Se giró al escuchar el grito de su hijo a las seis de la mañana y por poco se cae de la cama. Jorge corrió desde el comedor en busca de sus padres para decirles que ya estaban allí los regalos aun siendo veintisiete de diciembre. María y Juan, más sorprendidos que su hijo, se levantaron y corrieron hacia los regalos. Todos envueltos con el mismo papel, cada uno con una etiqueta donde rezaba el nombre de los miembros de la casa. Un bosque nevado con Papá Noel en su trineo mientras su sombrero volaba por el aire, un desierto y los tres Reyes Magos, todo entremezclado, era el paisaje que recreaba ese papel que había llenado de colorido la casa tan de mañana.
María fue la primera en coger el suyo, antes incluso que su hijo y, casi a la vez, todos descubrieron, lejos de lo que podrían haber imaginado el mejor regalo que a alguien pueden hacerle por Navidad: una caja de ilusiones que cada día del año alimentaría sus sueños y haría que nunca perdieran la ilusión. La caja, con trescientas sesenta y cinco melodías distintas, contenía, además, un cuaderno y un lápiz, con una nota que decía: «Suficientes herramientas para que tu espíritu se impregne cada día con la energía que solo la música puede darle a alguien. Consideramos que estos son instrumentos necesarios para que tengáis buenas ideas y no caigan en el olvido. Cualquier proyecto comienza por una primera anotación y nada mejor que la música para alimentar la inspiración».
Para Jorge, el no ser veinticuatro de diciembre o el Día de Reyes solo le sorprendió en principio. Después, no ver los regalos que había pedido para ese año, lo hizo dudar, pero en menos de cinco segundos, una ráfaga de luz iluminó de repente la ventana y ante los ojos de todos pasaron a cámara lenta Papá Noel en su trineo y los Reyes Magos cada uno en el suyo.
─¡Los Reyes Magos en trineo, papá! ─dijo entusiasmado Jorge.
─Sí, hijo, si la revolución tecnológica ha hecho cambiar hasta los Reyes Magos y a Papá Noel, haciendo posible todo lo inimaginable. Cuando yo era niño, esto no ocurría.
─Pero no me han traído ningún regalo de la carta que escribí ─añadió Jorge molesto.
Juan acarició a su hijo la cabeza a la vez que se agachaba para ponerse a su altura, lo miró a los ojos y le dijo: «Te han traído un regalo que recordarás y guardarás toda tu vida, hijo mío, aunque ahora no lo entiendas».