante, no había embalsado aún suficiente odio cuando su padre fue ejecutado: por aquel entonces solo tenía siete meses.
Mi madre, siendo yo un adolescente, me contó que supo de estos hechos por mi abuela y por las habladurías del pueblo, teñidas del color del que las contaba; recuerdo sus palabras como si las estuviera pronunciando ahora mismo: “tu abuelo y Pedro se odiaban más allá de su rivalidad política; se odiaban con un odio antiguo que se perdía en viejos litigios de sus antepasados por lindes y amoríos”.
Imagino a mi madre apurando su café una hora antes de la función, poniéndose el abrigo para salir a dar un último paseo alrededor del teatro, para aflojar los nervios, leyendo su propio nombre en grandes titulares en la fachada “Sara Castreño, magistral doña Inés”. Me pregunto si entonces ya sabía lo que iba a hacer.
Poco después se maquillaría y se vestiría de novicia para salir a escena. Lo último que oiría serían los aplausos de los incondicionales que se resistían a levantarse de sus butacas. Luego, en su camerino, se quitaría los zapatos en ese gesto tan misterioso de los suicidas y, mientras se apagaban las luces en el escenario, ella se desangraría en su camerino.
Después del tiempo transcurrido, no se si fue el miedo lo que la llevó a acabar con su vida, o quizá el peso que debió soportar durante tantos años, un peso oscuro, dañino como un tumor, denso como la piedra, más cruel que la certidumbre; el peso de no poder saber quien fue en realidad su padre. O tal vez solo quiso salvarme a mi, como Doña Inés a Don Juan al pie de la sepultura, saldando la cuenta contraída con Pedro Infante por todos los Castreño. Nunca lo sabré.

Juan Castreño (dos de noviembre de dos mil veinticuatro)

Comentarios (13):

Ryan Infield Ralkins

18/11/2024 a las 23:58

Saludos Verso suelto

Muy interesante esa reflexión sobre el odio y como al pasar la historia, aunque los bandos cambien, es el odio uno de los principales motores de los conflictos a nivel mundial. En cuanto al relato, me gustó la forma en que lo narraste. Tiene un toque fuerte a leyenda urbana. Tan es así que si dijeras que la historia fue real, no lo dudaría ni un instante. El no saber si al final la cuenta fue saldada ayuda a crear mas intriga.

Felicitaciones y saludos nuevamente

Yvonne

19/11/2024 a las 16:59

Hola de nuevo. Te recuerdo del antiguo taller y me alegro de encontrarte. Escribes muy bien. Tienes un estilo suelto y elegante que se lee fácil y deja buen sabor de boca. Supiste encontrar un tema original diferente a los típicos cuentos de zombis que pululan por estas fechas, y su lectura es amena. Qué bien que sigas escribiendo.

Maria Carmen

19/11/2024 a las 22:56

Hola por verso suelto. Tienes una gran imaginación y me ha encantado tu historia, escribes muy bien con mucha soltura.
con los mismos texto (con el mismo texto) creo que la frase tiene que ser toda en singular.
Y he encontrado alguna frase muy larga y poniendo un ; seria mejor.
Saludos

IreneR

20/11/2024 a las 15:41

Buenas, Verso suelto.

Vaya historia de odio y venganza. Me ha gustado, aunque no he llegado a entender porque la madre se suicida para salvarlo a él. Mientras lo leía me esperaba que fuese el mismo personaje principal el que hiciera algo en ese dos de noviembre, aunque escribiéndolo ese mismo día… Quién sabe lo que pasará.

Un saludo.

IreneR

Amilcar Barça

20/11/2024 a las 18:48

Me ha gustado; tiene un presunto toque de veracidad. salu2

Carmen

21/11/2024 a las 06:41

Hola, Verso suelto.
Creo que has escrito un relato ágil y de fácil lectura. Muy realista y de cualquier época. Muy bueno hablar de bandos en colores. Es cierto que según lo leía, esperaba la muerte de Sara provocada por el verdugo de la venganza y sentía curiosidad por la manera en que lo haría, pero cada uno termina su relato como le parece y seguro que Sara como madre que era, pensó que salvar a su hijo era su objetivo. Eso sí, ya nos contarás qué pasó con el hijo un tiempo después de la muerte de su madre.
Buen trabajo.
Saluditos.

Wiccan

23/11/2024 a las 01:43

Buenas Verso Suelto,

Antes de nada te agradezco que hayas pasado por mi texto a comentar y si, desde mi punto de vista el tiempo no importa siempre que se unan el odio y el fanatismo, así de idiotas somos los seres humanos para algunas cosas como sucede en nuestros relatos.
De tu historia me gusta sobretodo ese misterio que va planeando durante todo el relato sobre las diferentes muertes relacionadas con la primera sin que en ningún caso se pueda determinar realmente si fue uno u otro personaje, incluso para el caso de Pedro. Ese hecho unido a que se esté contando en primera persona por un supuesto sucesor de los Castreño hace que consigas que el lector se coloque totalmente en la posición del narrador, la incertidumbre de saber como han sido todas las muertes anteriores, la razón del suicidio de su madre o esa fecha final hace que sientas un poco la rabia y la angustia del protagonista. Y digo esto porque en un primer momento pensé en comentarte que el final se me hacía poco revelador y demasiado ambiguo, pero es precisamente ese hecho el que te hace sentir lo que siente el personaje y, por tanto, más que un error lo considero un acierto.
En cuanto a la forma lo único que te diría es que en varios párrafos hay frases muy largas con muchas comas en las que yo quitaría alguna o la transformaría en punto y seguido, pero esto es una apreciación personal.
Me ha gustado mucho leerlo, a ver si poco a poco podemos superar este tipo de odios sin justificación actual, muchas gracias por compartirlo.
Nos leemos.

Verso suelto

24/11/2024 a las 19:35

Muchas gracias a todos por comentar mi relato. Creo que me he pasado por todos los vuestros, excepto por los de María Carmen y Carmen que no he sido capaz de localizar.

CARMELILLA

25/11/2024 a las 06:37

Hola, Verso Suelto.
Mi relato no lo has localizado porque mi comentario lo he escrito como Carmen en lugar de carmelilla que es como escribo mis relatos. Si te apetece seguir leyendo ya sabes.
Saluditos.

Otilia

25/11/2024 a las 15:15

Hola, Verso suelto, gracias por tu relato. Se lee con facilidad y me ha gustado.
Ya dicen que el odio es el único sentimiento que no prescribe y que el miedo mata. Ambos dichos se ven en tu historia. ¡Felicidades!
Saludos.

Mónica Bezom

25/11/2024 a las 22:45

Hola, Verso Suelto.

Ha sido una grata sorpresa la lectura de tu texto plamado través de una escritura desenvuelta y atractiva. También merece destacarse el marco de odio en el que se mueven sus personajes y la vigencia de tan desgraciado motor a través del tiempo en el corazón de los hombres.

Una pequeña observación: “Luego, en su camerino, se quitaría los zapatos en ese gesto tan misterioso de los suicidas y, mientras se apagaban las luces en el escenario, ella se desangraría en su camerino.”: mencionar “camerino” la segunda vez me resulta redundante; se sobrentiende que está en su camerino porque acabas de decir que allí se quitaba los zapatos. Aunque puedo estar errada. Lo leí en voz alta y me chirrían los dos camerinos. Fíjate, a ver qué te parece, ya que es el párrafo decisivo del desenlace.
¡Felicidades por tan buen relato!
Nos estamos leyendo.

Don Kendall

27/11/2024 a las 23:47

Hola, verso suelto. Me ha gustado el texto que propones al Taller. Muy interesante la utilización de la voz narrativa en primera persona introduciendo al personaje para llevar al lector sin estridencias a un final con sorpresa perfectamente encajable en la trama.
En lo que respecta a los aspectos formales me repetiría en los señalados por el resto de colegas.
Gracias por la muestra de este trabajo. Un abrazo y haya salud

Verso suelto

28/11/2024 a las 13:58

Hola Mónica, tienes toda la razón: sobra un camerino. Ya está corregido. Gracias mil.

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