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Al garete - por TecnorotR.

Web: http://letraxmundanas.blogspot.com.co

Al garete

El sopor. Quietud malsana. Olas lánguidas desvaneciéndose con desgano contra la proa por medio de movimientos densos e iterativos. Aguas yermas. Un barco del tamaño de un microbio perdido en medio de la inmensidad del océano bajo la inclemencia del sol metálico de mediodía. Los únicos tres tripulantes de la embarcación recostados en sus literas, con la indiferencia propia de quienes después de mucho tiempo se entregan a su suerte, sin comprender, sin luchar.

Cuando le propusieron unirse a la expedición por el sur del Océano Atlántico, Vladimir Rodríguez no dudó ni un segundo en aceptar. Al fin y al cabo, en tierra su mediocre vida de abogado era tan solitaria como en altamar. No tenía esposa ni amigos, ni socios, ni familiares vivos, ni si quiera alguien en el barrio con quien esporádicamente pudiera intercambiar un saludo. Por eso cuando el capitán Cabañas, 70 años de edad, le hizo la extravagante oferta, Vladimir solo tuvo en cuenta la fortuna que se embolsillaría, como tantas veces se lo prometió el viejo capitán, pero no los riesgos de navegar 30 mil kilómetros sobre un barco vetusto e inseguro, que además era operado por un señor cuya cordura estaba en duda.

El día que decidió vender las propiedades de toda una vida para comprar un barco pesquero en el que, como él mismo dijo en aquella ocasión, “colonizaría las islas Orcadas, en los últimos rincones del Atlántico”, sus hijos notaron que algo en la mente de su padre no se encontraba bien. “No se preocupen tanto, porque después de mi expedición por el África voy a multiplicarles la herencia y ahí sí me van a agradecer, arpías”, les dijo el capitán a sus hijos cuando intentaron hacerle entrar en razón. “¿La misión acaso no consistía en encontrar una islas perdidas en el Atlántico, papá?”, lo interpeló su hija mayor. Él simplemente la miró con desprecio pero no le contestó.

Para Lorenzo Madrigal, periodista, la situación fue distinta. Tuvo que dejar a su esposa e hijos para acompañar al capitán Cabañas en su excéntrica expedición y de paso dejarle unos pesos a su familia, ante la imposibilidad de conseguir trabajo desde que los medios de comunicación llenaron las salas de redacción con programas informáticos que podían redactar noticias estandarizadas como en otra época lo hicieron los humanos. Subir al barco y emprender el viaje era una decisión difícil, pero más difícil era conseguir trabajo con una profesión en desuso, debido a los avances de la tecnología.

Además el capitán Cabañas les había garantizado a él, y a un marinero que estaba en el muelle, que en el Pacífico encontrarían aquel galeón que el gobierno había buscado inútilmente por más de dos siglos. “Bueno, ¿se unen a la expedición o no?”, les dijo.

El marinero no subió al barco. Y simulando una especie de saludo militar se alejó gritando: “Buena suerte y buena mar”, pero al darles la espalda, susurró con un dejo de ironía: “¿El galeón, San José?, locos imbéciles”.

Después de algunas cavilaciones y mientras veía como se alejaba el marinero, Lorenzo miró al tipo que estaba a su lado y vio la misma cara de perplejidad que debía de tener él, miró al capitán sobre la baranda del barco con la mirada perdida en el horizonte, miró el cielo, se santiguó y entró en “Dulcinea” sin saber, en ese momento, que se embarcarían en una expedición sin regreso, en la que se perderían apenas entraran al mar abierto, y por la cual pasarían más de 2 años de penurias al lado de un longevo marinero que le mintió a su familia, a sus amigos, a sus tripulantes. A todos les dio una versión distinta de los motivos de la expedición y de la recompensa que recibirían, menos a él mismo, porque desde hacía meses lo único que tenía claro en este mundo era el propósito de su travesía: morir en altamar, tal como lo hizo su bisabuelo, luego su abuelo y finalmente su padre, y de esa manera conservar una tradición de marineros aunque él nunca lo hubiera sido, pues durante toda su vida fue un humilde cajero con ninguna virtud distinta a la de llevar sus cuentas en orden.

“Dulcinea” meciéndose sobre las aguas turbias; el sol impasible, sin provocar sombra. El barco, al garete.

@Tecnorot

Comentarios (4):

cualquiera

18/01/2018 a las 02:13

Me llama la atención lo bien contada que está la historia. Se lee con atención, y no crea grandes funambulismos que confundan el texto. Me gusta el título y cómo se engarza con su final. También me ha llamado la atención el paralelismo que tiene con la historia que yo escribí, y sin querer adentrar en ello, y anteponiendo que las dos están contadas de diferente forma; en las dos historias hay un capitán medio loco que lleva a su tripulación a un destino de naufragio incierto.

Me gustó, gracias por la historia, y por la coincidencia.

Javier

18/01/2018 a las 15:03

Muy buena historia.
La aparición del marinero, parece medio forzada, como para cumplir con la consigna. Por otro lado, éste, confirma la locura del capitán.
Me gusta mucho el nombre del barco. Confirma que el capitán es una especie de Quijote, con sueños y locura. Quizás el nombre podría haber aparecido antes, como para sembrar la duda en los otros tripulantes.
“si quiera” quedó separado.
“solo tuvo en cuenta”. Sólo va con tilde.
Felicitaciones!

Charles Babel

19/01/2018 a las 11:47

Hola, Tecnorot:

Como dicen por aquí arriba, la aparición del marinero me pareció un poco forzada, pero la historia me gustó mucho.

Me ha enganchado desde la primera línea y creo que has cumplido sobradamente el reto.

Enhorabuena desde el 66!

MT Andrade

20/01/2018 a las 23:12

Hola Tecnorot
Me gustó mucho el párrafo inicial. Una descripción explendida. En su conjunto el relato es muy bueno. Felicitaciones.
Saludos.

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