Se giró al escuchar el grito. No podía ver mucho. La lámpara que debía iluminar la calle estaba fundida. Retrocedió un poco sobre sus propios pasos. La calle estaba completamente desierta. Por un momento dudó de lo que creía haber escuchado. Miró su reloj. Tenía que haber llegado a casa ya. Se obligó a olvidarse del grito.
La noche era fría. Un carro pasó a toda velocidad junto a ella, levantándole el vestido y provocando que se le helaran todavía más las piernas.
Lo escuchó de nuevo. Y esta vez pudo identificar de forma clara las palabras. Era un grito de ayuda, sin duda alguna. Observó alrededor, no encontró nada sospechoso. Una vez más estaba ahí. Se estremeció.
Se detuvo por un momento a pensar lo que debería hacer. Deseaba que pasara alguien más por ahí. Pero estaba sola. Tomó su celular decidida a llamar a la policía. Sin batería. “Maldita sea” Pensó, y arrojó el celular dentro de su bolso.
Ahora sí que estaba sola. Comenzó a caminar tratando de descubrir de donde habían venido los gritos. Uno ultimo mucho más alto y lleno de dolor, o al menos así lo interpretó ella, le reveló la ubicación.
Un estrecho callejón, ubicado una calle atrás. Se acercó lentamente. La oscuridad era mayor ahí dentro. Un pequeño olor dulzón y un jadeo fue lo único que logró percibir. Se adentró unos pasos más y la escena completa estuvo ante ella.
En el suelo una mujer que debía ser de su edad, agonizaba, mientras junto a ella, un hombre empapado en sangre, sonreía. El hombre se inclinó sobre su víctima, y le dio una gran mordida al cuello. Fue lo único que necesitó para morir. No se detuvo, con rapidez desgarraba el cuerpo de la joven usando solo su boca.
Aquello la dejó inmóvil. Quería irse de ahí. Se maldijo internamente y maldijo a sus piernas por no reaccionar.
Por fin logró controlar sus piernas y comenzó a retroceder lentamente. Pero, el miedo también había espantado a su suerte y cayó. Cuando pudo levantarse ya era tarde. La había visto.