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El lápiz mágico - por Jordi Lafuente

En un barrio popular, o mejor, en un barrio obrero, o mejor, en un suburbio, es decir, en un barrio donde viven personas pobres, sin recursos ni eufemismos, vivía Fernandito. Fernandito era un niño normal: Tenía dos piernas y dos brazos, un dedo índice para sacarse los mocos y una cabeza sobre los hombros. También tenía las típicas cosas de niños: Estaba enamorado de su profesora, le gustaba chutar piedras y de vez en cuando tenía de piojos. A pesar de toda esta normalidad Fernandito no tenía amigos.

No es que a Fernandito le gustase estar solo, simplemente lo estaba. Tampoco es que le gustase estar callado o triste, pero lo estaba. Un día, después de que lo rechazasen de nuevo como integrante del equipo de futbol, volvía a casa mirando al suelo y chutando piedras. Una de aquellas piedras se detuvo al lado de un lápiz mágico que había en el suelo.

Fernandito no podía creer la suerte que había tenido. Se fue corriendo hasta su casa, evitando cualquier posible problema. No quería estropear el único momento de suerte que recordaba su limitada memoria. Se encerró en su habitación y sacó de la cartera una libreta que tenía escrito en letras gruesas y decorativas “Lenguaje”. Como las demás libretas, en las que había escrito con suma delicadeza y paciencia los nombres de las distintas asignaturas, apenas tenía dos o tres hojas escritas. Pasó las hojas hasta encontrar una en blanco y colocó encima el lápiz. Era un lápiz hexagonal con bandas amarillas y negras al que se había sacado mucha punta y roído con perseverancia su parte trasera.

Lo primero que crearon, el lápiz y él, fue un hámster. Lo hicieron recordando a “Manchitas”, la primera mascota de Fernandito, que fue raptada por un ladrón que entró en casa mientras estaban de vacaciones. Después fue un gato y un mono. Después una jirafa, un rinoceronte y un león. Un águila, un ruiseñor, un buitre y un colibrí. Una foca, un delfín, un pulpo gigante y un cachalote blanco. Un dragón de tres cabezas, un gigante de piedra que come árboles y un unicornio alado. Un caballo negro, una vaca marrón, un cerdo de rabo enroscado, una gallina de cresta roja, un pollito amarillo que no dejaba de piar y una mosca verde que no paraba de molestar. La mosca fue la gota que colmó el vaso. Había demasiado ruido y tenía deberes que hacer. Crearon un establo y los metieron a todos en él.

Fernandito abrió el libro de texto, como tantas otras veces, con toda la intención de hacer los deberes. Cuando leyó el primer problema le pareció muy difícil. Como necesitaba ayuda, él y el lápiz decidieron crear un profesor para repasar la lección. Cuando acabó los deberes con la ayuda del profesor a Fernandito le apeteció jugar un poco así que solo tuvieron que crear a algunos amigos para jugar el resto de la tarde.

Al día siguiente su mamá no tuvo que sacarlo de la cama y antes de salir puntual hacia el colegio cogió los deberes que nunca hacía. No es que Fernandito no entendiese lo que explicaban en clase sino que le costaba concentrarse en una sola cosa. Mientras el profesor explicaba, Juanjo dibujaba un barco, el conserje del colegio barría el patio, una mujer tendía la ropa en el bloque de enfrente, unos patos emigraban al sur y veía, en el reflejo de la ventana, como María se acariciaba el pelo. Después lo llamaron déficit de atención.

A primera hora entregó los deberes a un sorprendido profesor. Después salió al patio y recordó la tarde de juegos con sus amigos mientras se comía el bocadillo en una esquina. En la siguiente clase, la profesora les pidió a los alumnos que hiciesen una redacción de lo que más les gustase así que Fernandito escribió sobre su lápiz mágico: “Al chutar una piedra encontré un lápiz mágico… primero creamos a manchitas… La mosca no paraba de molestar… Creamos un profesor…”. Cuando leyeron las redacciones, muchos hablaban de sus padres, otros de su bicicleta y algunos de su consola de videojuegos. Todos estuvieron de acuerdo en reírse de la redacción de Fernandito.

Mientras la profesora regañaba a los alumnos por reírse de él, Fernandito salía llorando de la clase. Una vez en el pasillo, cuando se calmó, hizo un agujero en el suelo con el lápiz mágico y se marchó a través de él.

Comentarios (2):

Karen Katina

30/11/2015 a las 21:32

Hola.
Excelente relato un verdadero cuento para niños, ideal para dejar volar la imaginación.
Y solitario que creo un mundo imaginario para lidiar con las cotidianidad de su vida y su mente distrida se parece un poco a mi.

Karen Katina

30/11/2015 a las 21:36

Upss! Se fue el comentario con errores. Lo que quise decir
Fernando ese niño solitario se parece un poco a mi

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