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Manhattan - por Diego Manresa BilbaoR.
Se giró al escuchar el grito proveniente del paso de cebra. Era emitido por una mujer negra que acababa de ser casi atropellada por un taxi amarillo, tan típico de la ciudad. Ocurrió, justo delante de mí, en el cruce de la Séptima Avenida y la Calle 33; en el paso de cebra que la cruza desde el Hotel Pennsylvania hasta el Madison Square Garden. El semáforo estaba en verde; pero el taxista, con la codicia propia del que va a recoger turistas a un hotel, se lo saltó y por poco no ocurre una desgracia.
Se giró, vi sus ojos marrones y maldije mi suerte. Ella estaba a más de la mitad del cruce, yo en la puerta del Hotel; la reconocí al instante.
Llevaba más de tres años sin verla, toda una vida. Desde una conversación de café que tuvimos en otras latitudes, agradable pero violenta, que puso punto y final a nuestra historia. Vivíamos en Berlín, como tantos españoles de primeros de la década de 2010. En aquel entonces, llevábamos un par de meses sin vernos; desde que ella decidió que prefería pasar mejor sola que mal acompañada sus días sobre la nieve del invierno alemán.
Y, a miles de kilómetros de distancia, esta vez en el verano yanqui, con la humedad —y lo que no era humedad— empañando mis ojos, se giró.
Y todo —la luz, el ruido, su cara—, me recordó a otro verano en una ciudad que no se parecía en nada a ésta, mucho más vivible y en la que fui mucho más feliz que aquí. Una ciudad de la que, cuando estuve seguro de que ya nada me ataba a ella, hui a otro país, a otro continente, a otro planeta si hubiera podido. Escapé pensando que el Atlántico haría de cortafuegos de mi incendio. Y lo hizo, hasta aquella mañana de verano en la Séptima.
Mi primer impulso fue repetir el grito de la mujer negra, pero esta vez más articulado y en castellano; quizá diciendo su nombre para asegurarme de que miraba hacia donde me habían alcanzado los recuerdos.
Sin duda, la herida estaba cerrada, al menos en su mayor parte. Pero hay que ser muy hombre para olvidar a una mujer, que diría Calamaro, si no hay otra igual. Y en cada día de estos tres años había pensado en ella. A menudo me preguntaba que habría sido de ella; si seguiría viviendo en Berlín, si habría conocido a alguien que le daba una vida mejor que la que yo le ofrecí… Lo típico que se piensa. Y allí tenía una oportunidad para saber todas esas cosas, y para indagar si ella se había preguntado lo mismo durante ese tiempo.
Estuve a punto de hacerlo. Lo único que me frenó, aparte del miedo, fue su mano izquierda. Para mi desgracia, tengo una vista de lince, y vi su mano, entrelazada con la de la persona que le acompañaba; un hombre, como es lógico. Un hombre que, para mi alegría y a la vez tristeza, se parecía bastante a mí. Y vi que en sus manos cogidas brillaban, de hecho reflejaban la luz del verano neoyorquino, dos anillos iguales. Y la forma de cogerse indicaba que esas manos estaban recién casadas, de luna de miel en Manhattan.
Esa imagen valía más que las mil palabras que me podía decir cuando le preguntara cómo le iba la vida.
6.500 kilómetros más lejos y tres años más tarde, mis fantasmas renacían.
Y juraría que, tras comprobar que el taxi no había alcanzado a la mujer, fijó un momento su mirada en mí. Después, dio la vuelta en dirección al Madison, y continuó su camino de la mano de su acompañante por la Calle 33, casi seguro para visitar el High Line. Yo, por mi parte, subí por la Séptima hacia Times Square.
Se volvían a separar nuestros caminos.
Comentarios (12):
Pato Menudencio
18/01/2017 a las 15:32
Hola Diego.
Recuerdo que hace un tiempo me enviaste al correo un texto.
Estoy seguro que este relato, si le pones un toque más de angustia en el personaje, calzaría perfecto como capítulo para esa novela.
Saludos.
Diego Manresa Bilbao
18/01/2017 a las 19:14
Jajajaja, gracias Pato!!!
Podria ser, es un tema recurrente en mis escrito jejejeje…
Nos leemos!
Juana Medina
19/01/2017 a las 18:15
Hola Diego,
¿Es que nunca deja de doler el corazón por mal de amores, o es que aunque nos separemos, cada tanto un grito y un semáforo hacen vuelvan a cruzarse las miradas?
Yo no lo sé, pero me dio una pena tu personaje…
Bella y triste historia que cabe bien en el reto.
Hasta la próxima! Saludos,
Paola
21/01/2017 a las 00:15
ola Diego
Un relato conmovedor.
Se volverán a encontrar? En estos casos yo siempre deseo que haya una segunda oportunidad aunque sé que eso no es cierto.
Saludos
Paola
21/01/2017 a las 00:17
La HHHHHH de hola se ha escapado por la hora de la noche que es ya Dios!!!! Ya no hay quién lo arregle. Mejor me voy a dormir.
LO SIENTO
SBMontero
21/01/2017 a las 10:39
Tengo un problema. Verás, aunque la historia es buena, sencilla y limpia, tengo bastante claro que sobra un tercio del texto, es decir, sobran palabras y eso suele pasar cuando te dejas llevar por el “voy a contar algo” y no por el te “muestro esto“.
Con esto no estoy diciendo que no me guste, me gusta, pero, pero, pero…
Sigue escribiendo.
Un saludo.
Pikadili
21/01/2017 a las 18:53
Wow, me ha gustado mucho.
Veo que los dos hemos elegido una tematica similar. Me gusta como lo has hecho y tus referencias a la ciudad que da nombre al relato. Le da estilo.
Un saludo!
tyess
24/01/2017 a las 04:53
La desgraciadísima herida que ya cerró pero igual dejó marca. Curioso, cumples el reto del evento breve, con una historia larga 🙂
Doralú
25/01/2017 a las 06:09
Hola Diego,
Me parece que es una buena historia, está bien estructurada y con buen ritmo.
Un abrazo!
Ismael Tomas Perez
26/01/2017 a las 10:48
Hola Diego
Gracias por pasar por mi relato. Tengo que decirte que la historia es real, la he vivido de muy cerca y te aseguro que me dejó bastante impresionado.
Es cierto que a veces tengo problemas con la puntuación, por lo que siempre agradezco cualquier corrección.
Respecto al tuyo, me ha gustado mucho, es una historia bastante simple pero la has narrado muy bien, y el reto, a mi gusto, conseguido.
¡Felicidades!
Doralú
28/01/2017 a las 05:28
!Hola Diego!
Me encanta en tu relato la combinación de lo visible, lo externo, es decir la recreación del ambiente y la riqueza interna de los pensamientos del personaje.
!Un abrazo!
Peter Walley
29/01/2017 a las 10:25
Hola Diego,
Bien contado como siempre, solamente me ha despistado la frase de ‘6500 km más lejos…’, que hace pensar que lo anterior sea un flashback cuando no es así.
La historia va perfecta para el reto de los cinco segundos.
Saludos,
Peter