<< Volver a la lista de textos
Los girasoles - por Pato Menudencio+18
Después de tantos años jamás pensé que volvería a aquel sitio. Manejo mi auto sin importar lo que marcan las flechas. Si tengo suerte, me detendrán por exceso de velocidad y tendré la excusa perfecta para zafar de aquel compromiso. Por otro lado, siento que debo ir. Hasta que no vea su miserable rostro asomándose por el ataúd no podré cerrar ese capítulo de mi vida al que me negué a enfrentar por tantos años.
Subo el volumen de la radio pensando que así puedo hacer más llevadero el camino, pero no hay música capaz de aminorar los recuerdos que se abren con el paso de los kilómetros, como si fueran heridas infectas que revientan ante el menor movimiento. Arden desde adentro y ni siquiera gritando puedo hacer que el dolor se vaya por un instante. ¿Vale la pena asegurarme de su muerte, aun sabiendo que el obituario no mentía cuando lo vi el día de ayer? ¿Es necesario revivir aquel sufrimiento?
Tomo el desvío en la ruta F66, y el camino sin pavimentar junto al olmo me dicen que queda menos. Nunca pensé que vería de nuevo ese árbol y me extraña que aún permanezca imperturbable al paso del tiempo, al igual que ciertos malos recuerdos. Siento nauseas y una punzada en mi útero me traslada hacia el pasado. “Quédate calladita que nada malo te pasará”. La misma frase que me visita de forma esporádica durante algunas de mis pesadillas ahora recobra la nitidez de la primera vez que la escuche en mi vida, hasta puedo sentir el aroma a sudor masculino que pese a las incontables duchas aún no se va del todo. “Cálmate Valeria, ya está muerto”, me repito para darme el valor que creo necesitar.
Llego al pueblo y de pronto ahí está, el campo de girasoles al costado del templo evangélico. No resisto el impacto de la imagen y rompo en llanto. Veinte años contenidos estallaron en cuestión de segundos. Como un remolino todas las imágenes de mi niñez destruida se superpusieron casi al mismo tiempo. El recuerdo de mi abuela lavando los platos y mi abuelo, más bien mi abuelastro, invitándome a que lo acompañara a ver sus girasoles que cuidaba con tanto cariño y que regaba todos los días terminada su jornada como pastor evangélico.
Siempre recordaré cómo mi abuela se sentía tan afortunada por casarse con aquel hombre luego que mi abuelo se fuera para al norte para nunca más volver.
Súbitamente los recuerdos se volvieron más nítidos. Yo tomada de su mano, él contándome que si uno se escondía en el centro de su campo de girasoles nadie podría verlo. Luego su mano subiendo por mi pierna, mi respiración entrecortada por el miedo, su otra mano apretando mi muñeca mientras sus ojos adquirían una malignidad que nunca había visto.
Las amenazas Surtieron efecto y me impidieron reaccionar, mientras desgarraba mi interior suplicaba llorando para que se detuviera. Sólo los girasoles parecían testigos silenciosos, como si no quisieran perderse ningún detalle de aquel miserable ultraje. ¿Qué clase de monstruo le haría eso a una niña de doce años?
Luego vino la vuelta a casa y su orden para que fuera de inmediato al baño. Entré sola a la tina mientras la sangre aún bajaba por mis piernas. Sólo irme de la casa sin mediar explicaciones atenuó un poco todo lo vivido.
Me sequé las lágrimas y estacioné el auto cerca del templo. Estaba lleno de fieles. El muy maldito era querido por toda la comunidad. A lo lejos veo a mis primos afectados por su deceso. Si supieran la suerte que tuvieron por haber nacido hombres.
Me acerco lentamente y unos pocos me reconocen. Pese a los años hay cosas que no se pueden cambiar. Seco mis lágrimas. Aunque son de un origen distinto, combinan a la perfección con las de los otros asistentes.
Estoy frente al ataúd y por fin lo veo. Su rostro simboliza todo lo malo que alguna vez viví en ese pueblo, heridas que creo que jamás cerrarán, Mis piernas apenas me sostienen y pienso cómo puedo cerrar este círculo de sufrimiento. Mi cara se acerca aún más a la suya, saber que pronto estará pudriéndose con los gusanos me reconforta en parte, pero eso no es suficiente. Doy media vuelta y me marcho.
Decido escapar. Para mi consuelo ya estaré muy lejos cuando todos en el pueblo se den cuenta que el campo de girasoles arde de la forma más bella que se puedan imaginar.
Comentarios (10):
Luna Paniagua
17/09/2018 a las 17:06
Hola:
Lamentablemente hay traumas que no se superan nunca. Un relato muy emotivo, bien expresados los sentimientos de la protagonista.
Un saludo,
Luna
José Torma
17/09/2018 a las 20:05
Muy intenso y muy en tu línea. Te felicito por otro buen relato.
Saludos hermano Torbellino.
paola
17/09/2018 a las 21:59
Bien planteado, un relato impecable. Enhorabuena
Osvaldo Vela
18/09/2018 a las 20:40
Hola Pato, de nuevo ante una obra tuya que sin duda lleva tu sello. Primero, alguien comiéndose la carretera por kilómetros, solo para ir a asegurarse que alguien estuviera muerto. Una curiosidad como tal atrapa a cualquier lector.
Dos párrafos de un manejo perfecto de sentimientos que tus letras muestran. el desasosiego del lector crece conforme la incógnita se agranda. luego, en el tercer apartado, con una descripción visceral se descubre que se trata de una mujer.
la expectativa de la lectura cambia, y todavía mas, por tratarse de una niña.
las piezas de una tragedia empiezan a caer justas en la trama. Creo que gocé junto con ella la muerte de aquel hombre. Aunque, por la asistencia, reconociera que era un hombre muy querido en la comunidad.
Después de leer el desenlace, llega a mis sentidos el calor de una gran hoguera, el crujir de los tallos de los girasoles al arder y un olor que lastima el olfato por la duda que si ardía en ese holocausto el pecado de una sola victima o serían mas.
Muy buen trabajo. Enhorabuena.
Carlos Jaime Noreña
19/09/2018 a las 23:48
Bello relato, Pato. Uno se interesa desde el principio y el interés aumenta a medida que la narradora-protagonista agrega más información, más motivos para justificar su enojo.
Me gusta como combinas narración en presente y en pasado, como mirando las cosas desde dos puntos diferentes (a veces lo hago). Pero, cuando lo haces dentro de un mismo párrafo, no me cuadra: “Me sequé las lágrimas y estacioné el auto cerca del templo… A lo lejos veo a mis primos …”
Sigo criticando lo formal, sin ánimo de destruir lo esencial, ya reconocido:
“ese capítulo de mi vida al que me negué a enfrentar…” Sobra “al”.
nauseas y escuche llevan tilde.
“mi abuelo se fuera para al norte”. Es “se fuera al norte” o “se fuera para el norte”.
“creo que jamás cerrarán, Mis piernas apenas me sostienen”. Esa coma era un punto.
Finalmente: el tema viene muy al caso hoy que se están destapando tantas atrocidades cometidas por religiosos.
Felicidades.
Obdulia MolinaJara
20/09/2018 a las 03:08
Pato: considero tu relato excelente, estoy segura de que la escritura es una medicina para hacer catársis, me atrapaste con la relación de los hechos, algunas veces me devolví para ponerle mayor atención y volvía sobre la lectura siempre atrapada. Creo que hay en ti un gran potencial que debes desarrollar. Me ha encantado leerte, te felicito, y si ese escrito te ha hecho bién me contenta aún más. Yo he hecho catárcis con el mío ,el nro 115, me gustarian tus observaciones. Te felicito
IreneR
20/09/2018 a las 15:08
Buenas, Pato Menudencio.
Un relato muy bueno, lleno de rencor y dolor. Creo que lo has sabido transmitir muy bien.
Me ha gustado bastante, aunque hay algunos fallos, faltan unas cuantas comas a lo largo del relato y hay alguna que otra errata.
Pero aun así, buen trabajo.
¡Un saludo!
Carmen Sánchez Gutiérrez
20/09/2018 a las 21:56
Hola Pato.
Muy bien descrito un drama que viven demasiados niños.
Describes perfectamente esa mezcla de dolor, odio y repugnancia ante un hecho así, algo que marca profundamente la vida de cualquier persona.
beba
23/09/2018 a las 13:36
Hola, Pato:Un relato evocador y sumamente emotivo. Correcto manejo del lenguaje y de la tensión narrativa.Buen papel el de los girasoles en tu historia.Un saludo.
teresa Godoy
25/09/2018 a las 14:10
ME GUSTO TU RELATO….FELICIDADES