Literautas - Tu escuela de escritura

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El "Pavo" Rubén - por M.L.Plaza

—Pero mujer, si solo es ir a Panamá y volver. De este viaje sacamos suficiente dinero para techar la casa y, antes de Navidad, nos casamos.
Rubén se subió al barco y en el muelle se quedó su enésima novia. Siempre le pasaba lo mismo. Cada invierno se enamoraba perdidamente de alguna lugareña y, al siguiente verano, salía corriendo en la primera embarcación que lo contrataba.
Había nacido en una choza al lado del mar. Su padre era bonguero y se había pasado la vida yendo y viniendo en su barca por el golfo. Transportaba cualquier mercancía que le pidieran: sal, gasolina o telas. Y, de vez en cuando, llevaba pasajeros hasta alguna playa remota.
El bongo se lo había hecho él a la vieja usanza. Primero vació el tronco más grande que pudo encontrar. Luego dio forma a la proa, y la parte de atrás la hizo chata, como mandaba la tradición. Por último colocó el mástil para la vela.
Su gran ilusión era que su hijo mayor fuera marinero de verdad, de los que salen a mar abierta. No como él, que siempre había navegado viendo tierra. Él no se fue al mar por la mujer. Y por eso alertaba a su hijo: «Cuidado con las mujeres, Rubén, que atan más que cualquier cabo. Si no, mírame a mí. Me he pasado la vida de aquí para allá, sin salir del golfo».
Así que en cuanto Rubén cumplió dieciséis años, lo mandó de ‘pavo’ a un barco langostero. Iba sin paga, a ver si aguantaba el trabajo. Ahí el chaval descubrió que se ganaba dinero más rápido trabajando de buzo. Solo había que bajar a sacar las langostas de una en una. Y a eso se dedicó durante un tiempo, hasta que los continuos accidentes de los compañeros le empezaron a minar la voluntad. Cada vez había que ir más adentro y bajar más profundo. Las enfermedades por descompresión se hicieron frecuentes, y a Rubén le entró el miedo en el cuerpo.
Cuando estaba a punto de volverse a trabajar con su padre en el bongo, le llegó la oportunidad de su vida.
Un patrón andaba buscando cocinero para su tripulación. Y Rubén se ofreció para el puesto. De cocina sabía nada, pero con voluntad todo se consigue en esta vida. Pasó tres días aprendiendo lo más elemental con su madre. Qué orgullosa estaba la mujer. Su hijo, cocinero en el barco del patrón. Iba a ser alguien en la vida.
Los primeros días de la travesía son los peores: aún no ha llegado lo más duro del trabajo, y los hombres andan con exigencias. En cuanto entran de lleno en faena se convierten en tiburones hambrientos, a los que les importa poco el punto del arroz, con tal de llenar el buche.
Le encantaba llegar a cualquier puerto y decir que era el cocinero del barco. Las mujeres admiraban su oficio, y estaban dispuestas a compartir con él sus secretos, hasta sus mejores recetas. Y él se dejaba querer. Sobre todo le gustaban las de pelo largo. Pero antes o después recordaba a su padre diciéndole: «Hay que ver lo que amarra una larga melena». Y al llegar el verano se despedía de su amada:
—Me voy nomás unos días a la langosta, y a la vuelta nos casamos, mi amor.
Así fueron pasando los años hasta que una tarde de invierno se encontró ante una casa. Se le paró el corazón. Era exactamente igual a la de sus sueños: una casita en mitad de una plantación, lejos de la costa. Y ahí metió todos su ahorros. La llamó Villa Margarita, su chantecito. Y con ayuda de todos sus conocidos empezó una nueva vida de granjero. Rubén, el marinero, no subió al barco ese verano.
Se quedó tierra adentro reformando su casa. Le cambió el tejado; la pintó de amarillo para verla bien desde lejos; le reparó la puerta y las ventanas. La transformó en una verdadera lindura. A Rubén se le llenaba el alma solo con mirarla. Era el gran amor de su vida.
Una mañana bajó al puerto a vender su cosecha de plátanos. Y ahí, amarrado, estaba su barco. En cuanto lo vio, Rubén lo supo.
—Margarita, preciosa mía, me subo a Nicaragua a por la langosta. Con el dinero que saque compro una tele y una nevera. Verás qué maravilla.

Comentarios (21):

Alex Cea Navarro

18/04/2019 a las 00:51

Nunca defraudas.
Iba a pasar a leerte, eso lo tenía claro.

Hola M.L.Plaza.

¿Qué decir? ¡Bravo!
Genial y bien redactado.

Creo que he visto a tu marinero rondando mi texto. Espero que no haya pasado la noche en la cantina. Las malas compañíaañs pueden perder a uno.

He disfrutado tu historia.

Un saludo,

Alex.

IreneR

18/04/2019 a las 11:32

Buenas, M.L.Plaza.

Me ha gustado tu relato y la manera en la que has contado la historia de Rubén, un chico que no puede quedarse mucho tiempo en un mismo lugar. Una de esas personas que no se ligan a los sitios ni a las personas, o quizá sí, y en este caso es al mar.

He disfrutado leyéndola. Aunque no he entendido el “Pavo” del título…

Nos leemos.

Un saludo.

Patricia Redondo

18/04/2019 a las 15:48

Estoy leyendo/escribiendo con el móvil porque ando de vacaciones, sin ordenador, sin tablet, pero, pese a lo que me cuesta hacerlo así por dificultades de visión, no me los podía perder. Y vaya si me alegro porque el tuyo es fabuloso! Bravo, bravo y bravo! Precioso, bien construido, hondo, un maravilloso tributo a todos los Ismaeles que por el mundo y la literatura transitan. Mis más sinceras felicitaciones!

Eric Milne

18/04/2019 a las 17:27

Hola M.L. Plaza.

Me encantó como narras el amor por la verdadera vocación de Rubén. Como nace en él, como se mantiene con los años, como el cambio de profesión termina siendo nada más que un descanso y luego volverá al mar. Me gustó mucho como transmitiste esa sensación en la historia.

Y también, gracias por pasarte por mi relato. Saludos!

El recreo

19/04/2019 a las 02:02

M.L Plaza un placer leerte, está historia cautiva y la forma de contarla también. Enhorabuena! Se nota tu dominio de argot marinero

El recreo

19/04/2019 a las 02:14

Por cierto me ha encantado el final… cualquier otro hubiera significado empeorar la totalidad de la historia.

MOT

19/04/2019 a las 18:27

Hola M. L. Plaza.
Realmente he disfrutado con la historia de Rubén. Muy bien dirigida y escrita, además de un grandísimo final. Enhorabuena.
Saludos.

María Jesús

19/04/2019 a las 19:18

Hola ML: Un relato muy ameno y bien contado. Que bien hizo caso Rubén de los consejos de su padre, al final resultó mucho más practico que él, entregándole su amor a una casa. En fin, un relato bonito de principio a fin.
Gracias por tus amables palabras al pasarte por mi relato.
Un saludo.

Osvaldo Vela

19/04/2019 a las 21:34

Hola M.L. Plaza.

Que bonita versión de la vida entre mares y puertos tan conocida de la mayoría de los lectores.

La leí sin un tropiezo. cuando ya en el desenlace se le atravezó una casa la cual el maquillo y la arreglo a su gusto, yo pensé “ya se le llegó la hora de sentar cabeza, y allí vivir sin preocupaciones.

Pero cuando un marinero se acostumbra a las mieles de cada puerto que visita, todos con diferente pero apetecible encanto, la costumbre es imposible de dejar. Ni aunque esa quinta lleve nombre de mujer y se llame como mi madre. Gracias.

Un abrazo.

Sirga

20/04/2019 a las 10:56

Hola M.L.Plaza. Me ha gustado mucho tu relato, bien narrado y fácil de leer. Y el final sorprendente, no resulta sencillo cambiar de hábitos ni siquira por una bonita casa.
Felicidades. Nos leemos

HUGO

21/04/2019 a las 00:39

Hola M.L. Plaza:

El título me había creado la expectativa de encontrarme con anécdotas de Rafael como pavo, haciendo todo tipo de tareas y aprendiendo los oficios de marinero, pero apenas se conchaba como pavo decide ser buzo, luego consigue un puesto de cocinero en un barco, lo deja para ser granjero y finalmente, un día que baja a la playa y ve su barco le vuelven los deseos de navegar, de ir por la langosta.

Por supuesto que la expectativa que me había creado con el título, no es culpa tuya, si no de mi imaginación. Es una bonita historia la de Rubén, bien contada y con ritmo. Se lee sin tropiezos. Muestras muy bien el gusto que le tomó al trabajo de marinero.

En un relato tan corto es imposible contarlo todo, pero me sorprendieron dos cosas en el último párrafo: una es que tuviera su propio barco y la otra que fuera a buscar langosta, trabajo al cual le había tomado miedo debido a las enfermedades por descompresión.

Creo que en algunos párrafos podrías prescindir de nombrar a Rubén (lo mencionas nueve veces, incluido el título), ya que sabemos que se trata de él. También repites mucho las palabras “se” (21 veces) y “su” (24 veces). En algunos casos no son necesarias y se podrían evitar.

“De este viaje (sacamos) suficiente dinero para techar la casa” Creo que tendría que ser «sacaremos»

No tengo más comentarios para hacerte porque está muy bien narrado y adhiero a todos los elogios que ya te han hecho los compañeros.

Un abrazo y hasta pronto.
Hugo

Sebas A

21/04/2019 a las 15:47

Buenas M.L.Plaza,
Linda y ocurrente historia y muy bien contada.
A mi me gustó mucho.
Estoy por el 4 por si quieres pasarte.
Te dejo un saludo.

Isabel Caballero

22/04/2019 a las 08:30

¡Qué listillo el Pavo Rubén 🙂
Hola ML, he leído con la sonrisa puesta todo el relato. Recordé una canción de cuando yo era chica: “Soy capitán/de un barco inglés/ y en cada puerto tengo una mujer/ la rubia es fenomenal/ y la morena tampoco está mal.”
Pues lo mismo le pasa al Pavo, pero al margen de la picaresca hay conocimiento detrás de ella. Como buena relatora te has informado sobre el bongo, como se hace, donde se utiliza… (conocimiento del medio), y la has puesto al servicio de la narrativa con naturalidad, como si no costara esfuerzo, ¡eso me encanta M.L.!
Los pocos diálogos igual de naturales. No hay nada artificioso o forzado en ellos. O sea, se le escucha hablar al Rubén cada vez que da una excusa para pirarse.
El final de traca y ovación cerrada. No pudo Rubén negar su condición de Pavo escapista.

Muy muy bueno.

Florencia M

22/04/2019 a las 09:48

Hola ML Plaza,

Muy bueno tu relato, un personaje muy interesante. Sin duda las palabras de su padre lo marcaron y nada lo ata, ni las mujeres ni el trabajo. Está un poco condenado a dar vueltas por el mar sin rumbo fijo y, por más que quiera escaparse de su destino, no lo consigue. Genial el final.

Sólo quitaría mayor (hijo mayor) que da a entender que hay otros hermanos pero eso no tiene ninguna importancia en el relato.

Gracias por pasarte por mi relato.

Felicitaciones y hasta la próxima!

Solidsteel

22/04/2019 a las 11:02

¡Hola, ML Plaza!
Me encanta tu forma de desarrollar este relato. Además conozco algún que otro “culo de mal asiento” de este tipo… jajaja
Yo también intuyo el conocimiento del medio que tienes y lo bien que lo usas en tu beneficio… ¡Enhorabuena!

Conrad Crad

22/04/2019 a las 15:22

Hola, M.L.Plaza
Esta vez voy llegando a los relatos cuando ya está todo dicho. Me ha gustado mucho el tuyo, una historia muy bien contada, muy bien ambientada con un final que es una guinda. La cabra siempre tira al monte.
Felicidades, M.L. Un placer

Anémona

22/04/2019 a las 18:15

Hola, M.L Plaza

Suscribo los comentarios de nuestros compañeros, sobre todo el de Conrad. “la cabra siempre tira al monte”. Ni mujeres, ni casas (¿chantecito, se dice por tu tierra?, nunca lo había oído),ni nada pueden atar a quien no sabe o no quiere estar atado.
Me gusta descubrir que Margarita no es una mujer, como parece al principio, sino otra pasión por la que tampoco se deja atar, o por la que también se hecha de nuevo a la mar…, no sabría decicir la verdadera causa de su nuevo embarco, vamos que la cabra tira al monte.

La forma de contar la historia es inspiradora para mi y me ayuda a aprender, así que gracias por partida doble: por compartir tu relato y por haberte pasado por el mío.

Un saludo.

El Apuntador Mudo

22/04/2019 a las 21:02

Hola M.L. Plaza, aquí vengo a disfrutar de tu relato y a devolverte la visita.

Un relato que me ha gustado, unificando inicio y final. Aunque Margarita no tenía melena con la que amarrarle, no deja de seguir el consejo que le dio su padre.

Cuentan las ancianas en las aldeas costeras, que lo primero que una mujer aprende cuando se casa con un marinero, es a no soliviantar a su gran competidora, la mar. Sabe, desde el primer momento, que tiene las de perder si decide llevárselo para siempre. Tu relato me sabe a eso, a cuento de anciana, escuchado cualquier noche arrimado a la lumbre en un pueblo marinero.

Una gran ambientación. Tanto por las artes descritas como por las labores desempeñadas.

El final ha conseguido hacerme sonreír con satisfacción ante el poder de una mujer muy salada.

Saludos, nos leemos.

Rafa Frisby

23/04/2019 a las 04:31

Que pillo Rubén, casi deseé que terminara en la pancita de algún tiburón, jaja. Me sorprendió que también Margarita saliera perdiendo, no hay duda, Rubén es como los marinos de la canción ‘Brandy’; “my life, my lover, my lady is the sea”. Me ha encantado el relato.

Amadeo

25/04/2019 a las 14:01

Plaza
Muy buen cuento. Llevadero de leer.
Lo único que marco:
1.- No está claro quien habla en el primer diálogo del cuento
2.- Considero que faltan los signos de admiración en la frase: Qué orgullosa estaba la madre.

Estoy en el 99 por si quieres leerlo y comentar
Cordiales saludos
Amadeo

Laura

28/04/2019 a las 11:56

Hola M.L.Plaza.
Me ha encantado tu relato. Felicitaciones por hacer de Margarita una casa, y de la que se despide como de las mujeres.

Saludos.
Hasta la próxima propuesta.

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