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El lápiz mágico - por Santiago Guerreiro
Helena tiene la mirada perdida en el horizonte, donde el sol va amansando. Atónita, observa morir el día con los mismos ojos llenos de dudas que doce horas atrás habían visto aclarar. Sin quitar los ojos del horizonte lleva su mano hasta su bolsillo donde una molestia punta le llama la atención.
Dolor.
Sin acto reflejo alguno toma el lápiz que acaba de atacarla y lo sostiene en su mano. Está confundida, dubitativa. Quiere lanzar el lápiz lo más lejos posible, no verlo jamás. Pero a la vez quiere conservarlo para siempre pues ahora es lo único seguro que tiene. Lo siente suyo. Lo siente mágico.
¿Qué se hace en una de esas ocasiones? ¿Cómo se puede odiar y querer algo con tantas ganas? Dolor, otra vez. Pero más profundo. Está vez un dolor que viene más del alma, del recuerdo.
Tal vez está siendo demasiado cobarde, pero qué va, siempre lo ha sido. Bueno. No siempre.
Helena desvía la mirada del sol, que ya casi no está, y se da el lujo de recordar lo valiente que se había sentido al tomar el lápiz de la mochila de su hijo.
Lágrimas.
Helena vuelve a concentrarse en el lápiz una vez más. Vuelve a palparlo, a olerlo, a mirarlo. Necesita conectar los puntos.
Cierra los ojos.
El lápiz comienza a girar en el espacio de su pensamiento. Rápidamente estalla en decenas de chispas negras que chocan entre sí y se fusionan como un manto de luces y sombras. Cada una de las fibras estalla y genera más y más chispas que ya no son decenas, son miles. Chispas que se multiplican, chispas que se suman y chispas que se agrupan a cada segundo, formando y desformando, construyéndolo todo alrededor.
Helena abre los ojos para dejar entrar la luz que se filtra por entre sus pestañas.
Un prado verde se extiende a lo ancho y a lo largo de todo el lugar. El sol la encandila y el viento la sacude. A pesar de su desconcierto no puede evitar sonreír frente al perfume de primavera que le invade la nariz. Las últimas chispas negras se convierten en nubes de algodón que flotan desde el horizonte hasta el infinito.
Recuerdos.
Camina durante un par de minutos antes de divisar cuatros cuerpos que terminan de ser representados por el manto de chispas negras. Mujer. Hombre. Niño. Un perfecto día primaveral para desayunar en el prado. Observa a la mujer, que como un reflejo le devuelve la mirada, que la atraviesa. El hombre se lleva un sándwich a la boca. El niño en un intento de colorear aún más rápido perfora la hoja con su lápiz amarillo. Todos ríen.
Helena se concentra, cierra los ojos y se deja ir. Esta vez no es un perfume de flores lo que la sorprende sino un bullicio incansable. Abre los ojos. Chispas negras formando mesas, sillas, pizarras, tizas y colores. Forma muñecos, sistemas solares, libros y crayones.
El niño de la escena anterior no pasa desapercibido. Despeinado, con su ceño fruncido a causa del problema matemático más imposible de resolver. Dos más dos.
Helena se sonríe.
Cierra los ojos.
Silencio.
Abre los ojos.
Un hombre gordo conduce ebrio a su lado. Ojos celestes. Pelirrojo.
Sus dedos amarillos por culpa del tabaco rascan su mentón al tiempo que tararea una melodía distinta a la que suena en la radio. Sus labios están curtidos por el alcohol que traga a sorbos de la botella que sostiene.
Helena observa como sacia su sed con vino que se vuelca por toda la camisa a cuadros empapando todo. Desde el doblez de la camisa hasta la etiqueta donde distingue su nombre.
Jack.
Helena sabe que el cerdo cretino va a chocar la camioneta contra su propio auto y a dejar a su hijo sin vida. Pero no le importa. Eso lo sabía desde un principio.
Cierra los ojos. Esta vez no para irse, sino para marcar ese rostro en su mente. Chispas negras dibujan su rostro.
Está hecho.
Abre los ojos al tiempo que la camioneta impacta contra la suya. Se ve a sí misma en el otro auto, a través del cristal. Realizando movimientos con el volante para retomar el control de su auto. Con una mano mantiene seguro a su hijo que aterrado, continúa sosteniendo el lápiz amarillo.
Cierra los ojos.
Chispas negras.
Los últimos rayos de sol de aclaran la mirada al tiempo que un par de dedos amarillos sobre su hombro llaman su atención.
– Disculpe señora, ¿Podríamos hablar?
Comentarios (2):
Ane
02/12/2015 a las 21:27
Narrado con mucho mimo. Por momentos logra que el lector se mimetice con la protagonista. Buen relato.
Christian Joseph White
06/12/2015 a las 19:46
¡Puff! ¡Que pedazo de relato! Tremendo. No imaginaba encontrar en el taller algo cargado de tanta emotividad; profundo, y muy pero muy triste, a la vez. Tu prosa tiene una fuerza palpable para este tipo de relatos. Has hecho algo distinto con el lápiz; la gran mayoría han sido relatos de fantasía o con simbolismos hacia el escritor. Tú, rompiste los moldes. Me ha encantado la forma en que están predispuestos los párrafos, su estructura; y cómo va desarrollándose la trama de la historia develando lo que hay detrás.
Felicitaciones por tu excelente relato 😉 Ha sido un grato placer leerte, y espero volver a hacerlo y encontrarme nuevamente con semejante belleza <3
¡Saludos, compañero!