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La traición - por Guido Distin
Benjamín no paraba de hacer pruebas con su móvil; no conseguía señal para hacer llamadas. Furriel abrió su elegante morral y sacó un libraco.
—¡Mirá!—le dice a Benjamín, sin dejar de observar, maravillado, su tapa dura y colorida con las banderas latinoamericanas, y una grande de España en el centro.
Benjamín miró el libro muy rápidamente para volver su vista al punto en el que se había quedado observando las luces y los ventiletes.
Furriel tenía más millas que Benjamín. Sabía muy bien quienes eran los japoneses y a qué venían a España; sin importarle la desesperación de su compañero, comenzó a investigar el diccionario, sus páginas; se decidió por buscar palabras del lunfardo argentino. Entre tanto, Benjamín, quien debía cerrar un contrato millonario con japoneses en el piso veinte de la torre en la que se encontraban atrapados dentro de un ascensor, empezaba a meterle manos a todo lo que tuviera tornillos, chavetas, agujeros, o estuviese medio suelto. Quería salir ya de allí, a ser posible, ya mismo. En esas estaba cuando, milagrosamente, comenzó a sonar su celular.
—¿Hola?
—¿Mr, Navarro? —contestan del otro lado del auricular.
—Yes. —Benjamín, automáticamente cambió de idioma.
—I’m Stephanie from «Capplan Company». We’re waiting for…—Benjamín interrumpe a su interlocutora para contarle lo que sucedía; el hecho les impedía a ambos llegar a horario a la reunión; la charla dura menos de un minuto. La tal Stephanie le recalca que están pendientes de la llegada de ambos.
—Nos enviarán a alguien de mantenimiento—dijo Benjamín entusiasmado.
Furriel seguía maravillado con su nuevo diccionario, y no le había prestado mucha atención a la conversación que su compañero había tenido con su interlocutora de «Capplan Company»: la empresa que los esperaba.
—Che, ¿viste qué bueno que está?—Furriel, seguía ensimismado con su compra.
—Pero qué pesado estás, tío, de verdad, macho.—Benjamín se había exaltado.
—Bueno, no te enojés, loco.
—Pero, ¿para qué coño querías un diccionario ahora?, si es que ya llegábamos tarde, y tú, empecinado con comprártelo.
—Es un regalo para mi hermano. El lunes me voy para Argentina y…
—¿No lo podías comprar más tarde? Peri si tenías toda la tarde para ir de compras, ¡coño! —Benjamín se tomaba la cabeza con ambas manos cuando con dos puntapiés logró aflojar una tapa de aluminio de debajo del tablero de mando. Se arrodillaba y buscaba una salida entre los cables. Sin advertirlo, era la primera vez en su vida que veía una caja con fusibles.
—Che, ¿viste que no viene la palabra “bañadera”? —Furriel, a lo suyo.
En ese momento, en el que se escuchaban voces del otro lado del habitáculo, dos grandes pinzas logran abrir las puertas del elevador. ¡Por fín!, dijo Furriel. Mientras, Benjamín buscaba las escaleras en medio de los agradecimientos de rigor para con sus salvadores: dos jóvenes rumanos. Preguntó por el piso veinte y notó que aún le quedaban diez más, que optó por subir andando; mejor dicho, corriendo.
Llegó exaltado a las oficinas. Pasó por el hall—Stephanie lo esperaba—abriendo abruptamente las dos hojas de la ancha entrada; caminaba por el pasillo principal mientras alineaba sus prendas…«too late», le dijo Paul, su compañero de relaciones exteriores, quien salía de la gran sala de negociaciones. Al entrar, vio a Sandra, su otra compañera de campañas exitosas.
—Sandra, lo siento tía. Hemos tenido un problema con el ascensor y…
—Ya se fueron—contestó Sandra.
—¿Y?—preguntó Benjamín, asustado—, dime que son nuestros.
Sandra levantó los últimos papeles sobre la larga mesa, y dirigiéndose a la salida le contestó: «Se han ido con “Still Martin & Co.”», para terminar de desaparecer rápidamente.
Benjamín se sentó en uno de los sillones de cuero de la sala. Se sintió perdido; pensó por un momento en una traición, pero, ¿de quién? Elucubraba todas posibles explicaciones a su fracaso, a su final como gerente de operaciones de «Bartalls Company». Tomó un sorbo de agua de algún vaso, tal vez, usado por alguien más; se aflojó la corbata y se incorporó. Inexplicablemente fue succionado por el enorme ventanal que le mostraba un mundo capitalista y competente; dueño, en los altos números, de los de la cota cero; allí estaban: las factorías controladas, las gentes asediadas, los coches, los taxis, y en uno de ellos, vio subirse a Furriel con su flamante diccionario bajo el brazo.
Comentarios (3):
Crines
17/03/2016 a las 23:24
hola
muy buenoooo!! me gusto, tiene eso de no saber por donde viene la traición , y lo mejor es que uno sabia que esa palabra tenia que aparecer en algún lado, me gusto como mantuviste el suspenso hasta el final. gracias por pasarte por mi historia. asludos
Yoli
18/03/2016 a las 14:24
Hola Guido Distin.
Me ha gustado el relato, está muy bien como has relatado el mundo capitalista y también el personaje de Furriel, es muy divertido, tan ilusionado con su diccionario. Curiosidad ¿qué es “bañadera”? en mi diccionario tampoco lo pone 🙂
Cryssta
26/03/2016 a las 18:42
Hola Guido, no me tocaba revisar tu relato pero he visto que solo te habían hecho dos comentarios así que aquí estoy para aportar mi granito de arena.
Si no he contado mal has puesto Benjamín trece veces y Furriel siete, sobran un montón, sobre todo porque hasta que no entra Stephanie en escena solo están ellos dos así que se deduce bien cuando habla cada uno.
La aclaración “quien debía cerrar un contrato millonario con japoneses en el piso veinte de la torre en la que se encontraban atrapados dentro de un ascensor” es larguísima. Piensa que si quitamos una aclaración (por eso va entre comas) lo que se dice sigue teniendo sentido, por eso hay que procurar que las aclaraciones sean cortas, así no gastamos palabras a lo tonto.
“salir ya de allí, a ser posible, ya mismo” es una redundancia.
Ha puesto “Peri si” en vez de “Pero si”
Es “¡Por fin!”
Espero haberte ayudado. Un abrazo.