Nacimos y crecimos libres bajo el sol, que nos hizo madurar con su calor hasta alargar nuestros tallos hacia lo más alto. Su amarillo es el color de nuestra piel y seguir su estela desde el amanecer hasta el ocaso es la razón de nuestra existencia. Necesitamos su luz para vivir, al igual que el agua de la lluvia, la tierra y el oxígeno. Pasamos la vida pendientes de nuestro sol y de nosotros mismos. Nos agrupamos y nos cuidamos como la gran familia que somos, como iguales, sin importarnos qué había más allá de nuestro hogar. Pero un día, el amarillo se tiñó de rojo y comprendimos que no era bueno mirar para otro lado.

Cuando la tierra se convirtió en fuego y el oxígeno en muerte, nos marchitamos y morimos como aquellos grupos de hombres y mujeres que huían descalzos y abatidos, famélicos y desesperados. Tanto, que nos arrancaban de los brazos de nuestra madre tierra para sobrevivir. Y así fue como conocí el hambre, cuando el rostro desesperado de aquel niño sucio y comido por las moscas se llevaba a la boca a uno de mis hermanos.

Durante mi larga vida he visto cientos como él. También muchos amaneceres y ocasos, y siempre he seguido a mi sol con mi tallo alzado, orgulloso, como los demás. Pero mi amarillo se desgasta y se ennegrece. Mi vida llega a su fin y a pesar de todo lo que he vivido, hay cosas que no acabo de entender.

Soy un simple girasol, una planta anclada por sus raíces, condenada a permanecer quieta y pasiva, que no puede hacer otra cosa salvo respirar y guiarme por el sol. Pero vosotros, animales racionales de dos patas, seres capaces de cambiar vuestra realidad, ¿por qué os comportais como nosotros? ¿Cuándo os daréis cuenta del daño que hace mirar para otro lado? ¿Cuándo terminaréis con el horror que guía vuestras vidas y que os destruye?

Al fin y al cabo, me marchitaré y moriré como lo que soy, con mi tallo putrefacto y agachado hacia la tierra que me ha dado la vida. Así será mi final y así es vuestro principio. Así es como os habéis acostumbrado a vivir. El día que alcéis vuestras cabezas y miréis al sol. El día que por fin comprendáis que no podéis permanecer pasivos. El día que dejéis de actuar como hacemos los girasoles, el mundo merecerá la pena.