Se giró al escuchar el grito y la vio en el umbral de la entrada. Pasó un segundo asimilando que no había pronunciado su nombre cuando la encontró en la penumbra de aquel lugar. Al verla, allí nada menos y después de tanto tiempo, pensó en su delirio que casi se le había olvidado lo guapa que era. Apostó que, si bien ahora todos los ojos de los presentes estaban puestos en ella dado que se había hecho oír por encima del tumulto, al menos la mitad de ellos ya se habían fijado en ella al entrar. Sin dejar de mirarle, ella cruzó el espacio que los separaba en dos segundos que le parecieron siglos. Mientras él se la comía con los ojos: su pelo rubio, fino y liso bailaba con su paso apremiante, en su frente una sola línea que marcaba su ceño y debajo unos ojos acuosos, que le iban a taladrar el alma. Pero lo que más le impresionó fue su boca, contraída en una mueca, retenía todas las emociones del momento. Escuchó el golpe antes de sentirlo arder en su mejilla. Inconscientemente, se llevó la mano que había estado entrelazada hasta ese momento con la otra mujer a la cara. – Cabrón.- repitió la recién llegada, esta vez solo para él. Negó tres veces con la cabeza y se marchó de allí del mismo modo que había llegado, dejándolo bajo el escrutinio de la audiencia.