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¿Quién querría adelgazar? - por Nicolás FalcónR.

Hugo Quintana jamás pensó que pudiera descubrir lo que en realidad significaba la pala-bra infierno; hasta que no se vio enterrado vivo en un ataúd bajo tierra.
Las ventas de su libro de recetas “milagro” se habían multiplicado. Sí, ya saben…, uno de esos libros, que tan de moda están; convierten a las personas en auténticos figurines.
Mientras Hugo compraba unos suvenir en una tienda de Acapulco, ni siquiera se le podía pasar por la cabeza, lo que estaba a punto de sucederle. Enfrente de él, en uno de los muchos bares de la zona, estaba sentado Alfonso Grimosa. Un cartel Mejicano: gordo como una ballena varada en la playa. Estaba rodeado de los suyos, comiendo y bebien-do. Se fijó en Quintana.

Salió de la tienda de artículos. No habría andado ni doscientos metros. En plena calle, de un coche, salieron unos fornidos matones que le cogieron en volandas. Cuando se vino a dar cuenta, ya estaba en el asiento de atrás apretujado entre las dos moles.

—Ehhh…, soltadme, soy ciudadano español. Pero… que… —las gordas manos de uno de aquellos mastodontes le oprimía los carrillos.
—¡Precisamente por eso! —Dijo el de su derecha— ¡Cállate!, hijo de la chingada.
Una vocecilla hizo aparición desde el asiento del copiloto. Era grimosa.
—¿Cómo está…, Dr. Quintana?, espero que Acapulco le esté gustando.
—Pero… ¿qué quiere de mí?, soy ciudadano español. ¿Cómo sabe mi nombre?
Se escucharon las risas de los gruesos esbirros.
—¿He dicho yo, que podáis reíros? —Dijo con enfado Grimosa. Las carcajadas que-daron mudas.
Un gesto del mandamás, hizo que le maniataran y le vendaran los ojos.
Hacía un tiempo que el secuestrado dejó de notar la suave carretera. Los baches eran protagonistas. Estaba oscureciendo y el vehículo se detuvo. Las puertas se abrieron y se cerraron. El sonido de la arena rozando las palas era todo lo que podía «ver» Hugo.

—¡Quitadle la venda! —Farfulló Grimosa.
Un agujero hecho en las arenas del desierto y un ataúd, sin tapa, abierto; se mostraba ante él.
Le quitaron todas sus pertenencias, menos la ropa. Si algo quedó de bueno en la arena, fueron… las lágrimas del reo, a sabiendas de lo que le esperaba.

Aunque parezca mentira, la víctima no dijo nada: se quedó inmóvil, impasible, temblan-do, rígido. Su estado de shock fue tal, que, tuvieron que meterlo en la caja los dos mo-fletudos soldados de Grimosa. Bajaron el cajón al hoyo de tierra seca.
—Espero, que tú…, sí que« adelgaces» gringo. —le soltó Grimosa—. Y llévate ésta biblia tuya. Que tengas que consultar. —le tiró su libro. Quintana, no hizo nada por re-mediar el fuerte golpe que se llevó en la cara.
El claveteo de los martillos sobre el cierre del espartano féretro, se perdía en el vasto horizonte de arenas; sin percepción de eco alguno.
La camioneta se marchó, dejando tras de sí, una polvareda hasta desaparecer.

Un golpe, encima de la escena del entierro despertó a Hugo de su estado catatónico.
—Ehhh…—chillando y pataleando dentro del cubículo—. ¡Por favor! Ehhhhhh… ¿me oye alguien ahí fuera? —gritó y pataleó con más fuerza.
Fuera, el hombre, dejó de enrollar el parapente. Le pareció escuchar algo.
Pensó que no era nada. Siguió enrollando la tela hasta acabar. La metió dentro de una bolsa, y, al levantarse, con la mochila sobre su espalda; volvió a oír algo, constante, dé-bil, apocado en la distancia; quizá, de un metro de tierra por debajo de él.
Se puso a escarbar con ahínco hasta tropezar con la madera: ahora sabía que alguien es-taba ahí, dentro. «¡Dios mío!». —exclamó el parapentista.
Sacó su cuchillo de monte, y haciendo palanca, fue soltando la madera pegada, que, crujía. Consiguió despegarla. Ayudó a salir al “muerto” que estaba vivo: éste, se aferró al hombre, llorando, fundido en un abrazo imperecedero.

Después de llevar en su hogar varios meses y tras haber pasado por terapia postraumáti-ca. Un día de noviembre, al entrar de la calle a su casa. Encima de la mesa de la cocina, vio su libro. No recordó haberlo puesto ahí. Lo abrió. En la primera página, escrita a mano, destacaba esta frase: «Si estás leyendo esto, date por muerto».
Sonó el timbre de la puerta. Estrujó un revólver, Remington, sin sacarlo del cajón de la mesa.
—¿Hugo?, ¿estás ahí? —Era su hermana. Le traía en una bolsa, sus medicamentos.

Comentarios (8):

SBMontero

17/10/2016 a las 18:49

Dejando a un lado las faltas de ortografía, que en algunos momentos las comas bailan donde no debieran y alguna que otra falta de expresión -nada que no se solucione con un corrector de textos y pulir el escrito-, la historia es de las mejores que he leído.

Tengo que poner un peor con lo del parapentista, digamos que si hubieras ahorrado palabras en algunos sitios, porque sobran, y las hubieses estirado un poco para saber de dónde demonios salió el parapentista, habría estado redondo.

Me ha gustado, oiga.

Un saludo.

DMe3

18/10/2016 a las 16:04

Interesante relato. El parapentista es lo que llaman un “DEUS EX MACHINA”

Nicolás Falcón

18/10/2016 a las 20:35

vale. muchas gracias. tomo nota, SB.

Nicolás Falcón

18/10/2016 a las 20:36

Muchas gracias, DMe3

ortzaize

19/10/2016 a las 10:15

que pobre persona.
queria hacer el agosto con los gordos, y se ha quedado el pajarito.
bueno el comienzo tetrico que ya te deja cao… y el parapentista que aparece como cuento fantastico te hace reir un rato,.
interesante la forma de escribir este relato.
saludos.

Nicolás Falcón

19/10/2016 a las 17:55

Muchas gracias, Ortzaize. Saludos.

Litost Resilente

24/10/2016 a las 21:45

Hola Nicolás!!!!
Me ha encantado tu relato. El principio es muy atrapante, y la trama me parece genial. Me encantó!
Aun así me parece que esta todo, digamos, muy confuso. Yo me perdí en más de una ocasión, viéndome obligada a empezar a leer de nuevo.
Por cierto, ¿por qué será que le hicieron eso a Hugo? ¿Qué hizo? Pobrecito!!
Quiero felicitarte, hacer que tus lectores (o al menos yo, específicamente) se queden pensando en tu relato, preguntándose y demás… es algo que tengo que felicitar.
Me ha gustado y espero que puedas mejorar esta historia lo más posible.
Me gustaría que pases por mi relato, es el 152.
🙂

Nicolás Falcón

25/10/2016 a las 09:03

Hola Litost:

Muchísimas gracias por decir que te ha gustado mi historia; eres muy amable. Sin embargo yo sé, que un relato que escribí por falta de tiempo en diez-quince minutos: tiene “falta de corrección”.

Siento mucho no haber dejado más clara la trama.

Me preguntas: Por cierto, ¿por qué será que le hicieron eso a Hugo? ¿Qué hizo? Pobrecito!!

Verás, el Dr. Hugo Quintana escribió un libro “milagro” de recetas para adelgazar, y el cartel Mejicano (Alfonso Grimosa) viendo que no le daba resultado; puesto que seguía igual de gordo o más. Al verle en Acapulco, decide vengarse enterrándole vivo.

Espero haberte ayudado con éste lío de relato. Reitero: “muchísimas gracias” por tu amabilidad.
En cuanto tenga un poquito de tiempo prometo leerte.

Un “fortísimo” abrazo.

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