-Me gusta. No está mal, sinceramente. Si lo hacemos con ojo puede salir redondo.
-Te lo he dicho, es que nunca me quieres hacer caso.
– Ya, ya… pero normalmente tus geniales ideas no salen como deberían, te recuerdo.
-Pero esta sí. -dijo con una sonrisa traviesa.
Salieron del coche, un con su bate de béisbol y el otro con su puño americano. No los iban a utilizar, sólo eran marcas de sus identidades. Así, entraron por la puerta de la gasolinera, con media sonrisa en su cara y, sin agresividad ninguna, le pidieron al trabajador que les dieran todos los billetes que tenía.
-¿Otra vez? ¿Otra vez vosotros? -dijo el trabajador un poco enfuriasmado.
-No hemos venido aquí nunca aún. -dijeron los dos a la vez, riendo.
El trabajador, poco a poco, iba alargando su brazo para tocar el botón que llama directamente a la policía
-No es buena idea, muchacho. -dijo uno de los atracadores.
-Vale, vale; no lo voy a hacer. Abro el armario, os doy todo el dinero y os marcháis sin causar ningún daño.
Mientras éste estaba recopilandolo todo en una bolsa, los otros dos seguían hablando tranquilamente, apoyados en una mesa.
-¿Ves? Es fácil ser medio psicópatas como nosotros en este mundo. Todos te hacen caso.
-Si, la verdad es que mola jugar con sus mentes.
-Aquí está todo. -dijo el trabajador, entregándoles una bolsa.
-Muy bien, buen chico. Te vendremos a visitar otro día pero tranquilo, sólo para que seas nuestro amigo. Nos lo pasaremos bien. -dijo uno de ellos con voz seductora y con los ojos bien abiertos.
-Pronto, recuérdalo. -dijo el otro acariciándole la mejilla con sólo un dedo.