Me he sentado en primera fila, hacia su izquierda, mi perfil preferido, para mirar con tranquilidad sin ser visto.
Como otro día cualquiera nos introduce en el tema de la obra que vamos a comentar, reunión de poetas para la adjudicación de un premio, de un autor muy conocido.
Donde ha dejado esa elegancia, donde están esos movimientos tan armoniosos y elegantes, donde esta mi sonrisa, donde esta mi recuerdo de la semana.
Me revuelvo en la silla, me pica la nariz, me molesta una tos, esto no me presagia nada bueno, tengo que hacer algo, levanto la mano, me indica que espere que termine Rosa de hablar, no termina nunca, al fin me hace un gesto con su índice.
Trago saliva, como siempre me cuesta hablar, mi voz es baja. Como siempre Rosa, mas alto no oímos nada, trago más saliva.
A mí la obra me ha gustado, me ha hecho reír, me ha hecho ver a los poetas como personas, con los mismos problemas que tenemos todos, con sus recuerdos, con sus miserias, con sus ambiciones.
Una de las anécdotas me ha recordado la primera vez que vi el mar, fue en un campamento de verano en Chiclana, lo que recuerdo con mayor intensidad, como si hubiese sido ayer, es a una niña de unos nueve años morenita, con cabellos un poco rizados, unos grandes ojos grises, una cara como una diosa griega que aparecía en mi enciclopedia del colegio.
Ella me estaba mirando y escuchando atentamente, entonces sonrió.
Esta semana, será una buena semana