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Desde mi refugio os siento pasar - por Juan F. ValdiviaR.+18

Web: https://juanfvaldivia.wordpress.com/

El dolor de piernas empezaba a hacérsele tan insoportable como la falta de aire fresco. Intentando no hacer ruido, Miguel se revolvió dentro del arcón congelador hasta encontrar una postura menos incómoda. Al estirar la pierna derecha sintió un hormigueo ardiente del muslo al pie. Dolía. Seguía vivo.
Olé.
Siempre había sido el más bajo: en el colegio, en la universidad, en la oficina… El pequeñajo, objeto de bromas. Ahora, por primera vez en su vida, se alegraba de su escaso metro y medio. Su talla le había salvado, permitiéndole meterse en el arcón y cerrar el portón sobre él.
Pero necesitaba respirar.
Estiró el cuello. La barra de la palanqueta abría una ranura ínfima en la goma aislante de la juntura. Acercó la nariz. Apenas entraba aire, pero se obligó a sentirse satisfecho. Antes de volver a descansar tiró de la palanqueta. Seguía firme, el garfio bloqueando la apertura del portón. No lo abrirían. Al menos no sin pelear.
Sin pelear.
Marta había peleado, pero le sirvió de poco. Si no se hubiera refugiado allí…
Entraron en la tienda de improviso, silenciosos y hambrientos. Marta, en su atolondramiento, tuvo la brillante idea de meterse en un expositor vertical, de esos altos como jugadores de baloncesto. El armario, tan saqueado como el arcón, brindaba una protección de fácil acceso.
Pero era un escondite vertical. Vertical. Marta pagó caro ese error.
El sol agonizaba. Con el ocaso, la tienda de la gasolinera quedó sumida en una paleta de brochazos rojizos. Al menos esa luz disimularía la rúbrica final de Marta.
Miguel esperaba.

Uno de ellos se detuvo ante el arcón. Delgado y con gesto cariacontecido, tenía los labios maquillados con un carmín salvaje. Miguel sabía que ninguna tienda de cosmética vendía uno igual. ¿Le habría arrebatado el color a Marta?
El payaso manoseó el cristal del portón, pero en su ansia estúpida no comprendía que el arcón se abría tirando del asa hacia arriba, hacia él. El idiota hambriento sólo sabía empujar, lanzar adelante su mano destrozada.
El cristal resistió, el espectro se cansó y Miguel respiró aliviado.
Sí, él resistía. Marta… lo intentó durante bastante tiempo, de pie, en su armario. Debía verlos deambular por la tienda. ¿Se le plantó alguno delante? ¿Tuvo que mantener una de esas miradas ciegas, apenas separados por el cristal?
Encerrado en el arcón, Miguel no pudo ver lo que pasaba. Escuchó y dedujo. O imaginó. Marta, emparedada y sin ningún apoyo cómodo, debió ver con horror cómo sus fuerzas se diluían junto con sus nervios. Al final, agotada e histérica, abrió la puerta. Intentó correr, seguro, pero debieron fallarle las piernas adormecidas. Luego sucedió. A pesar de las paredes del arcón, Miguel escuchó los gritos. Marta aulló, suplicó, maldijo; ellos no querían palabras, sino algo más sustancial. El silencio llegó a modo de bendición.

La noche sumergió la gasolinera en un mar de sombras surcadas por más sombras. Caminaban, husmeaban, gruñían, pero no se iban. Encogido en su madriguera, Miguel esperó. En algún momento la tienda se vaciaría. Entonces correría como alma en pena. El coche seguía afuera. Lo arrancaría y saldría zumbando lejos, a buscar un refugio mejor.
Pero antes debía salir del arcón. Y para hacerlo ellos debían irse.

El estampido le sacó del duermevela. Luego otro, y otro. Un torrente de luz inundó la tienda.
«¡Electricidad!», pensó Miguel, maravillado.
Un nuevo estallido: un abanico púrpura sucio cubrió el cristal del arcón. Entre los regueros asomó un rostro sonriente.
—Por dios bendito, mirad lo que hay dentro del congelador.
Miguel boqueó, sorprendido. El hombre apoyó en su hombro el cañón de la escopeta repetidora.
—Amigo, ¿cuánto llevas ahí? Bueno, da igual. —Tendió una mano hacia el arcón—. Permíteme.
Agarró el extremo ganchudo de la palanqueta. Miguel, al borde de la carcajada, soltó la herramienta y dejó que el recién llegado se la llevara.
—Gracias, amigo —dijo el hombre.
Sopesó la herramienta y, con un gesto fluido, la clavó con fuerza, a modo de cuña, en la ranura del portón. El arcón quedó bloqueado. Los ojos de Miguel bailaron de la herramienta al extraño y de regreso a la palanqueta.
—Pepe, avisa a los demás.
Tras decir eso, el extraño se volvió hacia Miguel y murmuró a través del cristal:
—Tranquilo, no te dolerá. Te lo aseguro.
Deslizó la mano por un lateral del congelador. Miguel escuchó un zumbido junto a su cabeza. Pocos minutos después sintió frío. El arcón no estaba ni roto ni saqueado: solo esperaba recibir una nueva remesa.

Comentarios (8):

María Kersimon

17/11/2017 a las 22:57

Hola Juan,
Brrr… qué miedo y qué tensión. Te deja la piel de gallina. Muy bien escrito y bien trabajadas tanto la acción como las sensaciones de los/del personaje, ya que es uno el que está experimentándolo todo y toda la escena se vive a través de su percepción. Es una caza al hombre encarnizada. El lector no sabe porqué, ni viene a cuento. Es pura acción y lucha por la supervivencia. El dolor de piernas es un detalle genial para empezar. Acción y ritmo se acompasan adecuadamente. El falso final feliz hace más despiadado el desenlace. Un relato verdaderamente despiadado.
Felicidades.

Javier López

20/11/2017 a las 14:20

Hola, Juan.
Me ha gustado la tensión creada gracias a las sensaciones que experimenta el protagonista desde dentro del arcón. Haces sus pensamientos nuestros y con ellos la angustia creciente. Y cuando al final parece que hay salida, nos chocamos con el callejón sin retorno. Muy bueno.
Técnicamente me he perdido un poco al final porque no sabía quién era quién y he tenido que releerlo un par de veces más. Cosas mías, sin duda.
En la parte de “Seguía firme, el garfio” para mi mejor sin coma.
Por lo demás, muy bien escrito.
Un saludo.
Nos leemos.

Gail

21/11/2017 a las 06:17

Hola Juan
¡Cuánta tensión!
El relato me ha gusta sin duda. Tu narración igual, me gusta mucho como describes las cosas.
Felicidades bien logrado.
Por si gustas pasar un rato, mi relato es el 31.
Saludos <3

María Jesús

24/11/2017 a las 20:06

Hola Juan: Lo primero que quiero decirte es que te admiro por algunas frases que pones, como por ejemplo: “la gasolinera quedó sumida en una paleta de brochazos rojizos”, siempre me maravillo del ingenio de algunos escritores para describir algo en concreto, como este caso, el atardecer.
En cuanto al relato en sí, la verdad es que está bastante bien. No termino de entender de qué o quien se esconden Marta y Miguel, he pensado que de zombis ¿?.
Lamento que acabe mal, por el pobre Miguel, más que nada, porque estaba seguro de haberse escondido bien. Gran relato.
Saludos.

M.L.Plaza

27/11/2017 a las 05:20

Hola Juan.
Un relato angustioso que atrapa hasta el final.
Por decirte algo, lo que menos me ha gustado es el título; creo que solo se refiere al principio de la historia. Porque el protagonista los acaba viendo y padeciendo. Pero es una opinión personal.
Me ha encantado leerte.
Saludos

Jess

27/11/2017 a las 13:25

Hola, Juan
Felicidades, buen relato. Gramaticalmente, en mi punto de vista, algunos puntos y comas faltan o estan de más.Me queda duda sobre la identidad de ambos grupos de asesinos, pero me imagino que esa era la idea.
Saludos y nos seguimos leyendo.

K. Marce

29/11/2017 a las 08:33

Saludos Juan V:

Me toca leer y comentar tu texto por estar siguiente al mío. Siguiendo las reglas del taller, voy a comentarte lo mejor que pueda. Siendo honesta, he entrado tres veces a leer y comentarte, pero mi Internet estuvo malísimo casi una semana y cada vez que daba al votón “Publicar comentario”… se caía el Internet y yo me quedaba frustrada. La ventaja, es que cada vez que lo he leído de nuevo, descubro más cosas…

A lo tuyo:
*Forma: Creo que has usado muchas frases cortas con puntos. Algunos han pensado que esa puntuación debió quizá ser otra. Mi punto de vista es que esas frases cortas son concisas, ayudando a la historia a desarrollarse en concreto para poder rellenar ideas que hagan comprender un poco más la historia.
En mi opinión, el ejercicio de dejar todo en “una gasolinera”, como pidió el taller, nos hizo crear escenas per se, (no las micro historias que solemos hacer). Porque eso es una escena que todo transcurra en un tiempo/espacio determinado. Creo que como tal, ha quedado estupenda. Tenemos la introducción, el nudo y el desenlace.
En cuanto al narrador, he notado que nadie te lo ha mencionado. Hay momentos en que este narrador me resultó ambiguo; se siente como si fuera “primera persona”, sin usar el lenguaje de ese tipo, o como narrador testigo, pero omnisciente. Te marco para que notes el porqué de mi comentario:
-> La expresión: Olé. El narrador si es el omniscente que creo que es el que pretendiste usar, es imparcial. Por ende, no se expresa como lo hacemos nosotros. No emite juicios, no muestra emociones, ni “orilla” al lector a sentir empatía.
-> Esto me lleva a: El pequeñajo, objeto de bromas. Esta parece ser una expresión de un narrador testigo, como si esa opinión fuera propia. Pero dudo que sea un narrador testigo, por norma se usa en primera persona, y aquí el texto es en tercera persona. Un narrador onmisciente escribiría: Para ellos era un pequeñajo, objeto de sus bromas…
Así con otras expresiones que se dan a lo largo del texto, que son demasiado personales para el narrador (brillante idea, el idiota hambriento) por ello mi confusión sobre cuál narrador estás usando.

*Contenido- Como expresé, me gusta mucho que te mantuviste dentro de la escena. No tenemos más información a la que muestras, y eso precisamente hace una escena: Desvelar lo que ocurre ahí, en ese espacio/tiempo. No sabemos si Miguel y Marta laboraban ahí, si eran clientes, etc. Sólo sabemos que quedaron atrapados con otros personajes con intenciones violentas. ¿Qué ocurre después con Miguel cuando es atacado? Ni idea, eso podría ser solo el preámbulo a otra escena en donde estos engendros busquen más victimas fuera de esa gasolinera, por ejemplo. Y eso, es lo maravilloso de las escenas, que nos dejen planteandonos interrogantes. Bien hecho.

*Opinion Personal: Con la mínima información, nos abrimos a muchas posibilidades. Unos pensaran que son zombies-come-gente, o simples sicópatas. No importa. Fuimos testigos de lo que padeció Miguel, aunque el descenlace no haya sido fortuito para él. Me siento muy satisfecha con lo que he leído. Si bien no parece ser la primera página de una historia, eso es lo interesante del ejercicio. Que esto podría estar ubicado en cualquier página del libro y capturar la atención del lector, que al final esa es la finalidad de saber escribir una “escena”.
Si bien “el narrador” usado me es confuso y ambiguo, no le resta para nada a su contenido, a frases bien dichas e imágenes visuales sutiles pero impactantes. Se aprecia.

Será hasta una próxima. ¡Nos leemos!

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