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Por un pedazo de queso - por Carlos G Esteban

Web: http://barrenau.blogspot.com

Aquel queso era muy especial. Era el queso que habíamos guardado para celebrar juntas nuestra victoria. Un queso de una calidad muy superior a la de cualquier otro que hubiésemos probado alguna vez. Habíamos tenido que hacer varios kilómetros a pie, por las montañas del sur de Francia, para encontrar la pequeña quesería que lo fabricaba. Un matrimonio de ancianos granjeros regentaba una explotación ganadera en la que fabricaban aquella maravilla gastronómica. Habíamos aguantado varios días sin comenzarlo, guardando esa pequeña cuña en una quesera transparente, en mitad de la mesa de la cocina de aquella casa rural. La misma mesa que rodeábamos ahora las cuatro sospechosas de haberlo hecho desaparecer.

No tenía coartada. Ninguna la teníamos, de hecho. Las cuatro nos habíamos ido a la vez a dormir. Cada una a su habitación. Sin saber nada de las otras hasta aquella mañana en la que contemplábamos los delatores restos del queso en forma de cortezas roídas por los dientes de alguna de nosotras. Allí estábamos. Calladas. Buscando culpable. ¿Quién podría haber cometido semejante vileza? ¿Quién había acabado tan egoístamente con la ilusión y el placer de degustar juntas aquel exquisito bocado que tan bien hubiese maridado con nuestra victoria?

Mi primera sospechosa fue Irene. Había hecho todo el camino quejándose. Explicándonos cuánto le dolía cada centímetro cuadrado del cuerpo. No en vano era la más urbanita de todas. Incapaz de usar sus piernas. Acostumbrada al transporte público y el asfaltado que tan ajenos eran a aquellos montes. Seguro que creía que se lo merecía más que las demás, al haber realizado un esfuerzo tan titánico, en su opinión. Escudriñé en sus ojos buscando la culpabilidad. Su mirada me devolvió mi implícita acusación. La parte izquierda de su labio superior se movió ligeramente. Tal vez queriendo que asomase su colmillo, emulando a alguna fiera salvaje a punto de saltar sobre mi.

Desvié mis ojos hacia Raquel. Era la más competitiva. Aunque fuésemos el mejor equipo de economistas de todo el sur de Europa, ella siempre quería destacar por encima del resto. Tenía que llevarse un plus que no tuviésemos las demás en todas las transacciones cerradas. Su nombre tenía que figurar el primero siempre, alegando razones alfabéticas. Era la única que tenía negocios propios al margen de nuestra empresa. Y seguro que creía que tenía algún tipo de derecho divino a llevarse aquel queso que nos pertenecía a todas. En sus pupilas clavadas en las mías creí ver la imagen de la ira.

Antes de que aquellos dos puntos negros tuviesen la oportunidad de penetrar en mis pensamientos, me volví hacia Begoña, la tercera de mis socias. La que había tenido la idea de todo. De la empresa, del negocio que acabábamos de cerrar y, por supuesto, de la quesera celebración. Siempre había intentado inútilmente trabajar en solitario. Sabía que nos necesitaba, pero detestaba esa dependencia. Esa vez quería acaparar la victoria. Disfrutarla como si fuese exclusivamente suya. Bajo sus cejas, dos pedazos de altanería hechos globos oculares me contemplaban amenazantes.

La maldita alergia me hizo pestañear un segundo, revelando tal vez alguna de mis múltiples inseguridades. Me rocé con el índice la nariz, sorbiendo el aire con todo el disimulo que pude, y todos mis receptores olfativos entraron en alerta. No podía ser. No me lo podía creer, pero era innegable: de mis manos emanaba aquel aroma a monte de la cara norte pirenaica. Los efluvios de esa pequeña granja que con tanto esmero cuidaba su producción.

Hacía más de una década de mi último episodio de sonambulismo. En aquella ocasión, la televisión de mi casa familiar había aparecido desmontada, pieza a pieza, distribuida por todos los rincones del salón. Anteriormente, había realizado toda clase de destrozos, mayores de lo que me gustaba reconocer. Creía que todo eso era el pasado. Algo que, como tantas otras cosas, había perdido en la mudanza.

No me podía creer culpable. No quería serlo. Porque no lo era. Porque bastantes problemas había tenido de niña, de adolescente, en la universidad… Años de psicólogos para quitarme todos aquellos temores habían hecho de mi la campeona de las finanzas que había llevado la empresa a lo más alto. Aquel queso era solo una ínfima parte de la recompensa que merecía. Mi mirada retó a las de mis socias, una por una, emplazándolas a demostrar mi culpabilidad. Dediqué unos segundos a pensar. Ajusté mis principios morales, y entendí que mi único remordimiento era el de no recordar el sabor de aquel delicioso queso pirenaico.

Comentarios (6):

JaimeM

16/05/2019 a las 14:22

Hola, Carlos:

En primer lugar, enhorabuena. Me ha gustado mucho tu relato. Tu escritura es exquisita. Me parece especialmente logrado el tono, entre serio y humorístico. Consigues un equilibrio muy sutil, muy difícil de lograr, que le da varias capas a la historia. Me encantan además las caracterizaciones, y la manera en que la protagonista se justifica a sí misma.

Dicho esto, sí te comento que en mi caso el relato flaquea un pelín en el medio. Los tres primeros párrafos me parecen maestros. Sin embargo, cuando acoplas explícitamente el pensamiento de la protagonista a su mirada (“Desvié mis ojos hacia Raquel … me volví hacia Begoña…”), mi atención se desvía momentáneamente, como si por un momento se pusiera a la vista el artificio del relato. En mi opinión, podrías hacer explícito que la protagonista va examinando a cada una de sus compañeras sin necesidad de describirlo con los movimientos de sus ojos o de su mirada. Y la manera en que describes a Irene al final del párrafo tercero (“La parte izquierda de su labio superior se movió ligeramente. Tal vez queriendo que asomase su colmillo, emulando a alguna fiera salvaje a punto de saltar sobre mi”) me parece superior en redacción y profundidad psicológica a las reacciones de Raquel (“En sus pupilas clavadas en las mías creí ver la imagen de la ira”) y Begoña (“Bajo sus cejas, dos pedazos de altanería hechos globos oculares me contemplaban amenazantes”), que además se repiten un poco.

En cualquier caso te comento esto ya hilando muy fino sobre un relato que me parece excelente, por si te puede servir de algo, y es solo mi opinión. El desenlace me parece genial, de nuevo elaborado con mucha sutileza y capacidad de decir mucho con poco.

¡Un saludo y nos leemos!

Labajos

18/05/2019 a las 02:09

Hola Carlos:

Yo no pongo objeción alguna. Además me siento identificado con la narradora. Sufrimos un misterioso caso similar en nuestra infancia y hoy cuatro hermanos todavía lo investigamos cuando ya somos todos sexagenarios. En algún momento pensé que iba a aparecer una inoportuna rata a estropear el relato…menos mal que no fue así.

Felicidades.

María Esther

20/05/2019 a las 02:05

Hola Carlos G, me parece que es un relato de algo que sucedió realmente. Está bien escrito, el argumento es sencillo, pero creíble.Lo que no me queda claro es, si al percibir el olor del queso en sus manos, ¿recién toma conciencia que fue ella la autora del hecho, o antes estaba fingiendo?
De todos modos el final me parece bien, ya que se libera de toda culpa.
Saludos Carlos, nos leemos.

Ofelia Gómez

21/05/2019 a las 21:21

Hola Carlos
Muy buen relato, impecable. La frase final no puede menos que arrancar una sonrisa.

Se te han escapado dos tildes en “mí” como pronombre personal.

Ha sido un placer leerte. Un saludo.

Alex Cea Navarro

26/05/2019 a las 09:09

Hola Carlos G.,

Descubro este trabajo con poquitos comentarios y sin embargo con una calidad muy buena.

He de confesar que al principio estuve a punto de abandonar la lectura. El tema del pedazo de queso no me atrajo lo suficiente. Pero me pareció injusto no acabar de leer, por que soy consciente del esfuerzo que hace cada uno por escribir con la maxima calidad posible.

Dicho esto, también me empujo a seguir leyendo el hecho que desde un buen principio se aprecia una escritura muy pulcra, muy cuidada, con lenguaje claro y un muy buen ritmo de lectura.

Ya en el fondo, creo que si un equipo de trabajo encierra tantas envidias y rencillas, está condenado al fracaso. Por muy super economistas que sean.

El giro hacia la culpabilidad inconsciente ha estado bien. No me lo esperaba y precisamente esas sorpresas son las que me atrapan. Además, me ha gustado que no lo utilizas como un final rápido, si no que te recreas en el asunto. Le has sacado mucha punta al tema y eso ha estado muy bien. Hacer pim,pam,pum con el tema del sonanmbulismo hubiese sido un error.

Así como al principio quise huir, al final no quería que la historia terminara. Es decir, captaste toda mi atención.

En resumen: Forma y técnica me han gustado mucho. El argumento me hubiese gustado algo más “profundo” u oscuro. (Pero eso va a gustos).

Hasta la próxima!

María Jesús

27/05/2019 a las 18:41

Hola Carlos: He disfrutado mucho leyendo tu relato con una narración extraordinaria. Me gusta mucha las expresiones que empleas cuando la narradora busca a la culpable de la felonía, analizándola. Creo que este texto es uno de los mejores que he leído en este mes.
Saludos desde el 48.

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