Literautas - Tu escuela de escritura

<< Volver a la lista de textos

ARREBATO - por Viajero InsatisfechoR.

Web: http://www.viajeroinsatisfecho.com

En alguna coyuntura muy concreta, llevado por mis ímpetus forjados en la juventud y acarreados hasta la madurez, me trataba de acercar a los muertos con imaginación desmedida y ojos experimentados, pero, al instante, desaparecían.
Ahora lo comprendo. En mi condición actual ¿qué haría yo si se me acercara de improviso a aquel joven que mandé al hospital? ¿Me ocultaría si pudiera? Seguro. Para mí, él desaparecería en un flash. ¡Pobre diablo!, trataría de ajustar cuentas conmigo cuando ya se había desvanecido.
Este individuo, cargado de razón, me podría exigir esa responsabilidad por haberle zurrado aquel día. Un día corriente, no más importante que cualquier otro.
Cuando pasó al lado de mi coche aparcado, le oí cantar y vi sus movimientos de actriz de vodevil. Sentado al volante, observé su espontánea actuación y su paso afeminado mientras avanzaba por la acera, a la sombra de unos tilos de hoja ancha. Me indignó su voz atiplada, sus cursis ladeos de cadera y la oscilación circular de unas delicadas manos. Pulidas. En ese momento escuchaba una suave música que salía de la radio de mi auto, que se entremezcló, forzosa, con las notas aflautadas del muchacho. No lo pensé. Arranqué el coche y me incorporé con decisión y un fuerte acelerón a la calzada. Luego, aminoré la marcha para seguir al jovenzuelo a unos metros de distancia. Aprovechando la intersección de una de las calles perpendiculares me interpuse en su camino.
Bajé del coche y me puse delante de él.
—¡Mamarracho! ¡Maricón! —le grité. Mis ojos fijos, desencajados, le debieron de asustar.
No me sorprendí a mí mismo de esta reacción ni me habían chocado otras muchas de índole similar, pues estaban en línea con mis actuaciones diarias en la empresa. Llevaba ya muchos años en el puesto y no había ascendido. No lo podía hacer. En el siguiente escalón más alto, reemplazaría al empresario y eso era inviable. Por este inevitable parón en las posibilidades de superación, o por cualesquiera razones de inquina, ningún subordinado escapaba a mis rápidas reacciones ofensivas. Si faltaba la polémica en una conversación banal, yo la provocaba, para poder lanzar maldiciones contra todos los que en ese momento me escuchaban; si alguno de los subalternos se arrugaba, yo le ridiculizaba con energía y, por el contrario, si uno se atrevía demasiado, desechaba su osadía y le impulsaba hacía la absoluta discreción, hasta el silencio, y le humillaba.
El muchacho vestía unos pantalones Antony Morato y chaqueta Boss, con estilismo depurado. Calzaba unos zapatos negros de diseño. Ante mi reacción —sorpresiva para él— pareció clavarlos en el asfalto. No se movió.
Le pegué un primer puñetazo en la cara que le hizo tambalear para al final caer de espaldas en uno de los laterales, pero en la hierba.
—¡Serás desperdicio humano! —le dije con asco, y me acerqué con firmeza donde había caído.
Encolerizado aún más por la incapacidad del muchacho para reaccionar, me lancé sobre él y con una de mis rodillas presioné su cuerpo a la altura del cuello. Le seguí golpeando hasta que, ensangrentado y desorientado, pudo gesticular algo.
No le entendí.
Agarré su cuerpo inerte con fuerza, a la vez que en mi cabeza se concretaban los detalles y momentos en los que me labré una terrible fama en la empresa. Los empleados a mi cargo me tenían por grosero y sinvergüenza, un personaje del que siempre querían huir; me observaban como a un apestado, y se apartaban con miedo. Era un modo de proceder, el mío, resultado de mi considerable soberbia. Con el vigor que da el deterioro personal más absoluto, arrastré el cuerpo de aquel pingajo hacia una piedra pulida que sobresalía en un rincón de aquella solitaria avenida. Semejaba a una lápida. Le solté al lado y me quedé quieto. Parecía una extraña premonición. ¿Le habría matado?
En la lápida no había ningún nombre.
En el arrebato, habría cincelado en ella, con desprecio y letras romana, mi epitafio: SIEMPRE SE HA RODEADO DE ENEMIGOS MÁS QUE DE AMIGOS.

Comentarios (5):

Juli Blanco

19/11/2024 a las 02:29

Hola Viajero insatisfecho! Me tocó comentar tu texto, lo haré lo mejor que pueda.
Es un relato que es a la vez fácil y difícil de leer: fácil porque fluye, la lectura avanza sin dificultad en cuanto al ritmo y el vocabulario. Difícil porque es un personaje con el cual cuesta empatizar. Objetivo logrado! El tipo es un frustrado que reacciona con violencia y eso queda clarísimo de principio a fin.
Es tan gráfico que parece que estuviera allí viendo la escena.
Nos seguimos leyendo!

D.J. Llurba

19/11/2024 a las 04:34

Buenas, Viajero. Enhorabuena por participar y espero seguir leyéndote por aquí.

Anoto un par de palabras de léxico que no conocía.

Respecto al relato, los tres primeros párrafos me resultan confusos. Y, aunque luego se contextualizan un poco, no acabo de entender lo del desaparecer al instante de los muertos. Luego, con el final me ha pasado algo parecido, no me queda claro si el maricón ha muerto. Por lo demás bien, solo me he perdido en esas partes. El reto y las palabras clave bien integradas.

IGNACIO

19/11/2024 a las 19:03

Hola Viajero. El relato tiene fuerza y riqueza de vocabulario. Tengo la duda sobre cuál es la condición actual del protagonista. ¿Está muerto? En parte lo parece.

María Jesús

24/11/2024 a las 21:29

Hola: Aunque el texto tiene fuerza, me ha pasado lo mismo que a tus otros lectores, que no he entendido claramente el final, Al principio dices que mandaste al muchacho al hospital pero luego parece que la lápida sin nombre es la del narrador ??? luego el muchacho no estaba muerto en fin, quizá si lo pules un poco el relato ganaría mucho. un saludo.

Yvonne

25/11/2024 a las 20:26

Hola, Viajero insatisfecho,
Por lo visto también eres viajero de la psique, explorador de las emociones. Mis respetos por endosar la personalidad de un hijo de puta de baja calaña y expresar en primera persona lo que siente, cómo piensa y se salta todas las lineas rojas de la buena convivencia. La gente suele preferir identificarse con los buenos, bonitos y graciosos. Un retrato bien elaborado. Intercalaste vivencias del trabajo para dar amplitud al personaje así cómo flashes de lucidez que le permitían una cierta autoevaluación. Sí es que un individuo cómo este es capaz de autoevaluarse.
El narrador en primera persona es óptimo para transmitir emociones directas y hacer que el lector se identifique. Sin embargo a la hora de dar información amplia sobre el personaje, es más cómodo y realista el narrador omnisciente. Un narcisista no se suele tener por narcisista, un despota por despota, por lo que siempre resulta poco creíble que una persona así se describa a sí misma como tal. Estás son las limitaciones que le veo al narrador en primera persona, tiene estos dos ejes. Yo misma tengo la duda y la tuve en mi relato, en cuanto a usar o no la primera persona.
Aparte de eso, me parece un buen relato, impactante y que se lee del tirón. Saludos.

Deja un comentario:

Tu dirección de correo no se publicará. Los campos obligatorios aparecen marcados *