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La costurera gallega - por ManceboR.

Sentada en su banco favorito frente al puerto bonaerense Esmeralda —con los ojos entrecerrados— rememora, una vez más, el capítulo principal de su dilatada existencia. El momento en que todo cambió. Lo vivido con anterioridad se difuminó sin transición.
El marinero no subió al barco. Un embaucador de verbo fácil. Ella era muy joven, tenía tan poco mundo. Le contaba maravillas de su país. Su mágica labia, aderezada con giros ingeniosos, expresiones ocurrentes y acento desconocido —para ella exótico—, desactivaron sus escasas cautelas. Cuando descubrió que sólo era un charlatán ya era demasiado tarde.

Corría el año cincuenta y dos. Conoció a un marino bien parecido una tarde que estaba paseando con sus amigas por el parque Genovés en Cádiz, su ciudad. En cuanto trabaron conversación se quedó prendada. Mantuvieron una relación de un año, más o menos. Aparecía una vez al mes con permiso de una semana. Con la inestimable complicidad de sus amigas se dedicaba intensamente a vivirla junto a él.
En una de estas visitas —ojerosa y sombría—, lo recibió en su nido de amor. Él se dio cuenta de inmediato «¿Qué pasa, flaca? ¿Acaso tus viejos descubrieron lo nuestro?». «Espero que no, pero ha surgido un contratiempo», le contestó. «Estoy embarazada».
Encajó bien el golpe. Casi no se inmutó. Se mantuvo pensativo unos minutos y, con semblante tranquilo, comenzó su perorata: «Si vienes conmigo a Buenos Aires comenzaremos una nueva vida. Poseo unos ahorros juntados tras años de singladuras por mares y océanos. Mi madre regenta un taller de confección y composturas. Con mi inversión ampliaremos el negocio. Tú serás la coordinadora de todo. Me has dicho en varias ocasiones que te encanta el corte y patronaje de ropa. Podrás poner en práctica tus bocetos. La ciudad se encuentra en plena expansión. Nuestros hijos crecerán a nuestro lado. No nos faltará de nada».
«Atilio, sabes que te amo, que lo dejaría todo por ti, pero en mi situación no veo la forma de llegar hasta allí. Sabes que todavía soy menor de edad. Mis padres se opondrán. El escándalo es inevitable».
«Te diré mi plan, princesa. El tiempo apremia, hay que obrar con rapidez y disimulo para que no se huelan nada. El principal escollo es el precio del pasaje. Me has contado que tienes un dinero ahorrado y mejor ocasión para emplearlo no se me ocurre. En dos días zarpa el trasatlántico. Mañana, puedes dedicar la jornada a comprar el billete y hacer la maleta. Tienes que ingeniártelas para dar esquinazo a tus viejos. Cuando subas al barco te acomodas en un sitio discreto. No podemos levantar sospechas hasta que estemos en alta mar. Yo te buscaré. Confía en mí».
Y confió. Siguió sus instrucciones al pie de la letra. Embarcó. Conforme pasaba el tiempo su inquietud se acrecentaba. Su amado no aparecía. Doce horas después de zarpar se armó de valor y preguntó a un miembro de la tripulación por Atilio Lupo. «No he oído ese nombre en mi vida, señorita», fue su respuesta. El corazón le dio un vuelco. Pasó varias jornadas tendida como una alfombra, sin ánimo de nada. El bebé que llevaba en sus entrañas le hizo sacar fuerzas de flaqueza. Hasta ella quedó sorprendida de la determinación con la que actuó.

Buenos Aires le había dado todo. Tras unos primeros años caóticos, difíciles y repletos de penurias, consiguió abrirse camino. Primero zurciendo y remendando a domicilio, sin horario. Después haciendo arreglos y vendiendo fornituras. Finalmente consiguió hacerse con un modesto local en que despachar sus propias prendas. Traspasó el negocio cuando llegó la hora de su retiro. A pesar de ser gaditana los porteños la conocían como la costurera gallega.
El mazazo sufrido en su juventud la había vuelto recelosa en el trato con los hombres. Alejó a sus pretendientes con una brusquedad impropia. Pero ahora, cada vez acusaba más la soledad. Su hija Graciela abandonó el nido hacía ya varios años. Vivía en el centro con unas amigas. Se veían los domingos a comer.
Estaba esperando a su amigo Fabián. Parco en palabras, de aspecto bobalicón, un poco patoso bailando, pero de carácter noblote. En su compañía se sentía reconfortada. En ese momento abrió los ojos, lo vio acercarse y la invadió un hormigueo placentero, una sensación casi olvidada. Quería vivir con él lo que le quedara de vida. Hoy le daría el sí ¿Locura? A estas alturas le daba igual lo que dijeran. Había aprendido a buscar el lado bueno de las cosas.

Comentarios (9):

R. de Viturro

18/01/2018 a las 17:47

¡Hola, Mancebo!

Un relato genial, quizá apresurado porque son muchas cosas para el reducido número de palabras que tenemos, pero me ha encantado. Te las has ingeniado para hacer ver un montón de elementos diferentes: el estigma de las mujeres solteras y embarazadas en la época de Franco, la charlatanería de marineros que se aprovechaban de jovencitas porque sabían que no las iban a volver a ver, la emigración a Buenos Aires que marcó una época y el hecho de que, allí, a todos los españoles los conocieran como gallegos (debido al alto número de inmigrantes de Galicia que había).

Si te animas a aprovechar el relato, te da para una historia larga e interesante (me quedo con las ganas de saber cómo sobrevivió la mujer sola en Buenos Aires durante los primeros años).

¡Felicidades y un saludo!

PD. Soy la número 99 🙂

dopidop

19/01/2018 a las 18:01

Buenas Mancebo,

Gracias por pasarte por mi relato y comentarlo, te devuelvo la visita con la grata sorpresa de encontrarme con un gran relato. Una realidad cruda y triste, que por desgracia se repite demasiadas veces, narrada de una forma que invita a seguir leyendo, y que pese a todo, deja una sonrisa. Porque en el fondo todos podemos tener nuestro bonito final.

Veo que te has atrevido con el reto, y lo has desarrollado perfectamente con el marinero embustero que encandila a la niña con sus palabras y promesas vacías. La frase de la escena de este mes encaja genial (de hecho he tenido que volver a leer el relato por que no recordaba haberla leído).

En ocasiones da la sensación de que vas demasiado rápido, aunque es comprensible, es mucha historia que contar y poco espacio con el que contamos.

Sinceramente me ha encantado leerte, y aunque al principio era un poco reacia, ya que no me atraía demasiado el tema, enseguida me has enganchado y obligado a leerlo hasta el final. Muy bien redactado, un trabajo estupendo, enhorabuena. Muchas gracias por compartirlo y nos seguimos leyendo por estos lares.

Vespasiano

19/01/2018 a las 19:15

Hola Mancebo:

Este mes me toca comentarte por la posición que tenemos en el recopilatorio de relatos.

Tu historia me ha gustado por lo realista que es. Casos de sujetos mentirosos y sin escrúpulos se viven a diario, pero lo de este tío, me parece demencial. Embarcar a una criatura en esa aventura, me parece perverso. Por eso la historia te mantiene expectante hasta el final.
A mi modesto entender, creo que deberías haber omitido lo de la edad de la chica, porque en aquellos años oscuros de la dictadura en España, un o una menor, no podía viajar ni en el tren sin autorización de sus padres, cuanto menos conseguir un pasaporte y hacer un viaje embarcado en un transatlántico.

Te felicito por tu historia y seguiremos leyéndonos.

Ramón Temes

20/01/2018 a las 14:28

Me ha gustado tu relato. La historia que cuentas es verdadera. Desde el principio al fin.
Pero eso, para este grupo nuestro no es lo importante.
La has contado muy bien.
Un saludo.

Mancebo

22/01/2018 a las 17:34

Gracias a todos por vuestra visita y vuestros comentarios que me ayudarán a mejorar.

A R. de Viturro le digo que tomo nota de su sugerencia para desarrollar el relato, sobre todo en la parte inicial de Buenos Aires. Aquí como bien sabes tienes que ir puliendo para no pasarte. A veces e das cuenta de que has abierto demasiados frentes para las palabras que disponemos y tienes que podar con gran dolor.

A dopidop que puede que tenga razón y que a veces me acelere y no siga un ritmo uniforme. Lo miraré más despacio.

A Vespasiano que lo que dice de la edad, que aunque no la dice si que da el dato de que es menor de edad. Estuve pensando si quitar esa frase porque para no me daba la extensión para una intrahistoria explicativa, pero como bien dices aunque la hubiera quitado tendría que haberlo hecho porque una mujer sea mayor o menor de edad se tenía que buscar una triquiñuela bastante gorda para poder salir sin permiso. Lo daré vueltas.

En cuanto a Ramón Temes que me alegro que te haya gustado.

Laura

28/01/2018 a las 23:18

Hola Mancebo.
Me encantó la historia, pero… creo que en el principio debes reordenar las frases. son muy breves por momentos, y con cambios en los sujetos permanentes.
(ÉL)El marinero no subió al barco. Un embaucador de verbo fácil. Ella era muy joven, tenía tan poco mundo. (ÉL)Le contaba maravillas de su país. Su mágica labia, aderezada con giros ingeniosos, expresiones ocurrentes y acento desconocido —para ella exótico—, desactivaron sus escasas cautelas. (Ella)Cuando descubrió que sólo era un charlatán ya era demasiado tarde.

Corría el año cincuenta y dos.(Ella) Conoció a un marino bien parecido una tarde que estaba paseando con sus amigas por el parque Genovés en Cádiz, su ciudad. En cuanto trabaron conversación se quedó prendada. Mantuvieron una relación de un año, más o menos. (Él) Aparecía una vez al mes con permiso de una semana. (Ella)Con la inestimable complicidad de sus amigas se dedicaba intensamente a vivirla junto a él.

Mi propuesta alternativa:
Ella era muy joven, tenía muy poco mundo. Cuando descubrió que sólo era un charlatán ya era demasiado tarde.
El marinero no subió al barco, era un embaucador de verbo fácil. Le contaba maravillas de su país. Su mágica labia, aderezada con giros ingeniosos, expresiones ocurrentes y acento desconocido —para ella exótico—, desactivaron sus escasas cautelas.

Corría el año cincuenta y dos.(Ella) Conoció a un marino bien parecido una tarde que estaba paseando con sus amigas por el parque Genovés en Cádiz, su ciudad. En cuanto trabaron conversación se quedó prendada.
Él aparecía una vez al mes con permiso de una semana.
Con la inestimable complicidad de sus amigas se dedicaba a vivir intensamente junto a él. Mantuvieron una relación de un año, más o menos.

Por supuesto, es un aporte nada profesional, nada más.
¿Continuará la historia de la costurera?

Hasta la próxima propuesta.

María Jesús

29/01/2018 a las 14:20

Hola Mancebo: Me ha gustado mucho tu relato. Has contado la historia de una manera admirable y yo, en conjunto no le voy a sacar ningún fallo, porque lo que me interesa de un relato es el contenido, no la forma.Tu texto me ha enganchado, me ha resultado ameno y bien narrado. Ha sido un placer leerte. Un saludo

Lucrecia Gordillo

31/01/2018 a las 01:03

Mancebo: La costurera gallega y millones de mujeres más han vivido tu historia. Fácil de leer y adivinar el final. Las mujeres nos enamoramos con facilidad y me alegra que tu costurera haya, al final, decidido vivir acompañada el resto de su vida. Saludes.

Mancebo

31/01/2018 a las 17:36

Gracias dedicar un rato a pasaros por mi relato y por vuestras aportaciones y comentarios.
Laura, tu propuesta alternativa me ha parecido estupenda. Me gusta la disección del párrafo que has hecho, separando la parte de cada uno de los dos personajes. Me parece bien cómo queda.
Yo creo que en el mío, no es que quede ininteligible, porque se sobreentiende cuando se refiere a un personaje, pero poniéndolo a tu manera queda más claro y se percibe la dicotomía y los mundos tan distintos de los que parte cada uno. Nada que objetar, una observación certera.
En cuanto a si habrá continuación o no. Lo habéis sugerido o preguntado algunos de vosotros, La verdad es que la historia da para mucho más pero aquí estamos limitados en la extensión. Es una propuesta que dejo anotada para desarrollar algún día que me encuentre con tiempo y ganas.
Un saludo y nos seguimos leyendo.

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