Había caído por el portal sin ni siquiera saber si saldría viva de aquello, guiada por la curiosidad.

Había caído por un portal mágico, no había otra explicación, por lo tanto, no había ninguna explicación lógica.



Se sentó en la arena totalmente devastada, había acabado en un Narnia tropical, como podía ser tan inúti. ¿A quién se le ocurre seguir un portal a la nada? Tendría que haberse quedado en la maldita gasolinera que tanto odiaba, al menos allí sabía donde estaba.

Enterró la cara entre sus manos desesperada, ¿y ahora qué? Había cruzado ¿pero para qué? ¿Para qué quería ella estar en otro mundo? Tenía un trabajo, una casa, aburridos, sí, pero algo estable. ¡Qué idiota era!
—Grumete, suba al barco —una voz le sacó de sus pensamientos. Era un marinero que le sonaba condenadamente familiar, lo revisó de arriba a abajo, era bajito, diminuto casi, llevaba atuendo de rayas y un parche en el ojo pero solo una bota marinera…

—¡Es usted! —exclamó ella furiosa, se levantó de la arena sacudiéndose el trasero y las piernas con torpeza— usted fue el imbécil que paró en la gasolinera, el que dejó el armario con el portal, por su culpa estoy aquí.
—¿Mi culpa? La decisión es toda tuya querida, te dije que si cruzabas el portal te estaría esperando, ahora mueve el culo, tenemos un navío que coger —rió el enano corriendo hacia los muelles.

—Pero… pero… —¡encima! Encima que le había arruinado la vida, encima que todo lo que conocía se estaba desmoronándose alrededor suyo, ahora se estaba cachondeando de ella, ¿un barco? Ella lo que quería era volver a casa.



Cuando lo alcanzó el enano ya estaba en la cola para comprar los billetes.

—Mire, yo me llamo…

—Sé como te llamas —respondió el enano sin dejarla acabar.

—Trabajo en…

—La gasolinera, sí, sí, querida eso es irrelevante —dijo el enano riendo avanzando unos cuantos puestos.

—Yo quiero volver a casa, no montarme en un barco, a no ser que ese barco me lleve a casa entonces…

—Tú no quieres volver a casa —le espetó el enano— si quisieras haberte quedado en casa, habrías quemado el portal y no estaríamos teniendo esta conversación.

La pobre no pudo responder a eso, en parte tenía razón, no tenía ningún argumento convincente para volver a su casa nada más que por su seguridad, pero era una razón de peso, ¿no?.

Llegaron al final de la cola.

—No quedan billetes —dijo el vendedor con rostro serio.

—Maravilloso, ¿me devuelve ya a casa? —le dijo ella al enano, este rodó los ojos.

—Es un Mentidero, siempre miente al hablar, si dice que no quedan billetes, significa que si que quedan —explicó el enano sonriente— verá aquí mi grumete y yo necesitamos dos billetes para la travesía.

Se levantó el parche del ojo y le guiñó de forma extraña al Mentidero, este le dio una especie de concha con un grabado.

—Dos billetes, es gratis —dijo con seriedad. El enano se rascó de forma exhaustiva en sus bolsillos y sacó unas cuantas monedas.

—Alguna de estas tiene que ser de este mundo… ¡Ah sí! —le entregó unas monedas de cobre algo oxidadas. El Mentidero se las guardó y les señaló la entrada.

—Por ahí no suban —murmuró y siguió con la cola.



La muchacha se quedó enfrascada mirando la concha, algo no le cuadraba, ni siquiera se dio cuenta que estaba subiendo al barco.

—Espera, si ha dicho que siempre miente y nos ha dicho que había dos billetes… algo no encaja aquí —se dio la vuelta y el enano ya no estaba.
—Billetes por favor —le pidió un marinero con pinta de no haberse duchado en días.

—Pero… pero…

—Billetes —repitió sin paciencia, le arrancó la concha de las manos— viaja sola, tercer camarote a la derecha.

—¿Pero, y el enano? Un enano vestido de marinero, con una bota solo, algo peculiar —preguntó en estado de puro histerismo.

—El marinero no subió al barco —sentenció el hombre de malos modos— tercer camarote a la derecha. ¡Siguiente!



No se lo podía creer, la había vuelto a abandonar, se movió fuera de la fila en estado de shock, miró por la borda y maldijo al enano. Volvía a estar sola en esta aventura.