Susana esperaba. Como siempre. O mejor dicho, como desde aquella infausta tarde en que los restos de su mascota llegaron a descansar en aquel hermoso cementerio de animales.
Y no se dio aquel lujo por ser una mujer de buena posición económica. Pero fido se merecía los mil y un sacrificios realizados por ella, ahorrando peso sobre peso, viviendo a veces al borde de la indigencia, pasando hambre, con la suela de sus zapatos tan fina que casi era un papel y sus ropas cosidas remiendo sobre remiendo.
Cuando su convicción flaqueaba, bastaba aquella mirada casi humana para saber que lo que hacía valía la pena, que Fido se lo merecía todo. Porque Fido era mucho más que un perro. Era su amigo, más aún, era su hermano, uno de cuatro patas y otra sangre , sin vínculos genéticos pero con un lazo espiritual inquebrantable. El único en quién siempre podría confiar sin miedo a ser decepcionada, ese maravilloso ser cuyo amor incondicional llenaba sus días de amor y alegría.
Susana esperaba. Convencida, vaya a saber por qué extraño conjuro, de que Fido iba a pegar la vuelta. Lo vería aparecer, asomarse tras la lápida meneando el rabo, con la misma explosiva alegría de aquel lejano día -más de 20 años atrás- cuando se enamoraron al primer golpe de vista.
Fido estuvo ahí cuando su esposo, aburrido de estar siempre después del perro, se había marchado.
A su lado estaba cuando su único hijo armó las valijas para emigrar en busca de un sueño que ni el mismo conocía. Cuando llegó la noticia que su madre, muy anciana ya, había partido a reunirse con su padre en el otro lado, solo su fiel amigo estuvo allí para lamer las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Tratando de consolarla de la única forma que sabía hacerlo. Siempre alegre, siempre juntos, compartiendo lo poco que su humilde existencia les brindaba.
Susana esperaba. Y sufría. Y lloraba en silencio mientras el veterinario trataba de salvar la vida de su buen amigo, incapaz de caminar, comiendo a duras penas, con la mirada triste y perdida. Tomó su pata entre sus manos y rezó por él cuando Fido exhaló su último suspiro. Juntos hasta el fin.
Susana esperaba, confiada en que su único y amado amigo volvería, y si ,por algún extraño capricho del destino esto no pasaba, la parca vendría a buscarla a ella para reunirlos en el más allá, donde Fido la recibiría sacudiendo el rabo, loco de alegría, saltando a sus brazos sin dudarlo.

FIN