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La ofensa - por Marc MelronR.+18

Ricardo Quijano aún no había cumplido quince años. Con una lentitud irritante bajaba las escaleras de su casa. Buscaba con desesperación en sus bolsillos, hasta que encontró una moneda. Salió del portal. Ya era casi de noche y su barrio a estas horas no era muy recomendable.
Ricardo, también conocido como "El Lunas", por los cráteres que la viruela había dejado en su rostro, caminaba parsimonioso por la desierta calle. Tenía que atravesar un gran arroyo seco y descarnado que dividía en dos partes la ciudad.
Un evidente estado de ansiedad se apoderaba de él siempre que pasaba por allí. Desde lo más alto de una pequeña loma se adivinaba el “Lian Shan Po”, como se conocía en los billares a la parte de la ciudad más temida y repudiada. Hoy, una niebla espesa y maloliente lo cubría prácticamente todo.
Miró el reloj; las ocho. Hasta las diez no regresaban sus abuelos del almacén donde trabajaban, desde hace dos años. Dos años ya sin padres. Dos años sin más normas que las de la calle.
Entró en el billar, se colocó delante de su máquina preferida, introdujo la moneda y se puso a jugar.
Cuando ya llevaba unas partidas jugadas, oyó detrás de él una voz que le llamaba:
─ ¡Eh, “Lunas”!
Era “el Comandante”, un tipejo tres años mayor que él y enganchado al “caballo”. Un matón de bar, un gorila macho alfa que amedrentaba sólo con mirar. Nadie sabía su nombre verdadero; nadie se hubiera atrevido a pronunciarlo.
─ ¡“Lunas”!, deja lo que estás haciendo, que ya termino yo la partida por ti.
─ Oye, si quieres jugar, te esperas y te rascas el bolsillo.
La reacción de “el Comandante” fue instantánea. Sacó su reluciente navaja y la apoyó contra la espalda de Ricardo.
─ ¡O te largas o te clavo la sirla en las tripas y me hago unos tirantes con ellas!
“El Lunas” lanzó su codo hacia atrás a velocidad de vértigo, impactando en el estómago de su atacante. Todos los presentes se quedaron mirando cómo su jefe de filas caía pesadamente al suelo.
Mientras “el Comandante” se retorcía como un pez fuera del agua, le gritó a Ricardo:
─¡Mañana todo el “Lian Shan Po” te hará una visita y te mataremos!
Desde aquella tarde, la vida de Ricardo Quijano no fue la misma. Dejó de ir al colegio. Vivía atemorizado, escondido, insomne, muerto en vida. Sólo recibía la visita de un amigo, experto en artes marciales, que le empezó a enseñar el manejo de la catana.
Los progresos en el aprendizaje no llegaban y se desesperaba. Enloquecía a días.
Un oscuro lunes de mayo ocurrió; volvía del médico que le estaba tratando la ansiedad, cuando de una esquina apareció un grupo de matones. Lo acorralaron haciendo un círculo sobre él y lo tiraron al suelo. Al poco apareció “el Comandante”. Le puso un pie en el pecho y le dijo:
─ Alégrame el día “Lunas”. Dame algo bueno o te rajo.
En su cuello, Ricardo llevaba siempre el colgante de oro con la foto de sus padres. Su único recuerdo.
─ Bien, dijo “el Comandante”, por hoy valdrá, pero el día que te pillemos sin nada, estás liquidado.
Ricardo supo que, a partir de entonces, tendría que pagar el “impuesto revolucionario”. Después de rumiar su ofensa algunos días, tomó una decisión.
Un viernes por la tarde cogió su catana y se encaminó al antro de las máquinas recreativas. Se quedó parado frente a la puerta y llamó a gritos a “el Comandante”, quién salió entre las risas y aplausos de su público.
Duelo al sol. Era un día muy caluroso. El sudor de todos los presentes hubiera podido desbordar el arroyo seco. Ninguno de los dos se movía.
Cuando arrancó a correr lanzándose contra Ricardo, emitió un grito inhumano que retumbó en toda la calle, bajo la atenta mirada de sus subordinados. Fue justo un segundo antes de llegar ante “el Lunas” cuando supo que su destino era la muerte.
Ricardo rebuscó en los bolsillos de “el Comandante” y agarrando el colgante de sus padres se lo guardó. Miró a los perplejos huérfanos sin líder y se dio la vuelta, rumbo a ninguna parte, mientras pensaba en el proverbio chino que siempre le decía su padre: “No desprecies a la culebra por no tener cuernos, quizá se reencarne en dragón; también un hombre puede ser todo un ejército."

Comentarios (6):

Linzano

18/02/2019 a las 11:54

Buenos días Marc!
Qué bien has creado esa atmósfera lúgubre y de pobreza social, remarcada por esos núcleos de
delincuencia juvenil. Me ha impresionado su tono realista.
Así mismo, describes con pocas pinceladas, pero muy veraces, al protagonista del relato.
Juegas hábilmente con los diálogos, interponiéndolos en su justa medida a medida que avanzaba
la trama.
La frase del comandante aludiendo a La escabechina que podría hacerse con las entrañas del
Lunas, me parece genial.
En fín, que me ha atraído tu historia desde el primer momento y te felicito por ello.
Saludos!

Moldy Blaston

18/02/2019 a las 12:44

Buenos días Linzano. Muchas gracias por tu visita y amables palabras. Me siento muy honrado de haber sido capaz de atraerte de principio a fin con el relato y, sobre todo, de haber podido pintar ese ambiente que pretendía. ¡¡¡Me llenas la mochila de ánimos!!!
Me paso por #69, a ver qué nos has propuesto este mes.
Un saludo

Florencia M

18/02/2019 a las 14:01

Hola Marc,

Me gustó mucho como ambientas el relato, con todos esos detalles asiáticos. Lo único por señalarte es que veo un poco de desproporción entre el miedo que él tiene de que lo maten y por eso se esconde y se prepara con la cata y, lo que luego pasa en el reencuentro con el comandante, donde solo le roba la medalla pero no le pega. También, desde mi punto de vista, creo que el hecho de que el protagonista se trate la ansiedad con un médico rompe el clima marginal del relato sin aportar nada a la historia.

Felicitaciones y hasta la próxima.

Moldy Blaston

18/02/2019 a las 16:09

Hola Florencia M. Muchas gracias por tu visita y por tus comentarios. Me alegro de que te gustara la ambientación del relato.
En cuanto a lo primero que señalas, comentarte que mi intención era que “el Comandante” le hiciera ver a “el Lunas” que tenía el control sobre su vida, sobre sus miedos, sobre sus idas y venidas, más que aplicar la violencia sin más. Era el no dejarle vivir siendo prácticamente su sombra. Por eso quizás veas la desproporción entre la amenaza de muerte y luego la realidad de una mafia amenazante.
En cuanto al segundo apunte, creo que lo debería haber redactado de una manera que no generase la rotura del clima marginal, entendiendo que asumimos que cualquiera tiene derecho a ir al médico, independientemente de su escala social.
Tomo nota de tus apreciaciones, que seguro me ayudarán en los próximos escritos.
Recibe un cordial saludo y nos leemos pronto.

MOT

20/02/2019 a las 12:09

Hola Marc.
Me ha gustado mucho la historia, he disfrutado con ella. el ambiente que has intentado transmitir lo he visto con mis propios ojos, lo he sentido; incluso los he visto en el bar… Muy logrado.
Buen trabajo y enhorabuena, muy placentero haberte leído.
Saludos.

Marc Melron

20/02/2019 a las 17:14

Muchas gracias MOT por tu visita y amabilidad.
Haber logrado que te veas dentro de la historia, es un motivo de gran satisfacción, porque no siempre se consigue.
Espero que nos volvamos a leer pronto.
Ánimo y a por el próximo reto!!!

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