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transoceánico - por Pato Menudencio
Web: https://menudencio.wordpress.com/
El marinero no subió al barco. La nave de bandera española se hacía cada vez más pequeña mientras Adriá la observaba haciendo tiempo para aplazar lo inevitable.
Estaba a miles de kilómetros de su hogar, en un pequeño puerto de Chile llamado San Antonio, a punto de enfrentar una historia que se había extendido por treinta años y que, hasta la fecha, por miedo o incertidumbre, había sido incapaz de asumirla.
Mientras caminaba al prostíbulo recordó la primera vez que pisó aquel lugar. Era mil novecientos ochenta y seis, tenía veinte años y estaba recién embarcado. Recorrer el mundo viviendo aventuras era una idea romántica para pasar la vida. Ciudades exóticas y un amor en cada puerto entusiasmaban cada fibra de su ser. Fue una noche en la boite Copacabana cuando conoció a Constanza.
Sólo fue un intercambio comercial entre un marinero y una joven prostituta, uno de los muchos que ocurre cada día en los puertos de todo el mundo. Al concluir la noche cada uno seguiría con sus vidas. Adriá partiría rumbo a otra ciudad y Constanza seguiría sobreviviendo a los rigores de la vida que el destino le puso.
La segunda vez en San Antonio fue diez años después. Ya no era un joven inexperto, la vida en el mar fue curtiendo su carácter y la marca de nacimiento en su mano derecha contrastaba con el tono moreno que ganó con la brisa marina. Sus pasos lo guiaron de forma automática al Copacabana. Necesitaba un trago y sentir la piel de alguna joven.
Aún era temprano, sólo quería cerciorarse que el Copacabana seguía en pie. Luego de confirmarlo pasaría a comerse un completo en la fuente de soda del frente.
El letrero de neón aun no lo encendían, pero el nombre del burdel aún estaba ahí. Unos niños jugaban fútbol con una pelota improvisada de trapo.
Adriá los veía con calma. El delantero burló a dos niños, dejándolos en el piso y sacó un disparo que sólo los que tienen talento pueden realizar, pero el arquero, de no más de diez años tapó seguro lo que podía ser un gol cantado.
El marinero miró con estupefacción cuando vio que el pequeño arquero tenía una marca de nacimiento idéntica a la suya en la mano derecha.
Adriá sintió que sus piernas eran incapaces de sostener el peso de su cuerpo. A duras penas trató de contener las nauseas que la impresión le habían causado las conjeturas que su cerebro escribió en sus recuerdos.
Tal vez fue cobardía, tal vez incertidumbre, lo único que atinó a hacer fue escapar lo más rápido posible del lugar para esconderse en su barco los días que quedaban.
Ahora estaba decidido. Veinte años de remordimientos lo traían de vuelta. Apagó el cigarro y se encaminó al Copacabana. Las viejas calles lucían mejor pavimentadas, pero conservaban esa decadencia típica de un puerto.
El letrero aún estaba, sin embargo, algo había cambiado. Las puertas estaban abiertas de par en par, familias completas se sentaban a la mesa y los platos de comida desfilaban gracias a las camareras con gran velocidad.
—Disculpe, antes esto era otro negocio— preguntó Adriá a la camarera.
—Si, pero hicimos cambio de giro, cuando nos pusimos más viejas decidimos hacer un restaurant y entre todas las que quedamos lo atendemos y vivimos en el segundo piso.
—Hace treinta años trabajaba Constanza, ¿Sigue aquí? — preguntó esperanzado.
—Lo, siento, hace veinte años se fue al norte y no he sabido de ella. ¿Amiga suya?
—Si…
El resto de la cena la hizo en silencio masticando la derrota. Se retiró avanzada la noche y caminó sin rumbo aclarando sus ideas.
¿Qué haría ahora? A lo mejor partir al norte sería la solución. Sacó su billetera para ver cuánto dinero le quedaba sin percatarse de la certera puñalada que atravesaba su tórax.
El malhechor se escapó con sus pertenencias y todo a su alrededor adquirió una atmósfera irreal. La espera, la llegada de la ambulancia y verse en servicio de urgencia parecía superponerse.
—Doctor Sotelo—dijo la enfermera—, paciente de unos cincuenta años, fue apuñalado hace unos minutos.
—Enseguida, creo que le tendré que instalar una trampa de agua. Resista amigo, lo ayudaré—le dijo el médico a Adriá.
El marinero vio cómo el doctor procedía a hacer la primera incisión y en la mano derecha, una marca de nacimiento como la suya.
“Cielos, si salgo de esta tendré mucho que conversar”, fue lo último que pensó Adría antes de quedarse dormido…
Comentarios (7):
Leosinprisa
18/01/2018 a las 20:47
Hola Pato, bonita historia, muy humana y bien desarrollada, deja ganas de saber que fue de la antigua prostituta, aunque sospecho que su reencuentro con su “hijo” (al menos eso suponemos), le desvelará el destino final de Constanza.
Por mi parte no he encontrado nada digno de mención que mereciera cambiarse o falta alguna de ortografía para enmendar.
Un placer leerte. Un saludo.
Juana Medina
18/01/2018 a las 21:13
Hola Pato,
Muy buena historia, entre marca y marca de nacimiento. Como puntos débiles encontré dos aun muy próximos, en una misma oración. Y al comienzo: una historia que se había extendido … y que hasta la fecha había sido incapaz de asumirla. Creo que sería mejor: “y que hasta la fecha había sido incapaz de asumir”. Sin el “la”.
Por lo demás, excelente.
Felicitaciones
Jean Ives Thibauth
18/01/2018 a las 22:14
Hola Pato.
Una historia bien llevada que nos lleva de la mano a ese sentimiento de arrepentimiento y culpa de su protagonista.
Me imagino que se te habrá colado porque tienes una redacción cuidada. En esta frase sobra la primera coma: Lo, siento, hace veinte años se fue al norte.
¡Menudo giro del destino!
Nos seguimos leyendo.
Un saludo.
Pulp
19/01/2018 a las 10:11
Hola Pato,
Menuda historia! Me ha enganchado enseguida, y me ha llevado de la mano de este marinero desgraciado.
Me chirría un poco la utilización que haces del verbo “asumir” en “…había sido incapaz de asumirla”, así como la expresión “cada fibra de su ser”… me parece demasiado exagerada, pero es mi opinión personal.
Por lo demás, me parece realmente loable lo que haces con 750 palabras, das varios giros inesperados y a mi personalmente me has dejado con la boca abierta en mas de un párrafo.
Enhorabuena, y nos leemos en próximas ocasiones.
Osvaldo Vela
19/01/2018 a las 15:04
Hola Pato; es bueno saber de ti por segunda vez consecutiva.
Vaya que has sabido despertar mi curiosidad de lo que habrá sido de Constanza. Claro que dejas la presencia de un doctor para futura revelación.
Como siempre tu redacción es muy atractiva y muy fácil de seguir. ya me veo leyendo una novela corta de este relato. La trama da para mucho.
Que este 2018 sea generoso en musas y letras.
Continuaré leyéndote.
Melsina
26/01/2018 a las 00:24
Hola, Pato. Soy nueva en Literautas, así que haré mi aporte de novata.
Tu escrito me gustó bastante, me parece que sabes escribir relatos. La historia tiene intriga y un final sorpresivo. Creí que el supuesto hijo iba a ser el agresor, pero resultó ser el médico que lo atendió.
La redacción es coherente, fácil de seguir y con descripciones que te ubican en el lugar de los hechos. También haces buen manejo de los diálogos, de la narración y del tiempo, lo que contribuye a que la historia sea creíble.
Lo que más me gustó fue el salto sutil del presente al pasado, al comienzo del relato, pues para mí pasó desapercibido y fue con la segunda lectura que comprendí que la historia ocurría en una sola noche, entre la llegada del marinero al puerto, su paso por el Copacabana y finalmente el hospital; todo lo demás fueron recuerdos.
El título no me atrajo para nada, no me acercó al contenido, el cual sí fue fabuloso.
Tienes unos pequeños errores gramaticales sin importancia que ya te han señalado antes, te sugiero repasar el manejo de las comas; también faltó espacio en algunos guiones y el título debe empezar con mayúscula: Transoceánico.
En resumen, tu relato me atrapó y solo me queda decirte: ¡felicitaciones!
PD: Disculpa el atrazo, fue por asuntos personales.
José Torma
30/01/2018 a las 20:11
Compañero Torbellino
Ya te lo había comentado, aquí paso a saludarte y desear que tengas unas vacaciones excelentes.