Literautas - Tu escuela de escritura

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Anselmo y Rogelio - por Ignacio YZ

—¡El marinero no subió al barco! ¡El marinero no subió al barco! —la voz parecía tener piedrecillas que se interponían en su camino.
—¡Cállate ya, Rogelio! Veintitantos años juntos y todos los días con la misma cantinela. ¡Eres peor que la conciencia! ¡Pájaro loco! —Anselmo andaba con dificultad, intentando, como cada día, alejarse del loro y su bocina. Al principio lo amenazaba con dejarle sin sus pipas pero como éste, o bien sin entenderle o bien haciéndose el tonto, no reaccionaba, el anciano acabó desistiendo.
—¡El marinero no subió al barco! ¡El marinero no subió al barco! —los gritos exagerados del papagayo seguían alcanzando a Anselmo, el cual se había quedado sin casa para esconderse.
—¡Maldito! ¡Desagradecido! ¿Por qué no sabes decir «hola» y «adiós» como los demás loros? Menuda carga me ha caído contigo —El viejo gritaba esto al aire, consciente de que sus palabras se desvanecerían en el vacío de su hogar. Después de tantos años se había acostumbrado a hablar solo. Muchas veces le decía a Rogelio entre carcajadas: «El día que alguien responda me cago por las patas abajo».

Que su único compañero a estas alturas fuera un loro de veintidós años era una extraña casualidad. Cuando Anselmo estaba de buen humor y Rogelio vociferaba la misma frase de siempre, éste le respondía: «Si no me subí en el puñetero es porque te elegí a ti». Así, el anciano intentaba igualar la balanza de la batalla que creía tener con el pájaro pero que en realidad no tenía con nadie más que con él mismo.

Una noche de agosto, un Anselmo veintidós años más joven iba caminando sin rumbo por las calurosas calles de la ciudad cuando de entre las sombras vislumbró a una figura encorvada bajo una tela. Decidido a esquivar la sombra, Anselmo aceleró el paso. Como si hubiese estado esperando tal estratagema, la sombra salió disparada de su escondrijo, interrumpiendo su camino.
—Muchacho, muchacho. Espera un segundo, tengo un regalo para ti —las arrugas de la gitana parecían esconder una sonrisa a medio desdentar—. Se te ve solo. Toma, éste te acompañará de por vida.
La anciana sacó entonces un polluelo del interior de la tela que le cubría el cuerpo. Preguntándose si la señora había usado magia prohibida para sacar al pollo de la nada, Anselmo tuvo la tentación de pasar de largo y continuar su camino, pero se apiadó del polluelo al considerar el posible destino al que éste se vería expuesto si él no aceptaba el regalo de la gitana.
Anselmo no dijo nada, tan sólo abrió la palma de la mano. La gitana lo depositó con más delicadeza de la que Anselmo había previsto inicialmente. Hacía esto con las arrugas de la cara aún alegres: «No te preocupes muchacho, que estos bichos comen de todo».
—Te llamaré Rogelio —le dijo Anselmo al mochuelo—. Es un nombre tan raro como la gitana que te parió.

Tras aquel encuentro inicial, el polluelo y él fueron envejeciendo juntos. Anselmo lo trataba como un viejo amigo. Cuando Rogelio cumplió dos años, Anselmo intentó enseñarle a hablar, tal y como había visto que hacían los loros en la televisión. Lo hacía hablándole lento, como si fuera un extranjero que intentara pedir direcciones en un idioma que había descubierto en la guía turística del hotel en el que se hospedaba. Sus intentos no dieron ningún fruto y tras mucho tiempo intentando que el pájaro dijera alguna palabra lo único que éste hizo fue volar y posarse sobre su hombro, como si Anselmo fuera un pirata de leyenda.

Una noche en las que uno recuerda lo que pudo ser y no fue, Anselmo decidió buscar amparo en una botella de whisky. Se despertó al amanecer, desorientado y con su cerebro comprimiéndole la cabeza. El salón de la casa estaba manga por hombro. Si Anselmo no hubiera sabido que él era el culpable de tal descalabro habría pensado que había sufrido un atraco.
—¡El marinero no subió al barco! ¡El marinero no subió al barco! —Rogelio cantaba triunfante entre la basura.
—Ahora hablas, maldito. Y encima de mis más íntimos dolores. Si hubiera sabido que acabaría contigo me habría tirado al barco de cabeza.

Desde entonces Rogelio repetía constantemente esas palabras que llevaban a Anselmo al pasado.
Sólo cuando vio una mañana a Anselmo inmóvil en el suelo interrumpió su rutina. Los que presenciaron la escena juran que ver el cuerpo inerte de su amigo fue lo que dejó mudo al loro.

Comentarios (11):

Kurt

17/01/2018 a las 21:04

Buenas!
No se si era tu intención, pero el escrito me resultó bastante divertido. Además,me lograste transmitir muy bien la relación de amistad que forjaron, aún con esa pelea constante, lo que deja un lindo mensaje.
El abrupto final creo que es necesario y muy inteligente su uso.

La escritura y la forma de contar la historia me gustaron mucho, aunque me quedo con ganas de saber por qué no subió.

Lo único que creo que se puede corregir son algunas comas en frases particulares, pero nada importante que dificulte la transmisión del mensaje.

Gracias por contar esta historia.
Un abrazo

Alonso García-Risso

17/01/2018 a las 23:43

Saludos Ignacio: Una historia conmovedora. Veintidós años de amistad soslayando la soledad justifican la mudez del loro: ¡Cuántas pérdidas irreparables nos dejan sin palabras para siempre!
Muy bien logrado, ¡Felicitaciones!

Nana

18/01/2018 a las 01:48

Una idea realmente ingeniosa para usar la frase, y una historia entrañable. Me encanta el tono coloquial que usas, aunque yo también me quedé con ganas de saber por qué no subió al barco.
Un final inesperado y en general un relato fantástico, ¡gracias por compartirlo!

Ignacio YZ

18/01/2018 a las 08:49

Muchas gracias por vuestros comentarios.

Experimenté con usar el motivo por el que Anselmo no subió al barco para mantener al lector con suspense. Y después decidí no darle lo que quería y darle otra cosa a cambio (la muerte de Anselmo y la mudez del loro).

Me alegro que os gustara.

Me pasaré por los vuestros en nada 🙂

isan

20/01/2018 a las 18:19

Hola Ignacio:

Aquí, devolviendo la visita.

En cuanto a la forma, me ha parecido un relato muy bien redactado. Únicamente, por señalar algo, en esta frase: “…dejarle sin sus pipas pero como éste…” falta una coma después de pipas. Sintaxis y ortografía perfectas, lo cual se agradece a la hora de analizar.

Se aprecia un relato muy trabajado y cuidado en los detalles, con buen lenguaje, buen ritmo, creando un ambiente que resulta agradable. La trama bien urdida. El reto se cumple holgadamente, no por las veces que se repite, sino por lo pertinente.

En cuanto al fondo me ha parecido una buena historia la vida a la vez en común y solitaria de Anselmo y su papagayo. El final espectacular. Hay unos cuantos episodios que me han parecido magníficos. Por destacar una frase: ““Una noche en las que uno recuerda lo que pudo ser y no fue”. Por cómo está escrita y por lo que representa.

Felicidades, he disfrutado mucho con este relato y me alegro que, con tu visita, haya tenido la ocasión de leerte.

Saludos.

Ignacio YZ

20/01/2018 a las 20:32

Hola Isan,

Me alegro mucho que te haya gustado.

Muchas gracias también por señalarme la coma, todo lo que mejore el texto es más que bienvenido 🙂

Nos leemos!

Saludos

Jean Ives Thibauth

22/01/2018 a las 13:44

Hola Ignacio.

¡Menudo con el loro! Je je je.

Tu relato me ha gustado mucho porque me ha mantenido en la lectura hasta el final. Solo me ha sacado de ella la frase: “Hacía esto con las arrugas de la cara aún alegres” y es que no he entendido la expresión.

El motivo por el cual el marinero subió al barco se te ha quedado deslucido. Es como si hubieras pasado de puntillas por este dato. Creo que deberías darle una vueltas para darle más empaque. Con eso tu relato, bajo mi punto de vista, quedaría redondo.

El final me ha encantado porque encierra más de lo que a simple vista nos dice.

Nos seguimos leyendo.

Un abrazo.

Charola

26/01/2018 a las 06:12

Hola Ignacio.

Bella historia de Anselmo y Rogelio. Bien escrita.

Lo único que no veo claro es por qué Anselmo no subió al barco y por qué se quedó sin casa para esconderse. Quizá es cosa mía.

Otro punto es que 22 años antes era un muchacho y ahora es un anciano. O no era tan muchacho o ahora no es anciano. Me pregunto:
¿Cuántos años tiene el prota?

-Hay un “éste” con tilde. Según la RAE, los pronombres demostrativos como ese, este, esta, estos ya no llevan tilde.

Felicitaciones. Un buen trabajo.
Saludos.

Laura

27/01/2018 a las 12:16

Hola Ignacio.
Brillante historia, magníficamente contada.
Felicitaciones. Gran trabajo.
Por supuesto, queda la intriga del por qué no subió al barco ni en esa ni en otra oportunidad,pero puede develarse de a poco.
Hasta la próxima propuesta.

José Torma

30/01/2018 a las 03:15

Que tal Ignacio, aquí regresando la visita.
Gracias por tus palabras a mi relato.
El tuyo tiene una cualidad que mata cualquier reparo que pueda tener con él. Es muy gráfico, nos lleva de la mano junto con los personajes y te juro que deseaba con mi alma tirarle un zapato al pajarraco.
El final sin final me pareció una obra maestra, la vida no siempre tiene respuestas. Osada propuesta.
Muchas felicidades.

No sigo los comentarios, pero te dejo mi correo para cualquier cosa.

josetorma@outlook.com

R. L. Expósito

31/01/2018 a las 20:10

Ignacio YZ

Hola, Ignacio. Ya ves que voy a mi ritmo, pero la golfa de mi salud me racanea las energías y tengo que gestionarlas lo mejor que puedo.
Por otro lado, siempre lo diré: por favor, tómate mis comentarios como sugerencias poco fiables de un aprendiz ignorante.

Primera lectura: la verdad, bien. De las más fluidas que he comentado este mes. Si acaso, y es muy personal, los cambios de un momento temporal a otro se me antojaron un pelín bruscos. Me refiero a:
《…tenía con nadie más que con él mismo.

Una noche de agosto, un Anselmo…》.
Quizás un 《Eso siempre le hacía recordar aquella noche que…》, o algo así, a tu gusto, me dejaría más clara esa transición.
De todos modos, en sucesivas lecturas dejé de notarlo, supongo que se debe a conocer la historia de antemano. Pero la primera vez me quedó esa sensación ahí, por si te sirve de algo, aunque tampoco me hagas mucho caso (probablemente sea más una torpeza mía que otra cosa).

Punto débil: 《las arrugas de la gitana parecían esconder una sonrisa a medio desdentar—. Se te ve solo. Tom…》.
Aquí si que me queda una constante sensación de brusquedad. Cuando escribes 《la gitana》 y es la primera vez que la nombras directamente (vale, antes está 《la sombra》y pronto se sobreentiende que son la misma persona), me quedaría más claro, fluido e inmediato algo como 《Era una gitana. Sus arrugas parecían…》, o así pero como prefieras escribirlo.

Punto fuerte: es que la historia me parece bonita y entrañable. Es un poco la clásica de dos viejos gruñones que se quieren tanto que parece que se odian, y el final resalta ese mensaje.
También la fluidez del relato. Supongo que siempre hay algo mejorable (es una de mis cruces, aunque me estoy quitando) pero la verdad es que en general he visto tu relato muy bien. Enhorabuena.

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